Mostrando entradas con la etiqueta INTELECTUALES. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta INTELECTUALES. Mostrar todas las entradas

martes, 20 de noviembre de 2012

EL DÍA EN QUE ROBERTO GARGARELLA RESCATÓ UN EJEMPLO HISTÓRICO DE GOBIERNO LATINOAMERICANO QUE LE SIMPATIZÓ: EL DE SALVADOR ALLENDE

En esta muy buena discusión que se suscitó hace un tiempo en Arte Política, Roberto Gargarella, ante la presión general típicamente filo k sucia caca mala corrupta, terminó por dar un ejemplo histórico de un gobierno latinoamericano que le parecía positivo: la gestión de Salvador Allende.

Ahora bien, ¿cuánto duró la presidencia de Salvador Allende? Desde el 4 de noviembre de 1970 al 11 de setiembre de 1973. Una elección esperable, dado que como izquierdistas bienpensantes nos permite dar un ejemplo histórico de un presidente que al ser asesinado, no tuvo mucho tiempo de hacer ninguna cagada. Pero ojo, que eso no le impidió a RG hacerle al gobierno de Don Salvador "miles de críticas".

Otra ventaja de la elección radica en la posibilidad de variar, para no tener que responder siempre con el típico "estoy a favor del igualitarismo que se da en los países escandinavos bla bla bla".


Y eso es lo que a mí me deja tranquilo: me gusta criticar a todos los gobiernos en nombre de mis ideas, sobre todo si se trata de gobiernos medio peronchos, pero cuando me piden ejemplos elijo a Allende y listo.

La cita exacta:


Nicolás Tereschuk: "No llego a entender cuál sería el gobierno latinoamericano que te parezca más rescatable  en los últimos cien años.
Saludos"

RG: "el de salvador allende. lo que no me priva de hacerle un montón de críticas, porque apoyar a un cierto gobierno no implica callarse las críticas, no? hablemos luego de la ley antiterrorista, de proyecto x y de reposo, sino parece que estoy respondiendo encuestas. abrazo"

martes, 18 de septiembre de 2012

ALEJANDRO KAUFMAN Y LOS CACEROLAZOS DE 2001

Me pareció interesante hacer “revisionismo histórico” con una entrevista que Alejandro Kaufman le dio a Página 12, publicada el lunes 28 de enero de 2002. Les copio y pego la entrevista:

 “Uno no constituye una acción política por los ahorros”

Lejos del entusiasmo por los cacerolazos, ve un capricho donde otros leen una toma de conciencia. Critica el consumismo y la complicidad con los que prometieron acercarse a Miami a costa del sufrimiento y la marginación de otros. Una crítica dura que hace pensar.

 Por María Moreno

¿Qué opina del entusiasmo del italiano Paolo Virno ante los cacerolazos en Argentina? ¿Comparte su entusiasmo ante el surgimiento de la “multitud” en desobediencia civil?

–Cuando Virno percibe algo positivo en lo que está pasando en la Argentina, vía cacerolazos, está hablando desde sociedades que tienen derechos civiles, instituciones fuertes y una cultura de la integración. En la Argentina las instituciones realmente consistentes, es decir que se sustentan sobre fenómenos de integración, de reconocimiento del otro y que constituyen espacios de amparo para sus integrantes o para terceros, -porque no hay que pensar solamente en lo bueno, en lo que uno comparte– son la familia y la policía. Y cuando me refiero a la policía no me refiero solamente al cuerpo de los integrantes de la policía sino a toda la cultura policíaca.

–Le pido un poco de historia.

–Este país tenía la utopía de volver a Europa haciendo Europa aquí. Y de realizarla a través de la corriente inmigratoria con la idea de culminar a imagen y semejanza de los países llamados desarrollados. Hasta 1976 esa utopía se realizó en un proceso creciente de integración social. El yrigoyenismo, el peronismo, el movimiento revolucionario de los setenta planteaban de distintas maneras una lógica del reconocimiento del otro que es lo que define a una verdadera institución social. Cuando eso se quebró ni los emprendimientos culturales, ni los sociales, ni el enriquecimiento relativo que pueda tener una clase media fueron objeto del reconocimiento del otro –y el otro es tanto el que está arriba, como el que está al costado o abajo–. Por eso en la Argentina es tan fácil la guerra de pobres contra pobres, la ruptura del lazo solidario. Y es porque los procesos históricos que han intentado crear otra cosa han fracasado o han sido destruidos. Yo creo que si uno tiene que recurrir a una referencia sobre una experiencia histórica real de justicia social tiene que pensar en el peronismo. Y el hecho de que durante décadas buena parte de la clase media argentina, incluidos los intelectuales progresistas y las izquierdas, no hayan reconocido que el peronismo es la condición práctica de la experiencia real de la justicia social fue grave. Que hoy en día siga teniendo vigencia el término “gorila” y que haya gente que se identifica como tal indica la incapacidad de saldar la historia que tiene esta sociedad. En las sociedades donde hay reconocimiento del otro no es que no haya guerra civil ni oposición interna o lucha de clases, pero los contendientes no consideran al otro ajeno a la nacionalidad.

–O a lo humano como desde el gorilismo, el aluvión zoológico.

–En esas sociedades desde las que habla Virno yo considero al otro propio de mi comunidad aunque lo mate porque diverja con él. Por ejemplo, si yo soy un aristócrata y el otro es un punk, y ese punk vomita, yo le tiro gases pero no digo que no es de mi nacionalidad, de mi país.

–Aquí hay una enunciación que siempre retorna: el otro a expulsar se define como “no argentino”.

–En ese sentido 1955 es un primer momento gravísimo. ¿Cómo una historia se puede construir sobre la integración de todo un colectivo social a la vida económica y cultural del un país al que después se vuelve a expulsar? Si alguien creció, se desarrolló, se integró y yo lo reconozco como tal no puedo pretender que vuelva a donde estaba antes. Eso provoca una condición de desamparo, una lesión indeleble.

–Usted advierte un primer quiebre con la política de la integración en el ‘55. Más allá del comienzo desembozado de una política del sacrificio en el ‘76, ¿cómo ve una continuidad?

