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martes, 1 de enero de 2013

LO QUE BOLAÑO LE DIJO A VILA MATAS

Me gustó mucho algo que Bolaño le contó a  Vila Matas respecto a su afición por leer historias relatadas por escritores primerizos.

Me pareció muy certero: ¿quién no ha conocido personas "comunes y corrientes" cuyas historias y anécdotas, relatadas por un narrador sensible, receptivo y con cierto dominio de la palabra escrita, no podrían llegar a ser oro en polvo?

domingo, 11 de diciembre de 2011

LA SOBERBIA DE ALGUNOS LITERATOS, Y LA FILOSOFÍA COMO VAMPIRISMO




LOS LITERATOS FANÁTICOS

Me genera una mezcla de comicidad, pereza mental y bronca la catarata de agresiones de muchos comentaristas que derrochan su bilis en blogs de contenido más o menos filosófico o literario.

De ellos se puede decir algo similar a lo que autores como Borges o Bolaño han dicho sobre el carácter fútil de tantos que -como "Pituca" en el tema ricotero- creen ser el mejor culo para su sillón.

Según Bolaño:

“(…) Los escritores de La literatura nazi… no son, no es más que una metáfora del oficio de escritor, de la literatura. Que es un oficio –a mi modo de ver– bastante miserable; con gente –practicado por gente– que está convencida que es un oficio magnífico. Y allí hay una paradoja bestial, un equívoco bestial. Yo a veces –es decir– es un equívoco como si alguien ve a una persona muerta con cuatro balazos en la cabeza, diez balazos en la espalda y un cartel que dice: “te maté por tonto”, lo ve y dice: “uh, sufrió un accidente”. Es así el equívoco. ¿No sé cómo no se dan cuenta? El oficio de escribir es un oficio poblado de canallas –eso más o menos todo el mundo lo intuye– pero es que además está poblado de tontos, que no se dan cuenta de la fragilidad inmensa… ¿Cómo se dice esto, que no perdura?

(Warnken) De lo efímero…

De lo efímero que es. Es decir, yo puedo estar con veinte escritores de mi generación y todos están convencidos de que son buenísimos y que van a perdurar. Eso es una ignorancia –aparte de un acto de soberbia enorme– es de una ignorancia bestial. Porque se les puede preguntar: “a ver, si sabes, has leído o tienes una ligera idea de la historia de la literatura, ¿cuántos escritores latinoamericanos sobreviven de la década de 1870-1880? Nómbrame a veinte”. Y ya no te hablo de un país, te hablo de todo un continente.

Jorge Luis Borges escribió un poema sobre eso: (1)"A un poeta menor de la Antología"…

Ah, ese es un poema muy bueno…

¿Dónde está la memoria de los días que fueron tuyos en la tierra, y tejieron dicha y dolor y fueron para ti el universo? El río numerable de los años los ha perdido; eres una palabra en un índice.

Bueno, pero Borges se está refiriendo a los poetas menores de la antología inglesa. Que son poetas menores que perduran. Están allí y son poquísimos. Son poetas menores e incluso poquísimos. Y además son poetas menores muy buenos".


Lo curioso es que hay escritores muy copados que entienden lo efímero de la escritura y no se toman demasiado en serio a sí mismos, pero cuyos lectores -más papistas que el Papa y todo los miembros del Opus Dei juntos- tienen la desgracia de: a) pretender detentar el monopolio de la interpretación de tal o cual texto; b) se comportan ante el artista que les gusta o los conmueve como en la parodia de Capusotto, aquella en la cual se representa a un enajenado que estaba en la tribuna mirando un recital de Spinetta, gritando -con el cuello estirado como un gallo mañanero-: "¡¡Flaco, tocá Muchacha... Muchacha tocá, flaco!!"

FILOSOFÍA Y VAMPIRISMO

Acuerdo con la concepción del filósofo como un vampiro. A lo largo de la historia de la filosofía, se ha comparado al filósofo con un "ratón de biblioteca", o con la figura hegeliana del "búho de Minerva". Un profesor de filosofía español, bastante piola, decía que la unión del búho y el ratón se daba en la figura del vampiro.


El vampiro es una criatura nocturna que vive en cuevas y sale a la superficie a procurarse el sustento. El vampiro se mantiene vivo succionando la sangre de sus víctimas: tiene que estar atento a la aparición de bellas jovencitas de buen cuello para morderlas placenteramente y así no tornarse ceniza o cadáver.

El vampiro es un conde aristocrático, que comprende el pasado, la tradición filosófica, pero que necesita de la juventud del presente para mantenerse vivo.

"Si el filósofo fuera capaz, por una parte, de mantener el tipo solemne de la gran sistematicidad del pensamiento occidental de Platón a Aristóteles hasta Hegel y, por otra parte, fuera capaz de pegar buenos mordiscos al cuello de las cosas más vivas actualmente y transfundirlos a esta idea de 'suspensión', tan extraña, de la filosofía, se trataría de un vampiro que está en la oscilación del tiempo. No se puede decir que sea eterno, él vive con el tiempo, pero es como si el tiempo no pasara por él: está constantemente a punto de convertirse en tierra y en cenizas si no recibe sangre nueva, pero por otra parte, tiene que reposar siempre en la tierra del origen, por eso donde quiera que vaya tiene que llevar su féretro, porque en el féretro va la tierra del origen y si él no descansa sobre ese féretro, está perdido. Así, pues, juegan entre la tierra del origen y la sangre nueva de lo extraño. Yo diría que el filósofo sería un poco esta imagen, la imagen de un topo o de un ratón que es, a la vez, lechuza: en el fondo, la imagen de un vampiro". (Félix Duque)

Esa concepción del filósofo como vampiro se opone a la patética figura del "intelectual" como "faro de la razón": el intelectual que -más allá de sus buenas intenciones- se cree destinado a condensar en sí mismo la luz de la razón para proyectarla a los demás. Esa figura se asemeja al "nido de águilas" nazi, donde se refugiaba el Führer para pensar, y donde se decía que cuando el sol se levantaba y Hitler salía al balcón, se proyectaba sobre su rostro.


