No soy muy original: me interesan algunas mujeres, el fútbol, la filosofía, la literatura, la música-especialmente el rock-, la política, el cine, las ciencias sociales… Me hubiera gustado jugar en la primera de Boca y salir campeón mundial con la selección argentina de fútbol, pero no me alcanzó el talento. Tengo pendiente salir campeón con mis amigos de algún torneo amateur. Escribo por varias razones, pero fundamentalmente para que me quieran.
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viernes, 27 de abril de 2012
lunes, 23 de abril de 2012
LA ORIGINALIDAD DE MAQUIAVELO
¿Se imaginan a un policía
antidisturbios, frente a un grupo de barrabravas de Chacarita enardecidos,
pensando “si alguien te golpea la mejilla
izquierda, ofrécele la derecha”? Si el chamigo actuara según criterios dictados por el Sermón de la Montaña, no sólo pondría en peligro su propia vida, sino que lo consideraríamos un ridículo, como lo demuestra el siguiente video de Cha cha cha.
- "¿Vos me estás diciendo que la música está arriba de la política? Yo ya sé eso, la música está arriba de la política. Gracias a Dios, si no estamos perdidos".
A despecho de lo que puede llegar
a creer algún cultor del “Lanatismo” -la doctrina según la cual la
investigación periodística se reduce a demostrar que “los políticos son todos
chorros” y la política es algo sucio y feo- , el político de raza no se mete en política para afanar guita,
aunque a veces lo haga, sino porque concibe a la política como una auténtica
vocación, a la que entrega gran parte de su vida y energía.
Si tenemos en cuenta que El
Príncipe es una obra breve, de
estilo seco, lúcido, cuya prosa constituye un modelo típico de claridad
renacentista: ¿cómo puede ser que haya suscitado un número tan grande de
interpretaciones encontradas?
La obra de autores como Platón,
Rousseau, Hegel o Marx, también ha dado origen a muchísimas lecturas diversas: “Pero entonces podría decirse que Platón
escribió en un mundo y un lenguaje que no podemos estar seguros de entender;
que Rousseau, Hegel, Marx fueron teóricos prolíficos, cuyas obras son
escasamente modelos de claridad o consistencia” (Isaiah Berlin).
¿Será por haber separado, como
asegura Benedetto Croce y quienes lo siguen en este punto, la política de la moral? No han faltado intérpretes que creen que Maquiavelo recomendó como políticamente necesarios ciertos
caminos que la opinión común condena moralmente; esto es, pisar cadáveres para
beneficio del estado. Según Isaiah Berlin, esta antítesis es falsa:
“Lo que Maquiavelo distingue no son los valores específicamente morales
de los valores específicamente políticos; lo que logra no es la emancipación de
la política de la ética o de la religión, que Croce y muchos otros comentadores
ven como el logro que la corona; lo que instituye es algo que corta aún más
profundamente: una diferenciación entre dos ideales de vida incompatibles, y
por lo tanto dos moralidades. Una es la moral del mundo pagano; sus valores son
el coraje, el vigor, la fortaleza ante la adversidad, el logro público, el
orden, la disciplina, la felicidad, la fuerza, la justicia y por encima de todo
la afirmación de las exigencias propias y el conocimiento y poder necesarios
para asegurar su satisfacción; aquello que para un lector del Renacimiento
equivalía a lo que Pericles había visto personificado en su Atenas ideal, lo
que Livio había encontrado en la antigua República Romana, lo que Tácito y
Juvenal lamentaron de la decadencia y la muerte en su propio tiempo. Estas
parecen a Maquiavelo las mejores horas de la humanidad y, como humanista
renacentista que es, desea restaurar. (…)” (I. Berlin). Los ideales de la
moral cristiana, en cambio, son la caridad, la misericordia, el sacrificio, el
amor a Dios, el perdón a los enemigos, el desprecio por los bienes de este mundo,
la fe en la vida ulterior, la creencia en la salvación del alma
individual, como valores incomparables,
más elevados que, y de cierto absolutamente inconmensurables a, cualquier meta
social, política u otra terrestre, a cualquier consideración económica, moral o
estética.
Para Maquiavelo no hay
posibilidad de conciliar ambas moralidades. La religión cristiana le da un
valor supremo a la humildad, la abyección, al desdén por las cosas humanas; la
religión antigua enfatizaba la grandeza de espíritu, el vigor del cuerpo y todo
lo que hace fuertes a los hombres.
Ahora bien, si los hombres fueran
distintos a lo que son y han sido siempre, podrían crear una sociedad cristiana
ideal, pero no es lo que ocurre en la realidad.