–En 1976 lo que se propone es: vamos a construir una sociedad sobre el sacrificio de una parte de ella. Y esto lleva a la destrucción de toda la sociedad. Porque una sociedad no puede plantearse en esos términos (fue lo que pasó con el nazismo alemán). El menemismo renueva esa propuesta con lacomplicidad de la clase media a la que le propone, bajo la condición del sacrificio de lo que ahora son catorce millones de pobres, realizar esa utopía de “ser como ellos” en su forma más baja, es decir consumista al modelo Miami. Y acá hay que señalar una cosa: Menem fue reelegido. El primer Menem mintió, el segundo fue reelegido. Y el sujeto social que ahora protesta es el que reeligió a Menem. Acá lo que duele no es que yo pierda lo que tengo sino que me lo saque el otro que estuvo de acuerdo con que yo lo tuviera. Y ese es nuestro sufrimiento. Tengo un recuerdo del último año, donde no fue el movimiento social el que derribó meramente el gobierno sino que el gobierno hizo todo lo posible por autodestruirse. Había sido un año en que cada tantas semanas había un nuevo ajuste y hubo una noche que yo sentí como un límite. Salió en un titular de La Nación algo así como “En el 2002 se está pensando en no pagar el aguinaldo”. Esa era una forma perversamente cruel no de aplicar la guillotina sino el garrote vil, ese tornillo que gira lentamente pero que no logra matar al patibulario sino que hay que volverlo a dar vuelta. No un corte cruel e indoloro sino la tortura. La pregunta es entonces ¿cómo fue posible que tardara tanto en producirse un movimiento social? Ahora, si el movimiento de los cacerolazos tiene algo de creatividad es su ira y su catarsis de ese sufrimiento.

–Usted no ve aquí esa multitud protagonista en la que Virno encuentra fecundidad política.

–Yo pienso que hay que diferenciar entre un movimiento de oprimidos y un movimiento de damnificados. El del cacerolazo es un movimiento de damnificados que están reclamando que se haga lo que se les prometió. Y lo que se les prometió era un cierto bienestar en base al sacrificio de una parte de la población, pero ese bienestar no se garantizó porque, llegado el momento, los más poderosos se quedaron con todo. Entonces, en este movimiento uno puede encontrar heterogeneidades, anomalías, diversidades, pero se trata de un movimiento que cree en la normatividad, cree en la propiedad. Que son todos conceptos socialmente discutibles, más cuando se han constituido en pocos años sobre una violencia extrema bajo la forma de la exclusión, el genocidio y el empobrecimiento. Y aquí hay que agregar otra cosa, que es también poco común en otras sociedades, y es que el problema de la Argentina no es la pobreza ni la confiscación de depósitos sino que uno obtiene algo en base a un esfuerzo en el transcurso del tiempo por un proyecto aparentemente común y después se le quita arbitrariamente y de una manera caprichosa, sin ningún motivo justificable como una catástrofe natural o una guerra. Vos fijate esta frase, “Que se vayan todos”, dicha por los caceroleros. El momento de decirla era 1984. En ese momento hubiera significado “que no vengan éstos que estuvieron donde no tenían que estar, en la dictadura de la que fueron cómplices”. ¿Por qué se la dice ahora? ¿Zamora se tiene que ir? ¿Alicia Castro? ¿Elisa Carrió? ¿Patricia Walsh? Es demencial no articular un fenómeno de protesta con los sectores que tienen algo que decir. Estos damnificados que no obtuvieron lo que esperaban obtener por su complicidad y complacencia durante estas décadas, los meten en la misma bolsa con sus propios benefactores fallidos sobre los que ahora escupen. A eso llamo yo capricho. Porque si fuera un deseo sería interesante. Es el capricho de quien tiene su subjetividad entregada al confort, a la comodidad, a la complacencia. No es casual que todo este movimiento sea de gente que nunca militó en nada, que nunca salió a la calle. Otro componente del concepto de damnificado es la conversión. Estos damnificados son conversos de lo que pensaban hace un ratito. El oprimido en cambio no es un converso, es alguien que ha sido sustraído a su deseo de libertad frente al cual la única posibilidad que le quedaba en caso extremo era suicidarse. Ahora, en ciertas ocasiones los colectivos producen esos milagros seculares o ateos que son las rebeliones. Pero no es el caso de este movimiento que vemos aquí. Hay una frase de Lenin que dice hay que separar la paja del trigo.

–Y otra de Marx que dice “Sí, hay mil obreros, pero ninguno comunista”.

–Debe significar algo parecido. Como “Muchos vecinos pero ningún ciudadano”. Porque hoy el que reclama algo es el directamente afectado, entonces se rompe la cadena de solidaridad. El que tiene hambre, pide de comer, y el que tiene los ahorros en el corralito pide los ahorros.

–Eso no tiene una dimensión política.

–Es que en la Argentina existe una política de la entrega y de la quita. Es como cuando se construyen edificios sin ventanas que se puedan abrir porque va a haber aire acondicionado, pero después no hay presupuesto para el aire acondicionado. Cuando un político quiere construir una obra nunca va a dotar de elementos a un hospital sino que va a construir un hospital porque los elementos de un hospital producen una penuria gris constante y mediocre, lloricona, que no opera políticamente pero sí opera el edificio que después va a quedar como “obra” aunque esté vacío porque no hay recursos.

Está ese átomo de multitud que protesta frente al lugar donde fueron asesinados los tres jóvenes que miraban el cacerolazo por TV. Y la que forma parte del reclamo por el corralito no asocia una causa con la otra.

–Ese acontecimiento fue muy interesante porque no pedían más cárceles, más castigos, tuvo un signo de tipo más bien convivencial. Pero no se articuló. Tengo un escepticismo muy grande en cuanto al relato entusiasta de lo que está pasando. Un amigo me decía en estos días “Habrá que catacumbarse”. A mí no me gustó esa palabra: vos podés catacumbarte frente a un poder consistente, a una institución poderosa sólida, monolítica, frente a la cual vos, como entidad débil, te escondés. Acá las instituciones son fluidas, disgregadas. La imagen que se me presenta en estos días es la de Sodoma y Gomorra, la de una ciudad que se autodestruye porque la ausencia extrema de acciones justas lleva a un todos contra todos que disuelve el lazo social. Entonces el peligro de la Argentina, la catástrofe, no es material. No es solamente la pobreza sino el desamparo al que nos hemos sometidos nosotros mismos y del que somos cómplices los que hemos podido viajar, comer, estudiar en estos años, no con nuestra acciones, sino como cuando uno acepta el donativo del poder o de la mafia. Porque el amparo no es el bienestar sino el reconocimiento frente a las dificultades. ¿Qué pasó con eso? La catástrofe de las inundaciones de la provincia de Buenos Aires que fue atroz verificó un desinterés del conjunto de la sociedad por sectores que fueron la cuna de la fuente de recursos incluso simbólicos de la Argentina. El desamparo del estanciero, del chacarero y del trabajador rural no es porque se les inundó el campo, es porque no es objeto de interés por el resto. Y no por el estado o el gobierno sino por el conjunto social. Nunca hemos sabido negarnos al sacrificio de otros que quedaron afuera y no lo digo como mea culpa, algunos hemos resistido de distintas formas, culturales, sociales, políticas, muy minoritarias, no escuchadas, no reconocidas, sin presencia en este movimiento actual. Este movimiento actual está desgajado de la historia de la resistencia de estos años que si bien trata de integrarse no está reconocida por el movimiento: Las Madres de Plaza de Mayo, los HIJOS, los familiares de presos. Los sectores educativos, por ejemplo, hemos sido totalmente denigrados porque la carpa blanca estuvo 1000 días y el incentivo se vuelve a desconocer ahora en medio de todo este movimiento. Tampoco esta salida de la Ctera planteando que no va a haber clases en marzo tiene la suficiente relación que uno esperaría con el movimiento cacerolazo. Y otra cosa que asombra es la escisión o el divorcio casi total con la corriente clasista y combativa y el movimiento piquetero.