Se supone que el sol no debe ir directamente sobre el pueblo, para no quemarlo. Según Duque, esa peligrosa figura está presente incluso en Hölderlin, para quien el poeta es aquel que recibe el fuego solar, a riesgo de quemarse, para envolverlo y dárselo al pueblo en forma de canción/poema.

(1) A UN POETA MENOR DE LA ANTOLOGÍA

¿Dónde está la memoria de los días

que fueron tuyos en la tierra, y tejieron

dicha y dolor y fueron para ti el universo?

El río numerable de los años

los ha perdido; eres una palabra en un índice.

Dieron a otros gloria interminable los dioses,

inscripciones y exergos y monumentos y puntuales historiadores;

de ti sólo sabemos, oscuro amigo,

que oíste al ruiseñor, una tarde.

Entre los asfódelos de la sombra, tu vana sombra

pensará que los dioses han sido avaros.

Pero los días son una red de triviales miserias,

¿y habrá suerte mejor que la ceniza

de que está hecho el olvido?

Sobre otros arrojaron los dioses

la inexorable luz de la gloria, que mira las entrañas y enumera las grietas,

de la gloria, que acaba por ajar la rosa que venera;

contigo fueron más piadosos, hermano.

En el éxtasis de un atardecer que no será una noche,

oyes la voz del ruiseñor de Teócrito.

jueves, 15 de septiembre de 2011

BORGES Y BOLAÑO COMO POLEMISTAS


Juan Villoro dijo de Bolaño: “polemista natural, convertía el afecto en discusión y explotaba con ingenio las posibilidades de la arbitrariedad y el disparate”.

¿Qué cosas lo divierten?, “(…) La literatura de Borges. La literatura de Bioy. La literatura de Bustos Domecq…”

El divertido ordenamiento de la poesía y la literatura desde la homosexualidad, que Bolaño hace en Los detectives salvajes, me remite un poco a la "enciclopedia china" imaginada por Borges en el Idioma analítico de John Wilkins:


 (…) Ernesto San Epifanio dijo que existía literatura heterosexual, homosexual y bisexual. Las novelas, generalmente, eran heterosexuales, la poesía, en cambio, era absolutamente homosexual, los cuentos, deduzco, eran bisexuales, aunque esto no lo dijo.


Dentro del inmenso océano de la poesía distinguía varias corrientes: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Las dos corrientes mayores, sin embargo, eran la de los maricones y la de los maricas. Walt Whitman, por ejemplo, era un poeta maricón. Pablo Neruda, un poeta marica. William Blake era maricón, sin asomo de duda, y Octavio Paz marica. Borges era fileno, es decir de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente asexual. Rubén Darío era una loca, de hecho la reina y el paradigma de las locas”.


Las afinidades electivas entre Borges y Bolaño son numerosas: el desprecio por el nacionalismo, la revalorización de géneros y literaturas “menores”, el sentido del humor, el afán polémico, el gusto por la ironía y el sarcasmo… Por caso, la Literatura nazi en América es herencia de las Vidas imaginarias de Marcel Schwob -autor  a quien, me juego el aguinaldo, Bolaño conoció x Borges- , de La cinagoga de los iconoclastas -Wilcock, amigote de Borges- , y naturalmente de la Historia universal de la infamia.


Toda esta perorata para decir que estuve releyendo Entre paréntesis, una especie de autobiografía fragmentada, alguna entrevista, columnas, artículos y reseñas de libros escritas por Bolaño entre 1998 y 2003. Se trata de un texto desparejo y plagado de juicios arbitrarios, y en parte me encanta justamente por eso. Como el Borges de Bioy, tiene pasajes filosos y muy divertidos.


Si uno lee artículos como “Derivas de la pesada” o “Fragmentos de un regreso al país natal", se da cuenta de que, de  modo semejante a Borges, Bolaño fue menos un “crítico” que un “polemista”. Muchas veces destaca obras de autores que son sus amigos, en general editados por Anagrama, sin atenerse a ningún tipo de “canon” ni criterio  que no sea su gusto personal.


Está claro que ser crítico no te hace impermeable al juicio arbitrario ni a la inevitable lectura sesgada de la realidad: no hay fundamento del fundamento, ni un crítico/sujeto trascendental que opere por encima de la realidad munido de un poder de visión que le posibilite ver simultáneamente el campo visual y el ojo que mira; sin embargo, creo que el crítico somete a examen argumentos propios y ajenos, la influencia del contexto histórico y social y el aporte de lecturas diversas al servicio de una hipótesis de lectura.


Al temperamento del polemista le interesa básicamente ganar la discusión, provocar, marcar la cancha. Para mí, crítico es Edmund Wilson, Erich Auerbach, Ana María Barrenechea, Walter Benjamin, David Viñas, George Steiner, Josefina Ludmer... 

Aunque hay que reconocer que hoy el concepto de “crítica”, muy posiblemente, sea una forma de autobiografía. Según Piglia, “La escritura de ficción cambia el modo de leer y la crítica que escribe un escritor es el espejo secreto de su obra”.