Como bien nota Berlin, Maquiavelo
no dice que la humildad, la bondad, la ingenuidad, la fe en dios, la santidad,
la compasión, son malas, o atributos sin importancia; o que la crueldad, la
mala fe, el poder político, el sacrificio de hombres inocentes a las
necesidades sociales, son buenos.
Lo que dice Maquiavelo es muy
similar a lo que años más tarde dirá Max Weber –gran lector del florentino, así
como también de Nietzsche- en La
política como vocación: elegir llevar una vida cristiana te condena a
la impotencia política: a ser usado y aplastado
por hombres ambiciosos, inteligentes e inescrupulosos. Tampoco cree que se
pueda llegar a una conciliación entre ambos mundos. Los políticos que toman
caminos intermedios, y ante determinadas circunstancias son incapaces de ser
completamente buenos o completamente malos, terminan por vacilar y caer en la
debilidad y el fracaso.
Insisto una vez más: el tipo no
trata de corregir las virtudes cristianas, ni llama “maldad” al “bien” y
“bondad” al “mal”. Lo que dice, según la lectura de Berlin, es que los principios cristianos son
incompatibles con las virtudes cívicas.
Maquiavelo condena, en el terreno
político, la inefectividad. En un pasaje de los Discursos sobre la primera década
de Tito Livio, dice que la fe cristiana ha hecho a los hombres “débiles”,
fácil presa de los “hombres malvados”, ya que aquéllos “piensan más en soportar las injurias que en vengarlas”.
La lección de Maquiavelo es que uno puede salvar su alma o puede mantener o bien servir un gran y glorioso estado, pero no siempre puede hacer ambas cosas a la vez. Como la de Aristóteles o Cicerón, la moralidad de Maquiavelo era social, no individual. Pero es una moralidad no menos que la de ellos, y no una región amoral más allá del bien y del mal.
En síntesis: ¿por qué la lectura de El Príncipe ha dado lugar a interpretaciones tan diversas? Según Isaiah Berlin:
"Me gustaría sugerir que es la yuxtaposición de las dos perspectivas en Maquiavelo -los dos mundos moralmente incompatibles, por decirlo así- sobre las mentes de sus lectores, y la colisión y aguda inconformidad moral subsecuentes lo que, a través de los años, han sido responsables de los desesperados esfuerzos por interpretar mal sus doctrinas, para representarlo como un cínico y por lo tanto, finalmente, como un superficial defensor del poder político, o como un satánico, o como un patriota que receta para situaciones particularmente desesperadas que raramente se presentan, o como un contemporizador, o como un amargado fracasado político, o como mero vocero de verdades que siempre hemos conocido pero no nos gusta pronunciar, o nuevamente como el ilustrado traductor de antiguos principios sociales universalmente aceptados dentro de términos empíricos, o como un criptorepublicano satírico (un descendiente de Juvenal, un precursor de Orwell); o un frío científico, un mero tecnólogo político libre de implicaciones morales (...)
Esta no es una división de la política y la ética. Es el descubrimiento de la posibilidad de más de un sistema de valores, sin ningún criterio común a los sistemas entre los que se puede hacer una elección racional. Esto no es el rechazo del cristianismo por el paganismo (aunque Maquiavelo claramente prefirió este último), ni el paganismo por el cristianismo (...) sino el acomodo de ambos lado a lado, con la implícita invitación a los hombres a escoger entre una vida privada, buena, virtuosa, o una existencia social buena, de éxito, pero no ambas".
MAX WEBER, LECTOR DE MAQUIAVELO:
La lección de Maquiavelo es que uno puede salvar su alma o puede mantener o bien servir un gran y glorioso estado, pero no siempre puede hacer ambas cosas a la vez. Como la de Aristóteles o Cicerón, la moralidad de Maquiavelo era social, no individual. Pero es una moralidad no menos que la de ellos, y no una región amoral más allá del bien y del mal.
En síntesis: ¿por qué la lectura de El Príncipe ha dado lugar a interpretaciones tan diversas? Según Isaiah Berlin:
"Me gustaría sugerir que es la yuxtaposición de las dos perspectivas en Maquiavelo -los dos mundos moralmente incompatibles, por decirlo así- sobre las mentes de sus lectores, y la colisión y aguda inconformidad moral subsecuentes lo que, a través de los años, han sido responsables de los desesperados esfuerzos por interpretar mal sus doctrinas, para representarlo como un cínico y por lo tanto, finalmente, como un superficial defensor del poder político, o como un satánico, o como un patriota que receta para situaciones particularmente desesperadas que raramente se presentan, o como un contemporizador, o como un amargado fracasado político, o como mero vocero de verdades que siempre hemos conocido pero no nos gusta pronunciar, o nuevamente como el ilustrado traductor de antiguos principios sociales universalmente aceptados dentro de términos empíricos, o como un criptorepublicano satírico (un descendiente de Juvenal, un precursor de Orwell); o un frío científico, un mero tecnólogo político libre de implicaciones morales (...)
