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domingo, 30 de septiembre de 2012

ALGUNOS CLIVAJES PARA ENTENDER UN POCO MEJOR LA POLÍTICA ARGENTA

Visto y considerando que me lloran los ojos a consecuencia de una conjuntivitis úta y vigilante que tiene mucho aguante, disfruto de escuchar hermosos temas como éste, mientras les copio y pego un muy buen artículo de José Natanson:



Por José Natanson

Desde la recuperación de la democracia en 1983 hubo tres grandes impulsos de cambio progresista: el alfonsinismo, el Frepaso y el kirchnerismo, cuyo éxito se explica, entre otras cosas, por su capacidad de establecer nuevas líneas de división política (clivajes, en jerga politológica) en torno de las cuales se organizaron la competencia electoral y el debate público.

Comienzo por el principio. Raúl Alfonsín, uno de los pocos políticos de primer nivel que se habían opuesto públicamente a la guerra de Malvinas y que había denunciado los horrores de la dictadura, fue el primero, también, en comprender que las elecciones de 1983 no marcaban un retorno transitorio de la democracia, supeditada al juego pretoriano y la voluntad de los militares, sino el inicio de una nueva era institucional. Con su denuncia del pacto militar-sindical y su apelación a los valores democráticos (cuyo emblema fue el recitado del preámbulo de la Constitución como un rezo laico), Alfonsín logró que la discusión política se estructurara en torno del eje dictadura-democracia, y ganó las elecciones.

Más tarde, cuando Menem firmó los indultos y confirmó su giro definitivo a la ortodoxia económica, Chacho Alvarez se convirtió en el primer dirigente peronista en romper con su partido, un salto sin red ni paracaídas al llano de la política. Tras vegetar en el subsuelo de la consideración popular durante unos años, Chacho encontró su gran momento cuando el alfonsinismo se mimetizó con el gobierno en el Pacto de Olivos, habilitando un espacio para la oposición que no demoró en ocupar como líder indiscutido del anti-menemismo. Con un perfil personal muy diferente del de los menemistas más notorios (nada de corbatas amarillas ni trajes de mil dólares), Chacho (y su criatura política, el Frepaso) consiguió llevar el debate político al terreno que mejor les sentaba. Su clivaje (y luego el de la Alianza) fue corrupción-transparencia, aunque el costo derivado de este éxito fue altísimo: la neutralización de la discusión económica y el fin del debate sobre el modelo.

Por último, el kirchnerismo. Quizás una de las explicaciones más importantes de su éxito –atención intelectuales que se quejan de que al Gobierno le falta un “relato”– sea su capacidad para organizar la disputa política alrededor del eje neoliberalismo-antineoliberalismo (y sus derivaciones: mercado-Estado, producción-finanzas, concentración-redistribución). Las medidas más interesantes de los últimos años se inscriben en esta lógica, desde la renegociación de la deuda externa en los inicios del ciclo K a la nacionalización de las jubilaciones o la creación del Ingreso Universal para la Niñez. Del mismo modo, el segundo clivaje instalado con éxito por el Gobierno –dictadura-derechos humanos– también explica algunas de sus movidas más virtuosas, como la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final, y otras que, inesperadamente, ha logrado situar en este marco (la capacidad de centrar el debate por la nueva regulación de los medios audiovisuales en la necesidad de cambiar la “ley de la dictadura” ayuda a explicar su éxito, pero también sus fallidos: la desdichada comparación del embargo de goles con el secuestro de personas).

Inversamente, el gran fracaso político del actual Gobierno –el conflicto con el campo y su traducción electoral en la derrota en los comicios de junio– se explica por una larga serie de motivos, desde su intransigencia negociadora hasta la capacidad de las organizaciones de productores rurales de mantenerse unidas. De entre todos ellos, quizás uno de los más importantes haya sido la obsecación kirchnerista en centrar el conflicto del campo en un clivaje que se reveló inverosímil: la división pueblo-oligarquía no logró convertirse en el eje de la disputa política, pese a los esfuerzos del Gobierno por dotar a su posición de un tono épico y plantear el conflicto en términos epopéyicos (en uno de sus discursos menos felices, Kirchner llegó a hablar de “comandos civiles”).