En relación a Borges, Juan José Saer afirmó que muchos de sus artículos y ensayos suelen ser verdaderas descargas de artillería:

(...) su defensa de Whitman le permite derrumbar en bloque a los poetas franceses, calificándolos, sin nombrarlos individualmente, de tristes aprendices de Poe. En grupo, los surrealistas, los freudianos, los nacionalistas, uno por uno, se llamen Valéry, Joyce, Ezra Pound, Dostoievski, Baudelaire, Mann, etcétera, todas esas figuras ilustres van cayendo una detrás de la otra bajo sus proyectiles, como las siluetas planas que desfilan en la cinta sin fin de una barraca de feria. Aunque a veces su malhumor es justificado, y sus argumentos pueden llegar a ser pertinentes, sentimos que hay una agresividad estructural en su temperamento”.


La distinción entre el polemista y el crítico pertenece al orden intelectual y moral, no al orden estético. Es evidente que un crítico escrupuloso y justo puede ser un escritor mediocre, en tanto que definir a alguien como polemista no supone necesariamente considerarlo un buen escritor. Kafka, que nunca se peleó con nadie, es infinitamente mejor escritor que André Breton, que sin embargo escribió algunos magníficos panfletos.


Contrariamente a la imagen de bardo ciego, sabio y tímido que aún predomina en gran parte del imaginario - producto de textos y discursos cuyo El nombre de la rosa de Umberto Eco viene a ser un ejemplo paradigmático- Borges tuvo una activa militancia política: como prologuista, traductor, periodista -principalmente en diarios bienpensantes del establishment argento-; fue difusor y agitador cultural. 


En su juventud, incluso, escribió poemas que simpatizaban con la Revolución Rusa:


"La trinchera avanzada es en la estepa un barco al abordaje con gallardetes de hurras: mediodías estallan en los ojos. Bajo estandartes de silencio pasan las muchedumbres y el sol crucificado en los ponientes se pluraliza en la vocinglería de las torres del Kreml (sic). El mar vendrá nadando a esos ejércitos que envolverán sus torsos en todas las praderas del continente. En el cuerno salvaje de un arco iris clamaremos su gesta bayonetas que portan en la punta las mañanas". (Sevilla, 1920) 

Al decir de Saer: "(...) ya desde los años veinte, no solamente en la Argentina, sino en buena parte del mundo hispánico. Temas tan diversos como el yrigoyenismo, el meridiano cultural de América, el idioma de los argentinos o su tradición, los componentes positivos o negativos de la esencia nacional, etcétera, ocuparon sus intervenciones; pero a medida que el horizonte europeo oscurecía, el nacionalismo y el liberalismo, el comunismo y el nazismo, se convirtieron para él en verdaderas preocupaciones intelectuales que hubiese considerado indigno eludir, y si no siempre fueron objeto de intervenciones o de artículos, transparentan todo el tiempo en notas periodísticas, ensayos o textos de ficción cualquiera sea el tema de que traten".


Bolaño, por su parte, tiene frases muy tajantes: "Con Soriano hay que tener el cerebro lleno de materia fecal para pensar que a partir de allí se pueda fundar una rama literaria (...) Con Soriano los escritores argentinos se dan cuenta de que pueden, ellos también, ganar dinero. No es necesario escribir libros originales, como Cortázar o Bioy, ni novelas totales, como Cortázar o Marechal, ni cuentos perfectos, como Cortázar o Bioy, y sobre todo no es necesario perder el tiempo y la salud en una biblioteca guaranga para que encima nunca te den el Premio Nobel. Basta escribir como Soriano. Un poco de humor, mucha solidaridad, amistad porteña, algo de tango, boxeadores tronados y Marlowe viejo pero firme". (Derivas de la pesada)


O este fragmento de "Sobre la literatura, el premio nacional de literatura y los raros consuelos del oficio":


"Primero que nada y para que quede claro: Enrique Lihn y Jorge Teillier no obtuvieron nunca el Premio Nacional. Lihn y Teillier están muertos.


(...) Puesto a escoger entre la sartén y el fuego, escojo a Isabel Allende. Su glamour de sudamericana en California, sus imitaciones de García Márquez, su indudable valentía (...) resulta, aunque parezca difícil, muy superior a la  literatura de funcionarios natos de Skármeta y Teitelboim.


Es decir: la literatura de Allende es mala, pero está viva; es anémica, como muchos latinoamericanos, pero está viva. No va a vivir mucho tiempo, como muchos enfermos, pero por ahora está viva. Y siempre cabe la posibilidad de un milagro".

BORGES Y LA ERUDICIÓN: 

La erudición de Borges no es la del crítico ni la del especialista; no se basa en una cultura “enciclopédica” sino “de enciclopedia”: de resumen, de consultar una entrada de diccionario y tomar la parte por el todo. Más de una vez el tipo ha confesado el placer que le producía leer la vieja Enciclopaedia Britannica  -donde escribían autores ilustres como De Quincey o Macaulay- y diversos diccionarios enciclopédicos en español, francés, italiano y alemán.


El procedimiento borgeano no se diferencia demasiado del que podría utilizar un joven graduado en letras que se pone un blog y salpica sus post con citas extraídas de wikipedia o de resúmenes que corta y pega de la web. ¡Ojo: estoy hablando del procedimiento, no del resultado!

Como bien notó Alan Pauls -en un libro precioso titulado El factor Borges- , la cultura del escritor argentino “se mueve siempre con comodidad dentro de los límites de un concepto Reader’s Digest de la cultura”. Además, el concepto de erudición en un arte imaginativo como el literario no tiene buena recepción: se lo asocia a “momia”, “tedio”, “De la Rúa”, “Cobos”, “corset”, “disciplina”, “carencia de humor”; a exceso de espíritu de gravedad, a falta de “alegría” (alegría se relaciona con la ligereza, con “aligerar” el lastre).

Un ejemplo típico de texto polémico salido de la “pluma” de Jorge Luis lo constituye el panfleto antiperonista –basado en El matadero de Echeverría- titulado “La fiesta del monstruo” (1), escrita allá por 1949 pero publicada seis años después en el periódico Marcha, de Montevideo.

