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miércoles, 11 de julio de 2012

MERCADO Y CAPITALISMO SEGÚN GIOVANNI SARTORI (Primera parte)


Con frecuencia, uno no escribe sobre lo que conoce sino sobre aquello que ignora y le gustaría saber. Lo dije más de una vez: mis conocimientos en economía, como en tantas otras cosas, son deficientes. Por eso voy a asaltar a mano armada las ideas del tano Sartori, aunque el tipo sea politólogo y no economista. 


En un post anterior corté y pegué una reflexión medio "troskolandia". Por eso es que ahora voy a exponer lo que dice un liberal, "paemparejá" (?).

Eso sí, antes de exponer las síntesis sartorianas, tenía ganas de decir dos cositas sobre la concepción que nuestras élites tienen del capitalismo. Al respecto, me gusta recurrir a una cita de Gino Germani: "cuando se introducen elementos de modernización en sociedades tradicionales, terminan por fomentar conductas tradicionales". 


Oscar Terán lo ilustra con un ejemplo histórico: "la exitosa articulación de la Argentina de fines del siglo pasado en el mercado capitalista mundial era un signo de modernización. Pero colocada ella en un sector latifundista que no tenía una moral productiva, terminó por reforzar una moral señorial, de señores de la tierra que no se dedicaron a la acumulación capitalista sino a tirar manteca al techo, al consumo suntuario".

Recordemos que la expresión “tirar manteca al techo”, aparentemente, se originó a principios del siglo XX, cuando los jóvenes conchetos de la alta sociedad porteña iban de putas a los cabarets de París; ahí gastaban fortunas y se divertían usando los cubiertos para tirar manteca y pan al cielo raso, compitiendo para ver quién lograba dejar el alimento pegado sin que cayera al suelo.


Según Roberto Alifano, autor de Tirando manteca al techo, la expresión fue acuñada por “Macoco” de Álzaga Unzué:

“‘Lo de tirar manteca al techo es de moi, eso sí lo acuñe yo’, afirmó Macoco, con una sonrisa.

—¿Por qué no explicás de dónde viene esa frase tan famosa? —le pregunté—. ¿Cuál es el origen de ‘tirar manteca al techo’?

—Viene del restaurante Maxim’s de París, donde yo invitaba a comer a mis amigos. Resulta que en uno de los salones especiales había una pintura en el techo, sin duda inspirada en Rubens, con unas valquirias de senos prominentes y tentadores que sobresalían de los escotes. Una noche yo puse manteca en el tenedor  y empecé a tirarla para ver si la embocaba entre las tetas de las mujeres de la pintura. Se armó un torneo entre quienes me acompañaban. Todos los muchachos empezaron a tirar manteca al techo…”

En síntesis: muchas veces, nuestros males provienen más de nuestra clase “civilizada” que de la “bárbara”. Dicho esto, comencemos:

Ayudados por Castoriadis podríamos hacer la siguiente aclaración, que consiste en no confundir mercado con "mercado capitalista": en el mercado capitalista, los precios no tienen mucho que ver con los costos; ni el mercado se parece a una suerte de fluido etéreo que pasa inmediatamente de un sector de la producción a otro porque es ahí donde pueden hacerse mayores beneficios. Los precios se relacionan, esencialmente, con una relación de fuerzas. 

¿O alguien piensa que "elige" ver cine yanqui porque sus películas "se imponen por mérito propio" al competir en un supuesto mercado libre? ¿Cuántas opciones tiene el consumidor para no elegir a Windows como sistema operativo? No hay verdadero argumento económico y racional que permita decir: “una hora de trabajo de tal hombre vale tres veces más que la hora de trabajo de tal otro”. ¿Cuál es el argumento RACIONAL por el cual Messi “merece” cobrar varios millones de dólares mientras un docente gana anualmente menos de lo que un futbolista genial como él gana en un día? La distribución de los ingresos no es más que una relación de fuerzas condicionada social e históricamente, y no presenta una conexión causal universal y necesaria con el "mérito" ni la "excelencia". Obviamente puede existir una relación con el mérito o la excelencia, como ocurre en el caso de Messi; o no existir en absoluto: como mayormente ocurre en el show de Ricardo Fort.

AHORA SÍ, AFANÉMOSLE A SARTORI

Lo que sigue es un refrito de algo que escribió Sartori. No lo pongo entre comillas para no afear más la explicación:

Evidentemente, la democracia es un sistema político, mientras que el mercado y el capitalismo son sistemas económicos. Según Sartori, los únicos sistemas en los que la economía funciona son sistemas de mercado.

En 1776 Adam Smith vio en los procesos económicos la intervención de una “mano invisible”.  Desde ese momento, el mercado es entendido como una mano variadamente corregida, turbada o contrastada, por las intervenciones de la “mano visible”, es decir, del Estado.