Y ahora, como se comprueba prestando una mínima atención a los discursos oficiales, el Gobierno busca que la disputa creada en torno del Fondo del Bicentenario y la remoción de Martín Redrado se inscriba en esta división del campo político. Por una vez, la televisión ayuda a los Kirchner: si en su momento la imagen de un Alfredo De Angeli desdentado impedía presentarlo como el líder de una supuesta oligarquía terrateniente, el perfil de Redrado –sus trajes perfectos, la fachada de su casa y su impresionante Audi gris– sí permite identificarlo como un referente del neoliberalismo, lo cual demuestra que la imagen no siempre puede ser guiada con mano maquiavélica por los directivos de los canales privados y que a veces se independiza, generando efectos insospechados.

El intento oficial por situar el debate en términos de neoliberalismo-antineoliberalismo encuentra otros escollos. En primer lugar, por la evidencia de que Redrado fue durante años funcionario (y funcional) al modelo K, como vicecanciller primero y como titular del Banco Central después, por lo que no tiene mucho sentido descalificarlo, ahora, como un ortodoxo puro y duro.

Pero lo central, más allá del juego de imágenes y antecedentes, es la discusión económica de fondo, que tampoco es tan transparente. El Fondo del Bicentenario es uno de los pasos del plan de Amado Boudou –cuya formación, estilo y hasta opción estética no son tan diferentes de las de Redrado– para volver a los mercados internacionales de capitales, plan que incluye la anulación de la “ley cerrojo”, la negociación con los holdouts, el reinicio de la conversaciones con el Club de París y hasta un posible nuevo acercamiento al FMI. Y no se trata de cuestionar esta estrategia, que busca que Argentina pueda volver a refinanciar sus deudas como hacen casi todos los países, sino de ponerla en su justo contexto: acertada o no, la decisión es cualquier cosa menos la gesta antineoliberal que creen ver algunos integrantes del kirchnerismo sunnita.

El eje fue cambiando. En un segundo momento, cuando la discusión había escalado y Redrado se atrincheraba en el Banco Central, el debate comenzó a girar en torno de la utilización de los recursos liberados por el Fondo del Bicentenario, acercándose, ahora sí, a los términos favorables al Gobierno. En efecto, la idea de que el pago con reservas permitiría obtener recursos adicionales para ampliar el gasto social, financiar nuevos proyectos de infraestructura o construir más escuelas –frente a una oposición que propondría pagar la deuda ajustando– puede ser válida, pero también tiene un problema. Por mandato constitucional, el encargado de asignar los recursos es el Parlamento, por lo cual la oposición tiene todo el derecho del mundo a reclamar un lugar en el debate acerca del destino de estos fondos (esto fue más o menos lo que planteó el radicalismo cuando propuso apoyar el desplazamiento de Redrado a cambio de discutir el Fondo del Bicentenario). Esta posibilidad, ajena al estilo decisionista del kirchnerismo, obligaría al Gobierno a convocar a sesiones extraordinarias o posponer su proyecto hasta marzo.

Pero no sólo el Gobierno tiene problemas para instalar el debate en los términos que más lo favorecen. Al igual que el oficialismo, la oposición también busca instalar su propia división. La de Elisa Carrió es, desde años, autoritarismo-institucionalismo. Para un sector de la derecha, el eje es populismo-república, clivaje que reproduciría las divisiones que se viven en otros países de la región (en particular Venezuela) y que ha tenido bastante éxito en las clases medias de los grandes centros urbanos. En la campaña de 2007, la frontera elegida por Mauricio Macri fue eficiencia-ineficiencia (aunque, a juzgar por los resultados de su gestión, va a tener que ir buscándose otra idea). El eje de Luis Patti viene siendo, desde hace años, garantismo-mano dura. Y el clivaje que a su manera ambigua pero persistente intenta definir Julio Cobos es quizás el más inteligente de todos: al centrar la disputa en el eje consenso-conflicto, el vicepresidente instala un clivaje que niega los clivajes, una división del campo político cuyo quimérico objetivo es superar las divisiones.