En el Borges de Bioy hay charlas implacables, casi como las viejas chotas de Cha Cha Cha, donde Casero habla pestes de todo el mundo. No respeta ni siquiera a consagrados como Goethe o Shakespeare:



"No te parece que es el mayor bluff de la literatura" (Borges, sobre el Fausto de Goethe)

De Shakespeare: para Borges "en literatura fue un amateur, the divine amateur, lo compara con Dante, verdadero literato".


(1)    La fiesta atroz de la barbarie popular contada por los bárbaros. (…) “La fiesta del monstruo” combina la paranoia con la parodia. La paranoia frente a la presencia amenazante del otro que viene a destruir el orden. Y la parodia de la diferencia, la torpeza lingüística del tipo que no maneja los códigos. (…) es un relato totalmente persecutorio sobre el aluvión zoológico y el avance de los grasas que al final matan a un intelectual judío (…) No diría que increíble, es un texto límite… Difícil de encontrar algo así en la literatura argentina. (Ricardo Piglia)

miércoles, 14 de septiembre de 2011

LUTHER: EL DETECTIVE Y SUS FANTASMAS


Gracias a la feliz recomendación de una amiga, estoy viendo Luther (2010), una serie inglesa que ya va por su segunda temporada. Es de lo mejor que he visto: una mezcla de Wallander, Bruce Willis, Sherlock Holmes y -en los diálogos con la  cerebral/narcista/prodigio/enamorada/potencial homicida Alice Morgan- algunas reminiscencias de "El silencio de los inocentes" (The silence of the lambs).


En una de sus últimas entrevistas, Bolaño confiesa que –de no haber sido escritor- le hubiese gustado ser “detective de homicidios (…) alguien que puede volver solo, de noche, a la escena del crimen, y no asustarse de los fantasmas. Tal vez entonces sí me hubiera vuelto loco, pero eso, siendo policía, se soluciona con un tiro en la boca”.

El detective londinense John Luther (Idris Elba) no habrá leído tanto como Bolaño, pero es capaz de citar frases de Bertrand Russell o del Paradise lost de John Milton, de hacer deducciones lógicas perfectas y de romper una puerta a puñetazos porque su mujer se encama con otro. 

Recientemente separado de su esposa, de la que está enamorado -quien también lo quiere pero está harta de un marido más preocupado por los muertos que por los vivos- y con cierta propensión al suicidio, Luther está decidido a seguir conviviendo con sus fantasmas: entre psicópatas, criminales y algún que otro trago de scotch.

viernes, 19 de agosto de 2011

LEYENDO A BOLAÑO EN EL GIMNASIO

Ayer, mientras pre-calentaba en la bicicleta fija del recinto en donde los tipos tratan de adquirir músculos en su afán de ser deseados por las mujeres y temidos por los otros hombres; y las mujeres hacen otro tanto para provocar la mirada masculina y la envidia femenina - batallando todos contra el inexorable paso del tiempo- , me puse a leer los últimos relatos que conforman El gaucho insufrible, de Roberto Bolaño.

Bolaño es un narrador tan brillante que pude concentrarme fácilmente en la lectura, a despecho de que tenía que pedalear, y de los gritos de Bon Scott - el cantante de eisidisí, nombre que me recuerda a Emilio Disi, que a su vez me remite a Doris del Valle- cuya voz aullaba Hell ain't a bad place to be, tema que -imagino porque siempre lo pone- le gusta a la recepcionista del gym.

Pese a lo interesante del relato, yo cada tanto miraba de reojo la graciosa escena donde el profesor se le ponía atrás de la bicicleta fija a una morocha y le hablaba al oído, como si le estuviese enseñando a jugar al pool. ¿Qué tan difícil puede ser aprender a pedalear en una bicicleta fija como para necesitar ayuda profesional?

Al otro coté, un neonazi medio proletario, con los brazos tatuados con tinta barata que parecía de birome bic, gritaba "diez más, dále, diez más", mientras le miraba fijamente-con cierta homosexualidad contenida- los músculos a su compañero.

En Literatura + enfermedad = enfermedad", Bolaño ordeña una vaca para tirarle la leche tibia y agria por la cabeza, llora sobre la leche derramada o se lamenta porque tal vez en poco tiempo dejará de tomar y de comer -cuando escribió el relato, el cáncer que lo llevó a la muerte estaba avanzado- y sale del médico habiendo recibido noticias que lo llenan de nostalgia y de miedo. Pero súbitamente alza los ojos y ve a una interesante mujer cuyos tacos no logran disimular su escasa estatura, que está haciendo la cola para ingresar a otra consulta, y esa visión hace que sus temores se evaporen por un rato.

La petisa resultó ser una doctora de ojos rasgados que estaba al tanto de su enfermedad, quien le pide hacerse unos chequeos. Suben juntos al ascensor para ir a la sala donde la ponja hará los estudios:

"No sé porqué, finalmente le dije que sí, y entonces ella me guió fuera de las consultas externas hasta un ascensor de grandes proporciones, un ascensor en donde había una camilla, vacía, por supuesto, pero ningún camillero, una camilla que subía y que bajaba con el ascensor, como una novia bien proporcionada con -o en el interior de- su novio desproporcionado, pues el ascensor era verdaderamente grande, tanto como para albergar en su interior no sólo una camilla sino dos (...) y justo en ese momento, con la cabeza no sé si más fría o más caliente, me di cuenta de que la doctora bajita no estaba nada mal. No bien descubrí esto, me pregunté qué ocurriría si le proponía hacer el amor en el ascensor, cama no nos iba a faltar. Recordé en el acto, como no podía ser menos, a Susan Sarandon disfrazada de monja preguntándole a Sean Penn cómo podía pensar en follar si le quedaban pocos días de vida. El tono de Susan Sarandon, por descontado, es de reproche. (...) Follar es lo único que desean los que van a morir. Follar es lo único que desean los que están en las cárceles y en los hospitales. Los impotentes lo único que desean es follar. Los heridos graves, los suicidas, los seguidores irredentos de Heidegger. Incluso Wittgenstein, que es el más grande filósofo del siglo XX, lo único que deseaba era follar. Hasta los muertos, leí en alguna parte, lo único que desean es follar. Es triste tener que admitirlo, pero es así".