Hay algo que es interesante en el movimiento que es un intento de regulación interna de la violencia.

–El movimiento cacerolazo no es pacífico. Es manso. La dinámica cacerolera es que la gente va y está un tiempo y después se va, cuando se empieza a enrarecer el ambiente. Porque hay sectores radicalizados y provocadores. Y los provocadores no son determinantes de la violencia. Unprovocador no puede producir la rotura de todos los cajeros del centro. Eso lo hace un sector del movimiento social y el conjunto del movimiento cacerolero no tiene ni la capacidad de evitar la violencia –porque el pacifismo significa el coraje de enfrentar a la violencia– ni con la policía ni con los provocadores. Por eso digo: la policía es una institución que funciona porque ha sido cómplice de la demolición de edificios mientras que el movimiento social va lleno de ira y termina rompiendo la pantalla de un televisor. No ha reaparecido la violencia en la Argentina. No digo que tendría que reaparecer pero lo que uno puede verificar es la mansedumbre. Es un movimiento manso, tranquilo a lo Piero que testimonia su inquietud por haber perdido un bienestar módico pero que, al mismo tiempo presenta fenómenos de creatividad como la ira y la catarsis que es la exteriorización del sufrimiento. Lo que sí me resultó significativo es que no se pudiese haber evitado la represión del 20. El hecho de que hubieran tenido que morir 20 personas y nadie lo pudiera evitar. En esta sociedad el hecho de que muera gente a nadie le produce miedo. No asusta. Se tolera. Entonces ahí también hay una tensión que no hay en otros países latinoamericanos entre un discurso bien intencionado de la ley, de la moral y de las buenas costumbres y de los derechos humanos y una realidad en que la vida tiene poco valor. Hay un imaginario del cacerolazo como algo de una gran potencialidad que no se está verificando. Uno no constituye una acción política solidaria alrededor de los ahorros. Se constituiría, por ejemplo, si se donaran los ahorros a los hambrientos. Qué reclamo tan desagregado y desintegrador social es por ejemplo: Yo tengo una enfermedad gravísima que tengo que tratar con mis ahorros, no me dan mis ahorros y entonces no puedo tratar mi enfermedad . Esto sucede en lugar de que haya un mecanismo social de asistencia que fue destruido. Y como fue destruido me moriré. Y siguiendo con lo de los damnificados: no es verdad que existe la propiedad de esos depósitos porque el valor de esos depósitos fue constituido sobre fenómenos de exclusión de sectores sociales y de enajenación de los bienes nacionales. No es mío sino nuestro y habría que discutir qué significa ese nosotros. No hay una relación entre lo que el movimiento cacerolazo dice de sí mismo y lo que es. No es un entusiamo, es un capricho. Es como la movilización que hubo en torno de las Malvinas, la de una multitud pasiva que en un momento dado se encapricha con algo que percibe espontáneamente y después abandona como un niño sus juguetes.

–Hay quienes ven los cacerolazos en el marco de los movimientos antiglobalización.

–El movimiento antiglobalizador como otros movimientos europeos y norteamericanos de los setenta o los ochenta han sido cuestionadores del consumismo o de la forma capitalista de existencia. Este es todo lo contrario, es un grupo que protesta porque no se les proporcionó la garantía de que iba a continuar este sistema de consumismo. Si acá se logró la globalización con una integración al consumismo, la dialéctica globalización–antiglobalización es una dialéctica que nos es distante aunque ejerza efectos sobre nosotros. A lo que se agrega una distancia literal. Para la clase media ser el país que quería ser significa aproximarse a ese mundo del que hemos sido desarraigados y del que estamos muy lejos incluso físicamente. Hoy esa distancia física que se refiere a nuestros propios movimiento corporales y al acceso a los bienes se duplicó. Porque se duplicó el valor del dólar. Somos como un tipo de clase media que vende sus muebles para poder asistir a un crucero de lujo con un millonario y después se vuelve a la casa y no tiene muebles mientras que el crucero ya pasó. Entonces ni podemos comprar un pasaje para el país del mundo donde se haga la próxima reunión antiglobalización. Y a vos el diario no te va a mandar.

–Tenemos menos acceso a los instrumentos de nuestra propia colonización. Lo que Virno cree ver en lo cacerolazos en parte puede sererróneo pero sus textos que nos servirían como instrumento crítico a traducir, nos quedarán más lejos.

–Por supuesto. ¿Y Davos? ¿Vos estuviste en Davos? ¿Te acordás cuando Perón preguntó alguien vio un dólar? Ahora no por estar lejos eso nos es ajeno porque lo vemos por televisión, lo leemos en los diarios, lo vemos por Internet. Entonces hacemos algo: entre otras cosas, un consorcio. Pero ojo, no quiero que esto funcione como una profecía. Tal vez quede un saldo positivo del movimiento cacerolazo: recuperación de la dignidad, requisición de justicia. Y quizás esta incipiente apertura a la cuestión de la nación produzca efectos después. Esto significa percibir que hay una ausencia de un nosotros que nos deja en el desamparo y que sin esa idea cualquier emprendimiento que hagamos peligra quedar en la intención.

miércoles, 18 de julio de 2012

MARTIN CAPARRÓS, UN COCORITO DE AQUELLOS QUE SE CANSÓ DE PENSAR EL MUNDO

Aclaración casi innecesaria: no quiero que Caparrós se calle,  quiero que siga escribiendo. Si cada tanto leo algo suyo que no me gusta y me dan ganas de expresar mi desacuerdo lo haré, aunque seguramente con escasa frecuencia, por el simple hecho de que el pensamiento de MC me seduce poco y nada.

“Que cualquiera pueda decir lo que quiera decir y escribir lo que quiera escribir. Estoy en contra de la censura y de la autocensura. Con una sola condición, como dijo Alceo de Mitilene: que si vas a decir lo que quieres, también vas a oír lo que no quieres”. (Roberto Bolaño)

Me parece que cuando la fuerza del lenguaje se subordina a la debilidad de sus protagonistas y la ironía remplaza y desplaza la solidez argumental, el pensamiento, por más que se disfrace de incisivo, termina resultando bastante fofo. El miedo a aburrir que afecta a tantos intelectuales, francamente me aburre.