Esta no es una división de la política y la ética. Es el descubrimiento de la posibilidad de más de un sistema de valores, sin ningún criterio común a los sistemas entre los que se puede hacer una elección racional. Esto no es el rechazo del cristianismo por el paganismo (aunque Maquiavelo claramente prefirió este último), ni el paganismo por el cristianismo (...) sino el acomodo de ambos lado a lado, con la implícita invitación a los hombres a escoger entre una vida privada, buena, virtuosa, o una existencia social buena, de éxito, pero no ambas".
MAX WEBER, LECTOR DE MAQUIAVELO:
A ojos de Weber, “lo patético de la acción estaba vinculado a
la antítesis entre dos formas morales, la moral de la responsabilidad y la
moral de la convicción. O bien obedezco a mis convicciones (pacifistas o
revolucionarias, tanto da) sin preocuparme por las consecuencias de mis actos,
o bien me siento obligado a rendir cuentas de lo que hago, aunque no lo haya
querido directamente, y entonces las buenas intenciones y los corazones puros
no bastan ya para justificar a los actores” (Raymond Aron).
Cuando se entra en política, la
moral que debe seguirse es la de la responsabilidad por las consecuencias de
las acciones que se toman en la coyuntura. Entrar en política es participar en
conflictos en los que se pelea por el poder, por la capacidad de influir sobre
el Estado y, a través de él, sobre la colectividad. Al mismo tiempo, el
político queda atrapado en la obligación de someterse a las leyes de la acción,
aunque esas leyes sean contrarias a sus convicciones más íntimas, a los diez
mandamientos o a las recriminaciones que Pepe Grillo le puede hacer en la
soledad nocturna de una conversación con la almohada. Los dardos de Weber
estaban dirigidos, probablemente, a los pacifistas de orientación cristiana y a
los revolucionarios principistas, a los idealistas. Aunque nuestro contexto y lugar no son los de la época de Weber -y mucho menos los de los tiempos de Maquiavelo-, la lección de ambos sigue teniendo vigencia.
Por ejemplo: para un seguidor de
la “ética de la convicción”, el aborto está mal sin importar las consecuencias,
y por lo tanto no debe ser legalizado. Un político debe considerar las
circunstancias, y las consecuencias que puede tener su no legalización sobre la
población femenina, sobre todo entre las mujeres que pertenecen a los sectores económicamente más desfavorecidos.
Aclaración importante: Weber no
quiere decir que el moralista de la responsabilidad no tenga convicciones, ni
que el moralista de la convicción no tenga sentido de la responsabilidad. “Lo que él sugiere es que, en condiciones
extremas, ambas actitudes pueden contradecirse y que, en último análisis, uno
prefiere al éxito la afirmación intransigente de sus principios y el otro
sacrifica sus convicciones a las necesidades del triunfo, siendo morales tanto
uno como otro dentro de una determinada concepción de la moralidad” (R.
Aron).
Esta es la lección que Weber toma
de Maquiavelo, según el cual la política se revela en situaciones extremas. Es
evidente que un buen político debe estar convencido de sus ideas –que no es lo
mismo que ser un necio o un soberbio- y al mismo tiempo ser responsable de sus
actos. Ahora bien, ¿cuál es la elección moral cuando es preciso mentir o
perder, matar o ser vencido? La verdad,
responde el moralista de la convicción (Lilita Carrió); el éxito, responde el (¿peronista?) moralista de la
responsabilidad.
Otro punto importante: no existe
criterio científico universal capaz de salvar al político de tomar decisiones
erróneas. Creer que la política debe someterse al dictado de la ciencia no es
más que “cientificismo” (1). La política es negociación constante, y por lo común,
no hay una medida política o económica que beneficie a todos: generalmente se
perjudica a algunos en beneficio de otros.
(1) Acerca del "científicismo hablamos aquí.
Para seguir leyendo:
http://artepolitica.com/comunidad/claude-lefort-y-la-democracia-como-lo-opuesto-a-la-ausencia-de-conflicto/
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