Mientras leía el magnífico relato de Bolaño rememoré un fragmento del poema "Sala de psicopatología" de la Pizarnik, y recordé la mezcla de inmenso deseo de ser amados y deseados que tienen muchos enfermos mentales, y la imposibilidad de ver satisfechos esos deseos por su fealdad, su debilidad mental o su abandono.

Alejandra Pizarnik escribió ese poema mientras estaba internada en el Hospital Pirovano:

“-una señora originaria del más oscuro barrio de un pueblo que no figura en el mapa dice:

- El dotor me dijo que tengo problemas. Yo no sé. Yo tengo algo aquí (se toca las tetas) y unas ganas de llorar que mama mía”.

Y luego:

“ Ustedes, los mediquitos de la 18 son tiernos y hasta besan al leproso, pero

¿se casarían con el leproso? (…)


“Oh, he besado tantas pijas para encontrarme de repente en una sala llena de carne de prisión donde las mujeres vienen y van hablando de la mejoría (…)

Porque –oh viejo hermoso Sigmund Freud- la ciencia psicoanalítica se olvidó la llave en algún lado:

Abrir se abre

Pero ¡cómo cerrar la herida?”

Retomando el texto de Bolaño, nos topamos con un fragmento de Brisa Marina, de Stephane Mallarmé: “la carne es triste, ¡ay!, y todo lo he leído”.

¿Mallarmé sugiere que ha leído, garchado o viajado lo suficiente? ¿Habla, con Baudelaire, de desiertos de tedio en un oasis de horror? ¿Habla del aburrimiento, una de las principales enfermedades del hombre moderno?


Los libros que podemos leer son limitados, los encuentros sexuales también, pero “el deseo de leer y de follar es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestros miedos, nuestras esperanzas de paz”, nos dice Bolaño, que a esa altura imagino que querría vivir sin timón y en el delirio, o no… o simplemente quería vivir y el deseo de tener sexo con la doctora lo hacía olvidar su propia muerte y al mismo tiempo hacía que la sintiera en todo el cuerpo, como el aire que puebla las habitaciones vacías.

“En un oasis uno puede beber, comer, curarse las heridas, descansar, pero si el oasis es de horror, si sólo existen oasis de horror, el viajero podrá confirmar, esta vez de forma fehaciente, que la carne es triste, que llega un día en que todos los libros están leídos y que viajar es un espejismo”.

Y entonces Bolaño, solo, japonesa, muerte, ascensor, inmenso vacío, ganas de llorar y hacer el amor. Pero se contuvo por decoro y fueron a una sala donde le hizo pruebas y “le pregunté por las posibilidades de éxito de un trasplante de hígado. Muchas posibilidades, dijo. ¿Qué tanto por ciento?, dije yo. Sesenta pol ciento, dijo ella. Joder, dije yo, es muy poco. En política es mayolía absoluta, dijo ella”.


A esa altura del relato empecé a pensar en la hermosísima novela 2666, larga como esperanza de pobre, que Bolaño se apuró a terminar, consciente de que se le venía la noche...

Me dieron unas ganas terribles de largarme a llorar, pero AC/DC seguía a todo volumen y el ambiente gimnástico no era del todo propicio.

miércoles, 13 de abril de 2011

MONÓLOGO DE JOAQUÍN FONT. FRAGMENTO DE "LOS DETECTIVES SALVAJES" DE BOLAÑO

Joaquin Font, Clínica de Salud Mental El Reposo, camino del Desierto de los Leones, en las afueras de México DF, enero 1977. Hay una literatura para cuando estás aburrido. Abunda. Hay una literatura para cuando estás calmado. Esta es la mejor literatura creo yo. También hay una literatura para cuando estás triste. Y hay una literatura para cuando estás alegre. Hay una literatura para cuando estás desesperado (…)