Respecto de Caparrós, comparto plenamente el juicio del chamigo Cine Braille:

"A Caparrós se lo comió el personaje. El tipo no se permite tener una sola opinión transitada: se siente obligado a escandalizar siempre -preferentemente al lector progre, escandalizar a Mirtha Legrand es tan trillado. A este paso, en poco tiempo lo leeremos defendiendo el canibalismo, el fernet con Pepsi (puajjj) o el River de Simeone (my God!)”

Suele ocurrir con los “pensadores” más o menos conocidos a quienes les gusta escandalizar y tomarse demasiado en serio a sí mismos, remplazando la argumentación por la ironía y el sarcasmo: irreductiblemente caen en la tentación de varios participantes de Gran Hermano, donde “peor que hablen mal de vos, es que no hablen”. Algo similar, aunque sea “del palo”, le suele ocurrir a Lucas Carrasco cuando se le da por escandalizar "militontos" mediante el ejercicio literario del bukowskismo petardista. En el caso de Carrasco no deja de ser una picardía, porque cuando se pone serio y centrado sabe decir y escribir algunas cosas interesantes.

Digresión: es cierto que conviene no ceder a la tentación contraria, que consiste en "ser escrito" por los lectores "del palo"; vale decir, acallar "la voz extraña", la "piedra en el zapato" (Casas dixit) que habita en nosotros mismos, y que casi siempre nos sirve para ir a contra corriente de nuestra propia comodidad.

La concepción de la política y la historia en Caparrós es la de una inmensa ruina, una especie de tango Cambalache que sólo da lugar al lamento o al nihilismo irónico. La forma en que Caparrós se opone a la clase política, y en particular al kirchnerismo, me parece boba, como de pose adolescente. En su Kirchnerismo: una controversia cultural, Horacio González cita la vez en que Caparrós describió su encuentro casual con NK:

“A fines de los 90 vine con mi hijo a pasar cuatro días en este hotel, su vista es extraordinaria. Juan tenía siete años y nos lo pasábamos horas en la sala de juegos –pool, ping pong, un par de flippers y máquinas de correr y hacer gimnasia.-. Una de esas siestas jugábamos al pool en la sala vacía: al cabo de un rato llegó un señor de mediana edad, rubión, pelo llovido, equipo de jogging –y se puso a correr en una máquina-. Cuando terminó se acercó y me distrajo con una tacada decisiva:

-Quería decirte que leí los tres tomos de La voluntad, me interesaron mucho.

-Bueno, gracias.

Le dije, y volvía a mirar la bola 11.

-No, de verdad, me pareció un gran aporte.

-Gracias, de verdad.

Le dije yo, y él se dio cuenta de que yo no entendía.

-Vos no sabés quién soy yo.

-No, disculpáme.

-Yo soy Néstor Kirchner, gobernador de Santa Cruz.

Para mí, entonces, un gobernador del partido menemista era mucho peor que un desconocido, así que persistí en el taco y la bola.

-Ah, qué bueno, gracias.

Después, en la pileta, cada vez que nos cruzábamos, el señor gobernador y su señora miraban para algún otro lado. Esa tarde perdí mi gran oportunidad de postular para la Dirección Nacional de Asuntos Biblioratos, digamos, la Subsecretaría de Vacas Tuertas y ahora, de vuelta al lugar, me río de nuevo”.

Sin forzar demasiado el texto, podemos traducirlo así: “soy Martín Caparrós, escribí un libro excelente acerca de un tema del que ahora todos los giles hablan sin saber. No necesito que ningún funcionario me compre con un puesto en el Estado porque soy un librepensador de izquierda que publica en algunos de los diarios y editoriales de mayor tirada de la Argentina y España”.

El tipo se muestra como una especie de rebelde rocker por haber despreciado a un lector que se le acercó a felicitarlo por su libro. ¿Qué tiene de interesante semejante desprecio? ¿Cómo sabía Caparrós que Néstor Kirchner era un lector impostor? ¿Sólo por su carácter de funcionario público? ¿Todos los políticos, y en especial los peronistas, son corruptos e hipócritas? Tampoco se entiende cómo es que Caparrós sería el derrotado de la escena. Como Pergolini cuando Menem le atendió el teléfono, su postura no parece demasiado valiente: jamás le dijo en la cara que lo consideraba un despreciable “gobernador del partido menemista”.


Horacio González concluye: “¿Ante quién rechazó el puestito de Director Nacional de Asuntos Biblioratos? Ante la República de los letrados cocoritos, rezongando en la lejanía, mucho tiempo después”.

CAPARRÓS Y LA HISTORIA COMO CAMBALACHE

Me gustó mucho una cita de Oscar Terán que leí en De utopías, catástrofes y esperanzas: “El optimismo suele ser un sentimiento bobo, y el pesimismo suele ser trivial y convocar a la pereza intelectual. Prefiero la esperanza. Me gusta citar a Octavio Paz cuando decía que quien conoció la esperanza ya no la olvida. La sigue buscando bajo todos los cielos; entre todos los hombres, entre todas las mujeres”.

O como diría Spinetta, “mañana es mejor”. La concepción del mundo en el amigo Martín no es spinettiana, sino más bien parecida a la del pollo Abelardo de la canción de Pappo:

Dice que el pensamiento,
no existe más para él,
por eso está así cansado,
y no sabe lo que hacer.

No sufras más Abelardo,
para todos es igual,
solamente que las cosas,
hay que saberlas tomar.

Infeliz!


Al respecto pueden leer el siguiente artículo, casi “discepoliano”, que Caparrós escribió en su columna de El País de España, donde asegura que la Argentina lo aburre, porque “todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor”.

A esta altura, ¿cuántos argentinos ignoran que generar crecimiento económico sostenido, con redistribución y baja inflación, es una tarea titánica de cuyo éxito no cabe hacerse demasiadas ilusiones? ¿Quiénes son tan giles de creer en el advenimiento de una especie de revolución que nos traerá el paraíso en la tierra?


Sin embargo, considero que las personas que no pueden percibir matices en los diversos procesos políticos o históricos son incapaces de pensar la continuidad y el cambio, y su pensamiento, aparentemente mordaz, muchas veces no es más que una neblina nocturna en la que todos los gatos son pardos. Como las minas que "son todas putas", el territorio argentino que es "una inmensa pampa húmeda donde tirás un canto rodado y crece un árbol" o el "todoschorroísmo incorregible y la hipocresía" de nuestra clase dirigente.