Esto debe quedar claro: los gobiernos siempre han intervenido en las cuestiones económicas. El mismo laissez faire fue el resultado de intervenciones contra impedimentos a los cambios; la industrialización ha sido sostenida, en muchos países, gracias a intervenciones proteccionistas, y los Estados “liberadores” intervienen en el libre mercado para “liberarlo” de pecados monopolistas y de otros males. Para Sartori, el mercado es un subsistema de la economía en su conjunto. Nunca se ha pretendido que el sistema económico se someta por completo a las leyes del mercado. Por lo tanto, cuando afirmamos que los nuestros son sistemas de mercado, no entendemos que sistema económico y sistemas de mercado sean correlativos. Las cosas que el mercado no atiende son muchísimas: para empezar, existen “bienes públicos”  que no son ni pueden ser proporcionados mediante incentivos de mercado. Por otra parte, siempre nos encontramos más expuestos a la acumulación de factores “exteriores”, como la contaminación y la degradación del ambiente. ¿Quién paga? ¿Quién soporta los costos de la descontaminación de un lago o de un río. También la defensa nacional es un problema del Estado que el mercado no puede proveer por sí solo.

El mercado es, más que nada, un subsistema del sector productivo que une a los productores de los bienes (no necesariamente de los servicios) con los consumidores de los bienes. Es importante recalcar que las realizaciones del mercado siempre serán menos que óptimas y que cualquier mercado concreto será impuro o no funcionará como nuestras simplificaciones mentales –tipos ideales, modelos o esquemas- quisieran que funcionase.

Hay una cuestión que merece considerarse: la obligación de que el mercado y su ley de concurrencia valen para los peces chicos o medianos y no para las multinacionales y los supercapitalistas. Los grandes, y sobre todo los grandísimos, pueden llegar a controlar y darle la vuelta al mercado y así matar a la competencia.

Según Sartori, esa objeción no distingue entre concurrencia como estructura, es decir, como regla de juego, y concurrencialidad, es decir, el grado de competitividad. Mientras las reglas del juego permanezcan, el juego, aunque varíe, puede ser jugado a) muy competitivamente (hasta los límites del suicidio), b) en el modo óptimo, c) poniendo fuera de juego (cuando rigen los monopolios o subsisten los intocables). La concurrencialidad sobrecalentada daña, pero no nos importa. El problema radica en el otro extremo, el de la infracompetitividad, en una situación en la que no existan concurrentes con posibilidades de competir. Para Sartori, no es cierto que un monopolista pueda elevar los precios a su voluntad. Mientras opere ese monopolio: en un sistema con estructura concurrencial (es un monopolio de hecho, pero no de derecho) sus precios deben impedir siempre al concurrente infracompetitivo convertirse en competitivo. Por lo tanto, la estructura permanece operante, aun cuando no haya concurrentes: un paso en falso del monopolista y aparecen de inmediato listos a salirse con la suya.

Orden espontáneo y mente invisible

Existen muchos órdenes espontáneos, o bien, órdenes que se autorganizan. El sistema (subsistema) de mercado está entre éstos. El mercado es enormemente flexible y está en continua adaptación: no manifiesta –como siempre sucede con los “órdenes organizados”- resistencias al cambio, ni mucho menos esclerosis y senilidad. El mercado nunca ha envejecido; si acaso, ha madurado.

Lo importante es destacar que la expresión libre mercado no tiene nada que ver con la libertad del individuo; significa, simplemente, que el mercado está sujeto sólo a sus propios mecanismos. Así, la cuestión es ¿cómo se relaciona un “orden libre” con la libertad individual? La respuesta es que un orden espontáneo no es coercitivo (cuando menos en le sentido en el que lo son los órdenes organizados) en cuanto no es gestionado ni por personas singulares ni por un orden singular; es espontáneo precisamente porque es autorregulado por sus propios feedbacks. Hasta aquí todo está bien. Pero con frecuencia se sostiene una tesis más pretenciosa, es decir, que el sistema de mercado promueve, cuando menos de hecho, 
la libertad individual.

Ahora bien, el mercado es una estructura de alternativas, pero eso no implica que todos los participantes de las transacciones de mercado sean efectiva e igualmente libres para elegir. La libertad real de opción para consumir está en función de cuánta guita tengo. Mi libertad real de opción para producir depende de tener más o menos de lo que es necesario para emprender una producción.
Lo mismo puede decirse de la libertad de cambio: los recursos (financieros u otros) pueden ser muy desiguales.

La economía de mercado es regulada cotidianamente por millones de decisiones individuales tomadas por personas que están, seguramente, debajo de cualquier nivel mínimo de información imperfecta. El productor individual tiene sólo necesidad de saber si un cierto producto “tiene mercado” y si le es posible producirlo a un precio igual o inferior al del mercado. Todo eso lo descubre, en el peor de los casos, probando.   Los órdenes organizados, para funcionar, imponen altos costos de información y también de conocimiento. En cambio, el orden de mercado no tiene necesidad de ser entendido (no implica altos costos –niveles- cognoscitivos) y minimiza los costos de información. El mercado no es sólo una mano invisible, sino también una mente invisible.

La maldad del mercado

Respecto de las sociedades que lo han precedido, la necesidad de mercado ha sido profundamente igualadora: ha desconocido las desigualdades de nacimiento y de clase y ha afirmado la igualdad de oportunidad y de mérito.