El lector desesperado (…) se trata de un lector adolescente o de un adulto inmaduro, acobardado, con los nervios a flor de piel. Es el típico pendejo (perdonen la expresión) que se suicida después de leer el Werther. Segundo: es un lector limitado. ¿Por qué limitado? Elemental, porque no puede leer más que literatura desesperada o para desesperados, tanto monta, monta tanto, un tipo o un engendro incapaz de leerse de un tirón En busca del tiempo perdido, por ejemplo, o La montaña mágica (en mi modesta opinión un paradigma de la literatura tranquila, serena, completa), o, si a eso vamos, Los miserables o Guerra y paz. Creo que he hablado claro, ¿no? Bien, he hablado claro. Así les hablé a ellos, les dije, les advertí, pospuse en guardia contra los peligros a que se enfrentaban. Igual que hablarle a una piedra. Otrosí: los lectores desesperados son como las minas de oro de California. ¡Más temprano que tarde se acaban ¿Por qué? ¡Resulta evidente! No se puede vivir desesperado toda una vida, el cuerpo termina doblegándose, el dolor termina haciéndose insoportable, la lucidez se escapa en grandes chorros fríos. El lector desesperado (más aún el lector de poesía desesperado, ése es insoportable, créanme) acaba por desentenderse de los libros, acaba ineluctablemente convirtiéndose en desesperado a secas. ¡O se cura! Y entonces, como parte de su proceso de regeneración, vuelve lentamente, como entre algodones, como bajo una lluvia de píldoras tranquilizantes fundidas, vuelve, digo, a una literatura escrita para lectores serenos, reposados, con la mente bien centrada. A eso se le llama (y si nadie le llama así, yo le llamo así) el paso de la adolescencia a la edad adulta. Y con eso no quiero decir que cuando uno se ha convertido en un lector tranquilo ya no lea libros escritos para desesperados. ¡Claro que los lee! Sobre todo si son buenos o pasables o un amigo se los ha recomendado. Pero en el fondo ¡lo aburren! En el fondo esa literatura amargada, llena de armas blancas y de Mesías ahorcados, no consigue penetrarlo hasta el corazón como sí lo consigue una página serena, una página meditada, una página ¡técnicamente perfecta! Les avisé de los peligros. ¡No agotar un filón! ¡Humildad! ¡Buscar, perderse en tierras desconocidas! ¡Pero concordada, con migas de pan o guijarros blancos! Sin embargo yo estaba loco, estaba loco por culpa de mis hijas, por culpa de ellos (se refiere a Belano y Lima), por culpa de Laura Damián, y no me hicieron caso”.

PESSOA ES, QUIZÁ, EL EJEMPLO PARADIGMÁTICO DE "ESCRITOR DESESPERADO":

miércoles, 12 de enero de 2011

EL ATROZ ENCANTO DE SER MARCOS AGUINIS



"El secreto de la demagogia es parecer tan tonto como su audiencia, para que esta gente se piense a sí misma tan inteligentes como el demagogo". (Karl Kraus)

Marcos Aguinis sigue escribiendo, como un pollo que conserva sus reflejos después que le han cortado la cabeza. La diferencia principal entre este "notable" y el pollo es que la obra de Aguinis no tiene proteínas, ni carbohidratos, ni alimenta tres carajos.

En alguno de sus libros, he podido leer que a Aguinis le gusta citar a Don Ortega y Gasset, quien alguna vez dijo: "la claridad es la cortesía del filósofo". Don Marcos es un escritor "respetable", ameno y legible. Su legibilidad le facilita el acceso al gran público, y el acceso al público -con gran manija editorial y mediática como "viento de cola"- le posibilita vender muchos libros.



No tengo nada en contra de la legibilidad en sí misma. Tampoco creo que tener pocos lectores o ser incomprendido sea garantía de complejidad o profundidad. Está claro que uno puede ser un autor excelente y popular, malo y popular, excelente y poco conocido, malo y poco conocido, y multitud de matices entre cualquier extremo, según la ideología, los gustos y la formación de cada quien.

El historiador inglés Eric Hobsbawm -por caso- combina prestigio, un estilo de escritura didáctico y ameno, con cierta dosis de popularidad. El padrino I y II son grandes películas y han recaudado mucho dinero. Vamos, que los ejemplos de obras y autores que reúnen calidad, sencillez y popularidad podrían multiplicarse. Por otra parte, recuerdo y en gran medida adhiero a las diatribas de Nietzsche contra "esos pensadores que enturbian las aguas para hacerlas parecer profundas". Incluso puedo admirar el talento pedagógico de un Fernando Savater, un filósofo que vende muchos libros a partir de un estilo llano y la elección de temas cotidianos (aunque a veces simplifique demasiado).

Eso sí, respecto de los libros de Aguinis... ufff, los libros de Aguinis... A-g-u-i-n-i-s-..... ¡¡Pucha digo!! ¡¡No lo puedo soportar!! Su pseudo sociología berreta que lo hace generalizar la supuesta "esencia de la argentinidad" a partir de una anécdota personal de viaje en taxi, el confundir metáforas de sentido común con explicaciones causales sólidas y argumentadas... En fin, no vale la pena el esfuerzo de tomarse el trabajo de refutarlo. Este post es más una catarsis que otra cosa.

DONDE LA "AMENIDAD" Y LA "INTELIGIBILIDAD" DEVIENE PEREZA MENTAL Y AFÁN DESMEDIDO POR ALCANZAR LA "RESPETABILIDAD":

Hay una pregunta retórica que me gustaría que alguien me contestara: ¿Por qué Pérez Reverte o Vázquez Figueroa o cualquier otro autor de éxito, digamos, por ejemplo, Muñoz Molina o ese joven de apellido sonoro De Prada, venden tanto? ¿Sólo porque son amenos y claros? ¿Sólo porque cuentan historias que mantienen al lector en vilo? ¿Nadie responde? ¿Quién es el hombre que se atreve a responder? Que nadie diga nada. Detesto que la gente pierda a sus amigos. Responderé yo. La respuesta es no. No venden sólo por eso. Venden y gozan del favor del público porque sus historias se entienden. Es decir: porque los lectores, que nunca se equivocan, no en cuanto lectores, obviamente, sino en cuanto consumidores, en este caso de libros, entienden perfectamente sus novelas o sus cuentos. El crítico Conte esto lo sabe o tal vez, porque es joven, lo intuye. El novelista Marsé, que es viejo, lo tiene bien aprendido. El público, el público, como le dijo García Lorca a un chapera mientras se escondían en un zaguán, no se equivoca nunca, nunca, nunca. ¿Y por qué no se equivoca nunca? Porque entiende.