POST SCRIPTUM: nobleza obliga, vale la pena leer la siguiente nota de MC sobre Sudán del Sur:

http://blogs.elpais.com/pamplinas/2012/07/sigo-con-el-proyecto-hambre-ahora-en-sud%C3%A1n-del-sur-el-pa%C3%ADs-m%C3%A1s-nuevo-y-uno-de-los-m%C3%A1s-pobres-del-mundo-y-siempre-co.html

sábado, 31 de marzo de 2012

LAS CONTRADICCIONES DEL "PROGRESISMO LIBERAL"


Este escrito no es mío, sino de Sebastián Etchemendy, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Torcuato Di Tella. Fue publicado en el Dipló de abril de 2012:

Los problemas de una visión cándida

LAS CONTRADICCIONES DEL "PROGRESISMO LIBERAL"

En forma creciente, y en buena medida como resultado de su oposición al kirchnerismo, se ha ido consolidando en Argentina una corriente de crítica y pensamiento político que se podría denominar “progresista liberal”. Esta corriente presenta algunos tópicos clásicos  de la izquierda, como –por ejemplo- un cuestionamiento a determinados poderes económicos y a la represión estatal a las organizaciones populares, combinados, en grado variable, con postulados más propios de la tradición política liberal: la denuncia contra la concentración de poder institucional en la Presidencia, la marginación del Congreso en la arena de toma de decisiones políticas y el poco respeto al funcionamiento genuino del federalismo. Ejemplo de esta matriz de pensamiento que ha tomado vigor este año lo constituyen intelectuales como Beatriz Sarlo. Quizá la muestra más sucinta de esta postura se encuentre en el texto “Reflexiones sobrela desigualdad” firmado por Maristella Svampa y Roberto Gargarella. Estos dos investigadores, junto a Sarlo y otros, conformaron el grupo Plataforma 2012. Asimismo, el más reciente agrupamiento de intelectuales y periodistas contra el supuesto tinte nacionalista del renovado reclamo argentino sobre Malvinas, que incluye a algunos de los mismos nombres (aunque no a Svampa) parece abrevar en las mismas fuentes del progresismo liberal. En este artículo señalo, basándome en razones históricas y teóricas, algunas contradicciones importantes en esta cosmovisión política. Argumento que, más allá de la coyuntura (y del kirchnerismo), en última instancia el progresismo liberal alberga una visión muy cándida sobre la posibilidad de complementar la tradición liberal con las corrientes políticas populares y de izquierda.

MEZCLA DE TRADICIONES

En el artículo mencionado, por ejemplo, Svampa y Gargarella denuncias las desigualdades económicas imperantes en materia de salud y educación entre las provincias argentinas, o de acceso general a la vivienda, e impugnan la connivencia del gobierno actual con las grandes empresas mineras, petroleras, exportadoras de granos y otras. En ese texto se condena también la conocida violencia ilegal que ejercen muchas policías provinciales. Al mismo tiempo, sin embargo, Svampa y Gargarella señalan cuestionamientos más generales típicos del recetario político liberal, como la “inédita concentración de poderes sobre la Presidencia”, a la que se califica de “monacal”, y la escasa participación del Congreso en la toma de decisiones. La imputación por la falta de federalismo, por los “modos verticales” de hacer política que impone la Presidencia y el control político del Poder Judicial, suelen ser también temas típicos en la agenda del progresismo liberal –de hecho, el documento original del colectivo Plataforma 2012 habla del “centralismo unitario” en la Argentina actual-.

Uno podría hacer una objeción de orden político-coyuntural a tales planteos. Cuestionar, por ejemplo, que los grandes grupos de medios concentrados o las organizaciones patronales agrarias (que uno supone tan adversos a un orden igualitario como las grandes empresas mineras) suelen estar menos mencionados en las denuncias que se realizan desde el progresismo liberal. No obstante, no es el estilo de crítica que me interesa formular aquí. Toda elaboración real y no testimonial de un proyecto político transformador en democracia elije algunos adversarios más que a otros, incluido el kirchnerismo. Me parece más relevante reflexionar sobre las implicancias teóricas, históricas y prácticas de este discurso de cuño progresista liberal.
Podríamos empezar señalando lo obvio: la tradición de izquierda de raíz marxista, donde uno esperaría que se apoyen intelectuales que se dicen críticos, dice poco acerca de los problemas de la concentración del poder político en el Ejecutivo y la defensa del rol del Congreso o el Poder Judicial. Como es bien sabido, los marxistas originarios estaban más preocupados por las desigualdades emergentes de un orden capitalista estructurado en torno de la propiedad privada y el trabajo formalmente “libre” que por los avatares del Congreso o los poderes ejecutivos fuertes. La lucha por esos postulados dentro de un orden democrático-legal  nunca fue patrimonio del marxismo originario, pero tampoco ocupó demasiado espacio en el acervo teórico de sus herederos en el marxismo occidental, ya sea en la tradición alemana o italiana. Difícilmente encontremos en textos de Rosa Luxemburgo, Kautsky o Gramsci elogios a los ejecutivos débiles o arengas sobre la necesidad de parlamentos fuertes frente a los gobiernos una vez que la izquierda acepta el orden democrático-legal burgués. Las prioridades eran otras.

Pero si salimos de las preocupaciones teóricas marxistas y nos vamos a la práctica política de los partidos socialistas herederos de la Segunda Internacional, veremos que la consolidación de los avances de derechos sociales se dio en marcos de concentración de poder en el Ejecutivo y de hegemonía parlamentaria, más que en escenarios de presidencias débiles y pluralismo en las legislaturas. El famoso Pacto de Saltsjobaden en Suecia en 1938, donde esencialmente el sector empresarial acepta las bases del futuro Estado de Bienestar, fue consecuencia de la amenaza revolucionaria por parte del SAP (el partido socialdemócrata europeo más fuerte en la primera parte del siglo XX después del alemán) a la propiedad privada y su control casi mayoritario del Parlamento. Los grandes momentos en la ampliación del Estado de Bienestar en el norte y el centro de  la Europa de posguerra tienen más que ver con el avance hegemónico de la socialdemocracia o el laborismo (a veces en alianza con los partidos democristianos) que con la independencia judicial o el rol de parlamentos autónomos del Ejecutivo.

Si cruzamos el Atlántico la cuestión es aún más evidente.  El New Deal, el movimiento más importante de ampliación de derechos sociales como la jubilación y el empleo en Estados Unidos, fue impulsado por un Poder Ejecutivo liderado por Franklin Roosevelt, que se enfrentó duramente (¡y por partida triple!) a los reclamos de muchos estados (provincias en EE.UU.), a una Corte Suprema favorable a los intereses empresarios y al Congreso, todos los cuales defendían de algún modo el statu quo de derechos sociales restringidos. Las batallas de Roosevelt en su proceso de ampliación de derechos contra cada una de estas instituciones que encarnan  el dogma liberal, incluyendo sus presiones para la remoción de la vieja Corte Suprema, fueron memorables. Con  los argumentos del progresismo liberal argentino, Roosevelt hubiera sido tachado sin dudas de hegemónico, verticalista y discrecional.