La estrategia es astuta pero no perfecta. Cobos ocupa un lugar institucional único, que lo ayuda y a la vez le impone límites a sus ambiciones. Lo ayuda porque, desde su cargo de vicepresidente –es decir, como nexo natural entre el Legislativo y el Ejecutivo– puede afirmar que quiere “ayudar” al gobierno del cual sigue formando parte. Y si el oficialismo denuncia el cinismo y el fondo anti-institucional detrás de esta postura, Cobos responde que su intención es ayudar a la Casa Rosada incluso contra sus propios deseos (como si el Gobierno fuera un chico que no sabe lo que quiere): ésa fue, de hecho, la justificación del voto no positivo. En este contexto, su principal atributo político –la percepción social de que es un límite a los Kirchner– le exige mantenerse en su puesto de vicepresidente, pero también puede encerrar el germen de su fracaso si alguno de sus movimientos es interpretado como obstruccionismo o, peor aún, desestabilización. El problema es que la idea del consenso no puede funcionar siempre. En ciertos momentos, la política exige definiciones por sí o por no (y, por lo tanto, conflicto). En la disputa por la 125, Cobos votó contra el Gobierno; ahora, según han dejado trascender sus allegados, podría acompañar con su voto en la comisión la decisión de Cristina de desplazar a Redrado del Banco Central. Obligado a medir milimétricamente cada movimiento, cada gesto, Cobos transmite una combinación de moderación y firmeza que le ha dado buenos resultados, aunque la cornisa por la que camina es estrecha y la distancia de 2011, muy larga.

lunes, 16 de julio de 2012

DOS ARTÍCULOS INTERESANTES: "SCIOLI COMO SÍNTESIS" Y "APOCALIPSIS NOW"

Me parecieron interesantes estos dos artículos sobre la coyuntura política y económica. El primero lo escribió José Natanson: SCIOLI COMO SÍNTESIS.

El segundo artículo fue escrito por Ezequiel Meler, y advierte algunas complicaciones que sufre "el modelo" kirchnerista: APOCALIPSIS NOW.

La cita de ambos artículos se la debo al blog de Lucas Carrasco, quien aunque a veces se pierde en pelotudeces haciéndose el provocador bukowskiano petardista, suele citar y escribir buenas reflexiones sobre la coyuntura política.

Pego tres fragmentos del artículo de Meler:

"Pero como eso tampoco alcanza y es cierto que la transformación social no ha llegado (¿quién dijo que estaba en los planes?), entonces debe ser que es lo que viene ahora. Porque o avanzás o te caés, y el que se estanca se pudre, y… ¿Y? Poco timing, chicos, lo que viene ahora es buscar mercados como loco, así sea en Uzbequistán, porque no somos competitivos. Y no se siente en los bolsillos, porque es la vieja historia de la economía argentina la que vuelve: el Estado se nos cae encima, literalmente, y en el medio se lleva puesta la actividad económica. Vamos frenando poco a poco, pero la inflación no baja lo esperado, y entonces la devaluación, que ciertamente existe, corre riesgo de trasladar sus efectos.
“Porque del laberinto se sale por arriba”. Sí, claro, pero ¿dónde es arriba? ¿Impuestos a las mayores fortunas? No creo, no. ¿Parar la obra pública? Eso es mucho más probable, ya está pasando. El problema es que es recesivo en recesión, valga la depresión ¿Y las 400 mil viviendas en cuatro años? ¿Y Candela? La pregunta es igual de irrelevante: el gobierno no tiene la plata y con racionalidad busca accionistas para YPF. Mientras tanto, las provincias se endeudan porque el parate de la actividad se traslada a la recaudación, y aunque el porcentaje es el mismo que el año pasado, el número real es más bajo.
(...) 

Dejá de hablarte a vos mismo. Las glorias pasadas se recuerdan en la derrota. Ponete a laburar con imaginación, porque si no, nos comen los albatros. Este no es un problema de comunicación: esto es en serio. Tanto hablar del retorno de lo político y lo que retorna, al final, es lo económico.

Eso es todo. 

domingo, 29 de enero de 2012

LA POLÍTICA Y EL LANATISMO


El lanatismo es una forma burda de periodismo, ejemplificado en este fragmento de pseudo-progre que pretende ser crítico, mordaz y provocador, cuando en realidad sus notas suelen reducirse a fuegos artificiales, pastiches de información pegada con moco y “pergolinismo” para consumo preferencial de lectores apolíticos.


Según Lanata, "El “crCursivaeador” de La Cámpora es un chico de 34 años que no terminó TEA, abandonó Abogacía y sólo trabajó cubriendo los vestuarios en los partidos que transmitía Radio Provincia de Santa Cruz y cobrando los alquileres de los padres. Sus acólitos tampoco tienen trayectoria alguna y se desvelan por ocupar puestos ejecutivos bien rentados y mudarse a Puerto Madero".