Ahora bien, Mein Kampf de Adolf Hitler -¡¡el ejemplo es para demostrar que no necesariamente es buena la "legibilidad", no asemejo la ideología de Aguinis con el nazismo!!- no es en absoluto un libro complicado de entender: su estilo es llano como una pared revocada con enduido. Los libros de autoayuda de tipos como Paulo Coelho, Ari Paluch o Jorge Bucay son de lectura amena, sencilla, de sabiduría práctica, al alcance de la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Parafraseando a un escritor chileno, que se vende pero es muy bueno, hoy es la época "del escritor funcionario, del escritón matón, del escritor que va al gimnasio" -como Federico Andahazi- "del escritor que cura sus males en Houston o en la Clínica de Mayo de Nueva York. La mejor lección de literatura que dio Vargas Llosa fue salir a hacer jogging con las primeras luces del alba". El escritor japonés Yasunari Kawabata es popular por haber corrido maratones. ¡Qué bueno es estar saludable!

Hoy he leído una entrevista con un prestigioso y resabiado escritor latinoamericano. Le dicen que cite a tres personajes que admire. Responde. Nelson Mándela, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Se podría escribir una tesis sobre el estado de la literatura latinoamericana sólo basándose en esa respuesta. El lector ocioso puede preguntarse en qué se parecen estos tres personajes. Hay algo que une a dos de ellos (CURIOSO, NUESTRO ESCRITOR ESCRIBIÓ ESE ARTÍCULO AÑOS ANTES DE QUE A VARGAS LLOSA LE DIERAN EL NOBEL): el Premio Nobel. Hay más de algo que los une a los tres: hace años fueron de izquierda. Es probable que los tres admiren la voz de Miriam Makeba. Es probable que los tres hayan bailado, García Márquez y Vargas Llosa en abigarrados apartamentos de latinoamericanos, Mándela en la soledad de su celda, el pegadizo pata-pata. Los tres dejan delfines lamentables, escritores epigonales, pero claros y amenos, en el caso de García Márquez y Vargas Llosa, y el inefable Thabo Mbeki, actual presidente de Sudáfrica, que niega la existencia del sida, en el caso de Mándela. ¿Cómo alguien puede decir, y quedarse tan fresco, que los personajes que más admira son estos tres? ¿Por qué no Bush, Putin y Castro? ¿Por qué no el mulá Omar, Haider y Berlusconi? ¿Por qué no Sánchez Dragó, Sánchez Dragó y Sánchez Dragó, disfrazado de Santísima Trinidad?

Con declaraciones como ésta, así nos va. Por supuesto, estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario (aunque esto suene innecesariamente melodramático) para que ese escritor resabiado pueda hacer esta y cualquier otra declaración, según sea su gusto y ganas. Que cualquiera pueda decir lo que quiera decir y escribir lo que quiera escribir y además pueda publicar. Estoy en contra de la censura y de la autocensura. Con una sola condición, como dijo Alceo de Mitilene: que si vas a decir lo que quieres, también vas a oír lo que no quieres.

En realidad la literatura latinoamericana no es Borges ni Macedonio Fernández ni Onetti ni Bioy ni Cortázar ni Rulfo ni Revueltas ni siquiera el dueto de machos ancianos formado por García Márquez y Vargas Llosa. La literatura latinoamericana es Isabel Allende, Luis Sepúlveda, Ángeles Mastretta, Sergio Ramírez, Tomás Eloy Martínez, un tal Aguilar Camín o Comín y muchos otros nombres ilustres que en este momento no recuerdo.

La obra de Reinaldo Arenas ya está perdida. La de Puig, la de Copi, la de Roberto Arlt. Ya nadie lee a Ibargüengoitia. Monterroso, que perfectamente bien hubiera podido declarar que tres de sus personajes inolvidables son Mándela, García Márquez y Vargas Llosa, tal vez cambiando a Vargas Llosa por Bryce Echenique, no tardará en entrar de lleno en la mecánica del olvido. Ahora es la época del escritor funcionario, del escritor matón, del escritor que va al gimnasio, del escritor que cura sus males en Houston o en la Clínica Mayo de Nueva York. La mejor lección de literatura que dio Vargas Llosa fue salir a hacer jogging con las primeras luces del alba. La mejor lección de García Márquez fue recibir al Papa de Roma en La Habana, calzado con botines de charol, García, no el Papa, que supongo iría con sandalias, junto a Castro, que iba con botas. Aún recuerdo la sonrisa que García Márquez, en aquella magna fiesta, no pudo disimular del todo. Los ojos entrecerrados, la piel estirada como si acabara de hacerse un lifting, los labios ligeramente fruncidos, labios sarracenos habría dicho Amado Nervo muerto de envidia.
(...)

Los escritores actuales no son ya, como bien hiciera notar Pere Gimferrer, señoritos dispuestos a fulminar la respetabilidad social ni mucho menos un hatajo de inadaptados sino gente salida de la clase media y del proletariado dispuesta a escalar el Everest de la respetabilidad, deseosa de respetabilidad. Son rubios y morenos hijos del pueblo de Madrid, son gente de clase media baja que espera terminar sus días en la clase media alta. No rechazan la respetabilidad. La buscan desesperadamente. Para llegar a ella tienen que transpirar mucho. Firmar libros, sonreír, viajar a lugares desconocidos, sonreír, hacer de payaso en los programas del corazón, sonreír mucho, sobre todo no morder la mano que les da de comer, asistir a ferias de libros y contestar de buen talante las preguntas más cretinas, sonreír en las peores situaciones, poner cara de inteligentes, controlar el crecimiento demográfico, dar siempre las gracias.