Finalmente, la experiencia histórica en América Latina en lo que concierne a la ampliación de derechos no es muy diferente. Cuando uno mira la política real, los dos movimientos nacional-populares que encarnaron la expansión de derechos electorales y sociales en Argentina, el yrigoyenismo y el peronismo, tuvieron una impronta centralizadora muy fuerte en la Presidencia, tanto frente a las provincias como frente a la Corte Suprema o el Congreso. Lo mismo podría decirse de otras experiencias latinoamericanas, como el cardenismo en México o el varguismo en Brasil, que a su manera significaron el primer gran estadio de inclusión social en estos países: fueron, antes que nada, experiencias de fuerte consolidación del poder estatal centralizado.

En resumen, la experiencia histórica muestra no solo el más obvio y tradicional divorcio entre la raíz teórica del pensamiento marxista y los postulados políticos liberales, sino también que los grandes momentos de ampliación de derechos en Europa y América estuvieron caracterizados por ejecutivos concentrados y hegemónicos frente a las legislaturas, y por la centralización del poder político frente a las periferias regionales, especialmente en países federales como Estados Unidos, Argentina, México o Brasil, y no por la preservación dogmática de principios liberales como la autonomía del Congreso o del Poder Judicial, o los derechos políticos de las unidades territoriales.

Lo anterior no implica justificar, desde luego, todos los atropellos que las experiencias de izquierda o nacional-populares hicieron contra los sistemas liberales de control político y, mucho menos, un desprecio absoluto por los mecanismos de la democracia política inherentes a la tradición liberal. Los movimientos emancipatorios de este lado del mundo han aprendido, y trágicamente, de la experiencia de los años 70 y de los riesgos de menoscabar los mecanismos formales de la democracia electoral y el Estado de Derecho. Se trata más bien de asumir con madurez las obvias tensiones entre las demandas de mayor pluralismo político por un lado, y el combate contra los poderes económicos y la desigualdad por el otro. Como sabe cualquier estudiante de ciencia política que haya leído El Federalista de Madison, Hamilton y Jay –verdadera Biblia del liberalismo político moderno-, los mecanismos de “frenos y contrapesos” (como el control político a la Presidencia desde el Congreso, el Poder Judicial o las autonomías federales) fueron pensados en su origen histórico para conservar el statu quo y el poder de los propietarios ante la posibilidad de un Ejecutivo democrático-mayoritario, más que como instrumentos para prevenir la desigualdad.

PROCESOS REALES

El logro de la democracia política, la vigencia del Congreso y el Estado de Derecho tienen que ser parte, por supuesto, del menú de demandas de los movimientos populares. Pero una vez que el Estado de Derecho está vigente, como es el caso de la Argentina  actual, seguir insistiendo en la autonomía del Congreso y la concentración de poder institucional en el Ejecutivo, o en la crítica al “centralismo unitario” como demandas prioritarias implica, en primer lugar, adosarles a los movimientos populares o de izquierda banderas que no le son propias, como lo muestran las visiones teóricas y las experiencias históricas recién revisadas. Segundo, y quizá más importante, hacen que cualquier movimiento reivindicativo termine pareciendo superfluo o testimonial. ¿Cómo combatir los poderes económicos establecidos sin un Poder Ejecutivo institucionalmente fuerte y concentrado para dar esa batalla? ¿Cómo intervenir en las policías provinciales asesinas y a la vez denunciar el centralismo unitario, si la autonomía provincial es precisamente la piedra basal de esos mecanismos perversos? ¿Se puede atacar la minería contaminante o la desigualdad del acceso a derechos entre provincias y al mismo tiempo potenciar el rol de un Congreso donde las provincias mineras están sobrerrepresentadas en la Cámara de Diputados, y  tienen cada una tres bancas en la Cámara de Senadores a pesar de su escasa población?

No es casual que, en la política real, los procesos políticos populares y pos-neoliberales en América latina hayan originado tensiones entre los presidentes que encarnan la nueva ampliación de derechos sociales, y los congresos, las constituciones escritas, las cortes y las autonomías federales –todas instituciones caras a la tradición liberal-, especialmente por tratarse de sistemas presidencialistas, donde esos elementos ponen muchos más obstáculos a las mayorías populares gobernantes que en el parlamentarismo europeo. Allá donde más radicales fueron los intentos de transformación social y los desafíos al establishment económico (más allá de lo acertado de su contenido puntual), como en los casos de Venezuela, Bolivia, Ecuador o Argentina, más conflictos hubo con las instituciones liberales tradicionales.

Por ejemplo, todos los gobiernos que impulsaron leyes contra la gran prensa entraron en tensión con sectores del Poder Judicial establecido. En los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia, solo mediante reformas totales o parciales de las constituciones escitas pudieron los nuevos presidentes relegitimarse en el Congreso y consolidar su (muchas veces precario) poder frente al establishment político y económico vigente. Los gobiernos de Ecuador, Venezuela, Bolivia y Argentina se enfrentaron con los reclamos de “autonomía federal” de regiones económicamente privilegiadas, ya se trate de Guayaquil, Zulia, el oriente boliviano o las provincias sojeras. En cambio, allí donde el progresismo se limitó a ampliar algunas políticas sociales, como en Brasil o en Chile, pero no hubo políticas para desconcentrar los grandes medios audiovisuales, ni activación sindical o de movimientos sociales, ni apropiación gubernamental de la renta de recursos naturales vía retenciones u otros mecanismos, los conflictos con los poderes institucionales que encarnan la tradición liberal fueron mucho menores.

CONTRADICCIONES

El progresismo liberal argentino junta inocentemente tradiciones políticas en suma tensión en pos de la crítica a un gobierno puntual. Así, aun aquellos con las mejores intenciones contaminan innecesariamente la tradición inclusiva  popular con elementos que no le son prioritarios, y en algunos casos ajenos. Dicho de otro modo, una vez asegurado el piso imprescindible de democracia política y Estado de Derecho, la política de los movimientos populares y la izquierda deben apuntar a consolidar un poder político central y transformador. La teoría y la experiencia histórica en los procesos democráticos demuestran que la ampliación de derechos sociales generalmente va desde Ejecutivos fuertes hacia el Congreso y el Poder Judicial, y desde el poder estatal central a las periferias federales, y no al revés. Postular acciones decisivas contra el poder económico y la desigualdad material, y a la vez invocar principios liberales clásicos acerca del poder concentrado de la Presidencia, el rol del Congreso y la autonomía federal, es hacer de la izquierda y la crítica un simple enunciado de buenas intenciones.


martes, 21 de febrero de 2012

SHREK 3 INTERROGATORIO A PINOCHO


"El puro conocerse  a sí mismo en el absoluto ser otro, este éter en cuanto tal, es el fundamento y la base de la ciencia o el saber en general. El comienzo de la filosofía sienta como supuesto o exigencia el que la conciencia se halle en este elemento. Pero este elemento sólo obtiene su perfección y su transparencia a través del movimiento de su devenir. Es la pura espiritualidad, como lo universal, la que tiene el modo de la simple inmediatez; esta simplicidad, tal y como existe (Existenz hat) en cuanto tal, es el terreno, el pensamiento que es solamente en el espíritu. (G.  W. F. Hegel, "Fenomenología del espíritu")

viernes, 28 de octubre de 2011

INTELECTUALES, PERIODISTAS, HECHOS E INTERPRETACIONES


Hasta donde leí, Nietzsche jamás dijo que no existiesen hechos sino interpretaciones de los hechos. La cita correcta, si mal no recuerdo, era: “no existen hechos morales, sino interpretaciones morales de los hechos”.