Hasta donde sé, Lanata tiene secundario completo, pero ningún título universitario, lo que a priori no explica nada. El escrito de Lanata no sirve para pensar la política, sino para reordenar los prejuicios, de modo tal que un antikirchnerista se alegrará de leerla, y un kirchnerista terminará indignado sin haber entendido una mierda de los intereses involucrados. ¿Resultado? “¡Qué capo Lanata, te bate la justa”, o “¡qué gordo pelotudo, siempre contra el gobierno!”. Es una nota que podría haber sido escrita por Lucho Avilés.
En términos generales, el poder implica conducir conductas y disponer de su probabilidad induciéndolas, apartándolas, facilitándolas, dificultándolas, impidiéndolas. Allí donde hay intereses económicos importantes no hay lugar para el voluntarismo político libre y sin resistencias.


Ejemplo de análisis “lanatiano”: centrarse en el feeling entre Cristina y Moyano. Antes eran amigos y ahora son enemigos, ¡qué barbaridad!


Ejemplo de análisis serio: “Por eso quizá lo importante no sea tanto el feeling personal entre la presidente y el camionero sino preguntarse si el gobierno está dispuesto a cambiar su sistema de alianzas, el mismo que le permitió conservar el poder en los momentos más bajos del ciclo, como durante la crisis del campo de 2008. Hasta el momento, la sociedad kirchnerismo-CGT ha sido menos el resultado de un capricho personal que el producto de una convergencia de intereses, entre un modelo que apuesta al mercado interno, promueve políticas de salarización e impulsa las negociaciones paritarias, y un sector, el de los trabajadores organizados, que ha resultado claramente beneficiado en los últimos años”. (Natanson)


En lugar de ocuparse de cuestiones centrales, Lanata se limita a desviar el eje de la discusión con tonterías jerárquicamente mucho menos importantes que el debate sobre la nacionalización del petróleo y el análisis de los complejos poderes que intervienen. El poder no es un absoluto, sino el resultado de un complejo entramado de relaciones. Eso lo sabe hasta un estudiante que acaba de terminar el CBC.


A continuación reproduzco otro fragmento de José Natanson, alguien que habla desde el conocimiento y no como si fuera un periodista-estrella que le bate la posta al resto de la gilada:


"Por su propia naturaleza, por la lógica misma con la que operan, los medios de comunicación, en especial pero no exclusivamente los electrónicos, tienden a personalizar los episodios y los procesos. Renuentes en general a considerar las tensiones de la estructura económica, los intereses objetivos de los actores corporativos y los sustratos ideológicos que se esconden detrás de los posicionamientos políticos, los medios suelen reducir sus narraciones a las formas de la amistad, el odio y la traición. Su enfoque es personal y su tono el del melodrama.


Y es cierto, por supuesto, que la política no es sólo el producto automático de una serie de fuerzas en juego y que las personas, sus sueños y miserias, le imprimen siempre un tono particular, pero también es verdad que abaratarla a una telenovela de la tarde ayuda poco a entender las cosas”. (“Como el salmón”, El Dipló de enero de 2012).


Dos verdades que ya deberían ser obvias: 1) La democracia no se reduce a la búsqueda de consenso, sino también a la administración y gestión de conflictos casi inevitables. Muchas veces  existen intereses que, hasta cierto punto, sin imposibles de conciliar; 2) Poder no equivale a "gobierno". Hay muchas corporaciones e intereses -políticos, financieros, mediáticos- pugnando, acordando, pactando y enfrentándose continuamente entre sí. El gobierno es parte del poder, no es EL poder.

En el mejor de los casos, suponiendo que todos personalmente fueran puros y castos: Moyano defiende los intereses de sus representados, Cristina defiende los intereses de sus representados, las petroleras defienden sus intereses, etc.

Hoy juega Boca vs River. ¿Cuál sería la búsqueda del consenso, firmar el empate de antemano?


No me malinterpreten: no estoy negando la importancia de buscar ciertos consensos en determinados temas. Es cierto que a los argentinos nos cuesta muchísimo hacer proyectos sustentables a largo plazo. Cada nuevo gobierno suele despreciar lo hecho por el gobierno anterior, y tiende a "empezar desde cero".

Post scriptum: aquí una opinión de alguien que sabe de lo que está hablando, que contextualiza, que logra matizar. ¿Se puede discutir lo que dice? ¡Pues claro! Pero es como discutir de medicina con un médico, y no con alguien que te está hablando de la "teoría de los humores".