No es de extrañar que de golpe se sientan cansados. La lucha por la respetabilidad es agotadora. Pero los nuevos escritores tuvieron y algunos aún tienen (y Dios se los conserve por muchos años) padres que se agotaron y gastaron por un simple jornal de obrero y por lo tanto saben, los nuevos escritores, que hay cosas mucho más agotadoras que sonreír incesantemente y decirle sí al poder. Claro que hay cosas mucho más agotadoras. Y de alguna forma es conmovedor buscar un sitio, aunque sea a codazos, en los pastizales de la respetabilidad. Ya no existe Aldana, ya nadie dice que ahora es preciso morir, pero existe, en cambio, el opinador profesional, el tertuliano, el académico, el regalón del partido, sea éste de derecha o de izquierda, existe el hábil plagiario, el trepa contumaz, el cobarde maquiavélico, figuras que en el sistema literario no desentonan de las figuras del pasado, que cumplen, a trancas y barrancas, a menudo con cierta elegancia, su rol, y que nosotros, los lectores o los espectadores o el público, el público, el público, como le decía al oído Margarita Xirgu a García Lorca, nos merecemos. (¡Gracias Roberto Bolaño, por tus libros!)

miércoles, 15 de julio de 2009

BOLAÑO: SOBRE HUCKLEBERRY FINN DE MARK TWAIN




"A mí no me importa a qué raza pertenece: si es blanco, negro o amarillo. Es un hombre y no puede haber nada peor".
(Mark Twain)


Acabo de leer “Nuestro guía en el desfiladero”, un artículo de R. Bolaño donde se habla de Moby Dick de Herman Melville y de Las Aventuras de Huckleberry Finn, para muchos la mejor obra de Mark Twain.



Lo que Bolaño dice sobre Huckleberry Finn, como prefiguración de parte de la obra de William Faulkner y de Hemingway, es maravilloso:


Las aventuras de Huckleberry Finn no es una novela para gente decente sino más bien todo lo contrario, y eso es curioso, pues el éxito de esta novela entre gente decente, que al fin y al cabo son los compradores y consumidores de novela, fue enorme, la novela se vendió (y se sigue vendiendo) en cantidades astronómicas, lo que dice mucho de las pulsiones secretas de la gente decente o de la clase media, esa clase media hacia la que todos nos encaminamos, como soñaba Borges, y sin duda se leyó poco en los círculos más frecuentados por Huck, es decir entre los adolescentes hijos de padres alcohólicos y maltratadores huidos de casa, o entre los estafadores y malhechores, o en el círculo de los negros, aunque según Chester Himes la suerte de Las aventuras de Huckleberry Finn en las bibliotecas de las cárceles de Estados Unidos no es mala”.

Lo que más me gustó del texto de Twain rescatado por Bolaño es el capítulo XXI y XXII.


El capítulo 21 comienza con un conflicto motivado por una serie de insultos de un borracho llamado Boggs hacia el tendero del pueblo, el Coronel Sherburn, quien al tiempo se termina hinchando las pelotas:


-Estoy cansado de este asunto, pero lo aguantaré hasta la una. Hasta la una, ¿oyes?, no más. Si se te ocurre abrir la boca contra mí sólo una vez más después de esa hora, te aseguro que no podrás viajar tan lejos que no te encuentre.




Como el borracho sigue jodiendo, termina por matarlo de un tiro, luego de lo cual se retira lentamente de la escena.


La cuestión es que poco después, la turba rodea el cadáver y un tipo, llamado Buck Harkness, propone "linchar a Sherburn. Después de un minuto decía lo mismo todo el mundo, así que se marcharon, rabiosos, gritando y arrancando todas las cuerdas de tender la ropa que veían para colgarlo con ellas.

La respuesta del coronel Sherburn es fenomenal, la cito casi in extenso:


XXII.  Why the Lynching Bee Failed

   "The idea of YOU lynching anybody! It's amusing. The idea of you thinking you had pluck enough to lynch a MAN! Because you're brave enough to tar and feather poor friendless cast-out women that come along here, did that make you think you had grit enough to lay your hands on a MAN? Why, a MAN'S safe in the hands of ten thousand of your kind — as long as it's daytime and you're not behind him.

   "Do I know you? I know you clear through was born and raised in the South, and I've lived in the North; so I know the average all around. The average man's a coward. In the North he lets anybody walk over him that wants to, and goes home and prays for a humble spirit to bear it. In the South one man all by himself, has stopped a stage full of men in the daytime, and robbed the lot. Your newspapers call you a brave people so much that you think you are braver than any other people — whereas you're just AS brave, and no braver. Why don't your juries hang murderers? Because they're afraid the man's friends will shoot them in the back, in the dark — and it's just what they WOULD do.

   "So they always acquit; and then a MAN goes in the night, with a hundred masked cowards at his back and lynches the rascal. Your mistake is, that you didn't bring a man with you; that's one mistake, and the other is that you didn't come in the dark and fetch your masks. You brought PART of a man — Buck Harkness, there — and if you hadn't had him to start you, you'd a taken it out in blowing.

   "You didn't want to come. The average man don't like trouble and danger. YOU don't like trouble and danger. But if only HALF a man — like Buck Harkness, there — shouts 'Lynch him! lynch him!' you're afraid to back down — afraid you'll be found out to be what you are — COWARDS — and so you raise a yell, and hang yourselves on to that half-a-man's coat-tail, and come raging up here, swearing what big things you're going to do. The pitifulest thing out is a mob; that's what an army is — a mob; they don't fight with courage that's born in them, but with courage that's borrowed from their mass, and from their officers. But a mob without any MAN at the head of it is BENEATH pitifulness. Now the thing for YOU to do is to droop your tails and go home and crawl in a hole. If any real lynching's going to be done it will be done in the dark, Southern fashion; and when they come they'll bring their masks, and fetch a MAN along. Now LEAVE — and take your half-a-man with you" — tossing his gun up across his left arm and cocking it when he says this.

   The crowd washed back sudden, and then broke all apart, and went tearing off every which way, and Buck Harkness he heeled it after them, looking tolerable cheap. I could a stayed if I wanted to, but I didn't want to.