Post Scriptum: "Contra el positivismo, que se detiene en los fenómenos: 'solo hay hechos -yo diría: no, precisamente no hay hechos, sino sólo interpretaciones. No podemos constatar ningún hecho 'en sí'; tal vez sea absurdo querer algo por el estilo" (Fragmentos póstumos, aportados x el amigo Cine Braille).


Más allá de eso, la distinción fundamental que deben tener en cuenta quienes ejercen el periodismo y la opinología es la que divide los hechos comprobados de la ficción.

Roma venció y destruyó Cartago en las guerras púnicas, y no a la inversa; la Guerra de las Malvinas sucedió entre abril y junio de 1982 e involucró a la Argentina y Gran Bretaña, y no a Pakistán o Groenlandia.

Otra cosa es la cuestión acerca de cómo reunimos e interpretamos los hechos. El periodista o el opinólogo intelectualmente honesto chequea la información, nos da herramientas para contrastar sus dichos, cita la fuente, suele incluir bibliografía alternativa o ampliatoria, pone links hacia páginas oficiales donde se publica tal o cual ley, etc.

Como bien ha dicho Hobsbawm: muy pocos relativistas son estrictamente fieles a sus convicciones, al menos cuando se trata de decidir cuestiones como si el Holocausto hitleriano tuvo lugar o no:

“Sin embargo, en todo caso, el relativismo no vale en la historia más de lo que vale ante los tribunales de justicia. Decidir si el acusado en un juicio por asesinato es culpable o no depende de la evaluación de las tradicionales pruebas positivistas, si las hay. Cualquier lector inocente que se encuentre en el banquillo de los acusados hará bien en apelar a ellas. Son los abogados de los culpables los que echan mano de argumentos posmodernos para la defensa”. (Hobsbawm Eric, Prefacio del libro "Sobre la historia")

Un modelo ejemplar de estilo periodístico lo constituye la “Carta abierta a la Junta Militar” de Rodolfo Walsh, escrita con una contundencia, un despojamiento y un rigor argumentativo realmente excepcionales. Walsh no nos habla de la cara de malo de Massera o del bigote de Videla, sino que aporta datos concluyentes. El tipo tuvo inteligencia, talento y coraje, no se limitó a disfrazar sus prejuicios de citas eruditas o lenguaje pretencioso. Tampoco se le ocurrió enturbiar las aguas para hacerlas parecer profundas.

Necesitamos más periodismo de investigación, y no tantas peticiones de principio, citas de autoridad y filosofía mediática para consumo de señoras escandalizadas.

Para no alargar más toda esta perorata, me limito a  copiar un post muy bueno que leí en el blog Nestornautas. Está dirigido a los intelectuales anti-kirchneristas, pero puede extenderse a todos los opinólogos, incluyendo a quien escribe este post:




Por Raúl Degrossi

El domingo Cristina se encamina a obtener un triunfo electoral rotundo, probablemente con el mayor porcentaje de votos que haya obtenido un presidente desde la vuelta a la democracia; seguramente con la mayor distancia con el segundo de la historia argentina.

Con ese triunfo, el kirchnerismo completará doce años consecutivos en el poder, tres mandatos presidenciales, algo que ningún otro movimiento político había conseguido nunca antes en la historia argentina.

Datos de la realidad que hablan de un proceso político que merece un análisis profundo, que aborde toda su complejidad; y que desde la vereda de enfrente -es decir aquellos que critican al kirchnerismo, o directamente lo detestan- todavía está pendiente.

Como el triunfo de Cristina implicará -entre otras cosas- que mucha gente (Sarlo, Abraham, Caparrós, Aguinis, Asís, Kovadloff, Sebrelli, Gregorich y siguen firmas) deberá soportarla a ella y al kirchnerismo otros cuatro años, van unos sencillos consejos para ver si logran levantar la puntería, y contribuyen a mejorar la calidad del debate político en la Argentina:

1. Un proceso político que se extenderá por doce años encierra -necesariamente- complejidades, marchas y contramarchas, contradicciones. Por ende, deseche de inmediato -para tratar de entenderlo o explicarlo- toda explicación simplista o monocausal: correrá el riesgo de no acertar a entender nada, y si no lo entiende, no lo podrá explicar, por más que trate.

2. Es de buen tono en la disputa democrática  no etiquetar de antemano al adversario, menos con desmesuras históricas. Decir cada diez minutos que el gobierno es una dictadura o que practica el fascismo, no ayuda a que la gente común comprenda no ya lo que ustedes opinan del kirchnerismo; sino lo que es una dictadura, o  lo que fue el fascismo.

3. Someta a permanente crítica todos los argumentos, empezando por los propios; y no acepte ninguno que -analizado con cuidado- demuestre que fue construido bajo el previo y necesario supuesto de que los eventuales interlocutores (sean estos lectores, oyentes, televidentes o asistentes a una conferencia), son tarados o estúpidos.

4. Ensaye permanentemente explicaciones del fenómeno kirchnerista prescindiendo de los vocablos “clientelismo” y “cooptación”, u otros similares, que presupongan que alguien obra exclusivamente movido por el dinero. Todos los movimientos políticos de la historia -aun los más execrables como el nazismo- han tenido quienes adhirieron a ellos por razones que juzgaron valederas; aunque uno no las comparta. El asunto para el intelectual es tratar de entenderlas, no de juzgarlas.

5. Deseche por inservibles todos los argumentos vinculados a la “impostura” del kirchnerismo, según los cuáles este se apropiaría de causas justas en las que en realidad no cree; y tampoco pierda demasiado tiempo en buscar en todo acto político -aun en el más noble o beneficioso para el conjunto- las verdaderas intenciones ocultas; y menos que menos las decrete a priori como macabras. No explicará nada con eso, y ni con la máquina de la verdad de Chiche Gelblung podrá demostrar su punto: lo relevante es lo que alguien hizo, sea bueno o malo; por que lo hizo (o peor aun: por que cree usted que lo hizo) es secundario, y puede llegar a ser irrelevante.

6. Deje de repetir constantemente que el kirchnerismo en el gobierno busca “tener caja y acumular cada vez más poder”: no hubo un gobierno en la historia que renunciara a tener y acrecentar una y otra cosa; excepción hecha quizás del de De La Rúa. Ambos elementos son consustanciales a la idea misma de lo que es un gobierno (según la define unánimemente la teoría política); de modo que repetir eso lo convertirá en el hazmerreír de los que entienden del asunto. Concéntrese más bien en analizar para que se usan los recursos de la “caja”, y los instrumentos del poder.

7. Nunca olvide que las personas -en tanto ciudadanos- obran políticamente según sus propias racionalidades instrumentales, y lo que usted considera importante o vital, para otro puede no serlo tanto. Dejar de lado esta regla elemental y sencilla de análisis puede llevarlo a repetir sandeces como “claro, la votan porque cobran la jubilación del ama de casa o la asignación universal, y se olvidan del Indec y el Consejo de la Magistratura”, o peor aun: “ganan las elecciones porque la economía anda bien, la gente tiene trabajo y le aumentan el sueldo, y el gobierno les hace cloacas”. Piense por un momento -sólo por un momento- que en esas circunstancias, lo ilógico sería que el kirchnerismo perdiera las elecciones.

8. No olvide que todos (hasta los propios corruptos) dicen ser honestos y combatir la corrupción; de modo que centrar el análisis político exclusivamente en ese aspecto lo llevará a un irremediable punto muerto: todos le darán la razón, pero nadie le dará bola, porque queda mal darse por aludido en público con ese asunto. Por otra parte, no se puede afirmar que se cree en las instituciones, y al mismo tiempo pretender que, simplemente porque uno diga que alguien es corrupto, ese alguien deba ir de inmediato preso, sin necesidad de pruebas, sentencia o juicio alguno.

9. Respete la expresión de la voluntad popular en todas las circunstancias, le gusten o no sus resultados: no es lógico sostener que los votantes son lúcidos ciudadanos independientes cuanto votan a Macri en la Capital, y pobres víctimas del clientelismo cuando hacen lo mismo con Gildo Insfrán en Formosa. Es casi obvio destacar que, en democracia, todos los votos valen lo mismo: uno.

10. No reclame con insistencia ir a lugares a los que -si lo invitaran- jamás iría, como lo prueba el hecho de que los descalifica de antemano, permanentemente. O sea: no despotrique porque lo excluyen de los medios manejados por el Estado, o que son afines al gobierno; cuando dice todo el tiempo que allí sólo aparecen obsecuentes alcahuetes del poder, que venden su alma por dinero.

11. Resista la tentación de salir corriendo rápidamente a escribir un libro sobre el kirchnerismo y sus circunstancias al calor del momento político, nada más que para poder llegar a tiempo a la Feria del Libro. Las urgencias de las editoriales (y de la propia cuenta bancaria) no suelen ser buena compañía para la reflexión crítica.

12. Infórmese debidamente en forma previa cuando vaya a incursionar en temas ajenos a su área habitual de competencia, cualquiera sea ésta; en lo posible por fuentes científicas y sin recurrir a Wikipedia. Un intelectual no es un todo terreno ni un “experto en cosas”; menos un Pico Della Mirándola, de quien se decía en su tiempo que “sabía de todo lo sabible”. No atender debidamente este punto puede resentir su credibilidad: si usted es crítico literario y dice sandeces sobre economía o sanatea sobre derecho y alguien se da cuenta, probablemente y por carácter transitivo, dejen de comprar los libros que recomienda. 

13. No diga todo el tiempo que es una persona informada porque lee los diarios o mira todos los noticieros, de un intelectual se espera algo más que eso para comprender la realidad y explicarla. Además le acercamos un dato que puede resultar de interés: los medios que lee, mira o escucha a diario, podrían no estar dando una visión completa y plural de la cosa.

14. No repita la bobada de que un intelectual debe ser crítico y estar siempre en contra del poder, y que éste reposa exclusivamente en el Estado: es una idea de la sociedad que se remite a la Carta Magna de 1215, o sea un poco pasada de moda; y un intelectual es –por sobre todas las cosas- alguien que reflexiona, sea donde fuera que su reflexión lo conduzca. ¿O acaso si usted es marxista y mañana se implanta la dictadura del proletariado se va a poner de inmediato en contra, de puro crítico nada más?

15. Tampoco ande diciendo todo el tiempo y por cuanto medio tenga a su alcance, que lo censuran o lo prohíben, porque es un oxímoron: si eso realmente pasara, no podría decirlo, simplemente. Además mirarse permanentemente el ombligo (o tomar exclusivamente en cuenta lo que le pasa personalmente) no es un buen punto de observación para analizar los procesos sociales.

16. No renuncie a la propia identidad política y asúmala sin complejos, sea de izquierda, de derecha, radical, socialista, peronista o -sobre todo- anti peronista: es una de las cosas buenas de haber reconquistado la democracia, nadie debe andar escondiendo sus preferencias. No luche consigo mismo, fingiendo todo el tiempo ser lo que no es, y trate de ser coherente con lo que es, asumiendo las consecuencias. Siempre es bueno -y pertinente al debate- aclarar el lugar desde donde uno habla.

17. Sin caer en el argumento ad hominem, tenga en cuenta con quienes coincide o disiente con frecuencia en sus argumentos, y si le sucede que casi siempre está en compañía de manifestaciones de la mente humana no debidamente tratados aun por la sicología como Carrió, o exponentes vivientes del fracaso del sistema educativo como Majul, revise su discurso: algo debe estar haciendo mal.

18. Resista por todos los medios la tentación de hacer pronósticos o responder a los que se los pidan, el análisis de la realidad  política y social no corresponde al ocultismo o las ciencias arcanas. No se espera de un intelectual (no debería esperarse, al menos) la adivinación del futuro, menos tratándose de procesos sociales, que no tienen las leyes de causalidad inexorables de los fenómenos naturales.

19. No confunda la realidad con los propios deseos: por más que usted quiera que Cristina y todo el kirchnerismo estallen por los aires por autocombustión espontánea, eso no sucederá; y si es irracional esperarlo, peor aun es decirlo una y otra vez, como predicción resultante del análisis. De un intelectual se espera -justamente- que apele al intelecto como sublimador de las pasiones y sentimientos.

20. Por último y por sobre todas las cosas: bajo ningún concepto acepte que lo llamen “intelectual”, al menos hasta que haya hecho algo realmente digno de que le asignen tal título.

Y ni aun así se la crea, porque esto es como en el boxeo: al título hay que revalidarlo todos los días.