Pero admitámoslo sin fingimientos: el mercado es una entidad cruel. Según Sartori, su ley es la del éxito del más capaz. Espera encontrar un puesto adecuado a cada uno y motivar a los individuos a dar su máximo esfuerzo. Pero los desadaptados son expulsados irremediablemente de la sociedad de mercado y condenados a morir o a sobrevivir con otros recursos. ¿A quién o a qué se le imputa esta crueldad? ¿A un “individualismo” exasperado y posesivo (nota: Sartori piensa en Macpherson)? Así se nos dice, pero temo que la verdad radique en lo opuesto, que la crueldad del mercado se debe a una crueldad social, una crueldad colectivista. El mercado es ciego frente a los individuos, es individualista y daltónico, en cambio, es una máquina despiadada al servicio de la sociedad, es decir, del interés colectivo.

Ocurre que en vez de hablar de mercado, nueve de cada diez veces nos referimos al capitalista. Equivocadamente, porque el verdadero protagonista del acontecimiento no es el capitalista. El capitalista privado está en el mercado, forma parte del mercado, está metido en el interior del mercado. Se enriquece mediante  las leyes del mercado, vale decir, por leyes que él no ha hecho y a las que debe someterse. Tan es verdad, que así como las leyes del mercado lo enriquecen, en la misma medida lo pueden arruinar de hoy a mañana. El mercado, recuérdese, es un orden espontáneo no concebido o diseñado por alguien y, tanto menos, por los capitalistas. No son los capitalistas los que han inventado el mercado, más bien, e el mercado el que ha inventado a los capitalistas.

Por hoy dejamos acá, más adelante posteo la segunda parte.

¡Sean felices!

martes, 20 de septiembre de 2011

EL CUALUNQUISMO DE TOMÁS ABRAHAM


Antes que nada, déjenme decirles dos cosas: 

1) Descreo de cierto discurso “populista” antiintelectualista de quienes parecen creer que estar cerca de los libros equivale necesariamente a estar lejos de la realidad. No digo que no existan “pensadores” que viven en una burbuja, pero el antiintelectualismo a priori me suele resultar una postura demagógica y pobretona;

2) Es necesario además no confundir “jerarquía” con “elitismo”. Según Terry Eagleton:

“El elitismo es una creencia en la autoridad de unos pocos selectos, lo que en términos culturales suele sugerir que los valores son o deben ser preservados por un grupo privilegiado, elegido por sí mismo o de otra manera, cuya autoridad deriva de cierto status además de su formación cultural (su origen social o religioso, por ejemplo) o sólo de su barniz cultural”.

En el sentido amplio de la palabra, jerarquía refiere a algo similar a un orden de prioridades, de modo tal que todo el mundo es jerárquico, pero no todos son elitistas.

La democracia no implica ausencia de ranking, sino por el contrario: privilegiar los intereses del pueblo como un todo sobre los intereses de los grupos poderosos y antisociales. Al decir del filósofo canadiense Charles Taylor: “Saber quién eres es estar orientado en el espacio moral, un espacio en el que surgen las preguntas sobre lo que está bien o está mal, sobre todo lo que merece hacerse y lo que  no, lo que tiene sentido e importancia para ti y lo que es trivial y secundario” (Charles Taylor, “Fuentes del yo”).

Dicho esto, prosigo:

Tomás Abraham es un “fast-thinker”, lo cual no necesariamente está mal. El tema es que sus artículos sobre la coyuntura política actual suelen desembocar en el “cualunquismo” sofisticado, que aporta poco y nada. ¿Es tan necesaria la tutela intelectual de un tipo que mastica enormes bolos alimenticios de información para vomitar opinión sobre los temas más variados? Tomás, ¿para cuándo un “no sé”?

Se sabe que la reivindicación de la “episteme” por sobre la “doxa” tiene en Platón a uno de sus máximos exponentes. Abraham no lo ignora, y por eso construye su falacia de hombre de paja para defender su derecho a escribir giladas en los diarios de mayor tirada, y así legitimar su  verborrea constante a través de los medios masivos de comunicación, quienes lo consultan sobre casi todos los temas posibles:

 “Platón decía que la opinión no tiene valor porque es cambiante y se guía por las apariencias. El conocimiento sí es perdurable ya que da cuenta de lo real, cuya característica es la permanencia. La opinión, así como la realidad a la que se refiere, tiene fecha de vencimiento y sirve para engañar y engañarnos a nosotros mismos. Es propia de sofistas”. (Abraham, “El presente  absoluto. Periodismo, política y filosofía en la Argentina del tercer milenio”, p.25).

A contramano del platonismo, filósofos como Foucault y otros tantos han reivindicado el valor de los sofistas, lo cual me parece muy acertado. 

Entiéndaseme bien: no intento postular la defensa de una mentalidad de aduanero que está presto a que no se mezclen las fronteras del conocimiento, sino que estoy reivindicando la necesidad del buen periodismo político por sobre la todología del “fast-thinker”, que habla sobre política casi sin ningún rigor.

En un muy buen libro titulado De utopías, catástrofes y esperanzas. Un camino intelectual, se reproduce una entrevista donde Terán habla del “igualitarismo”y el “cualunquismo”.

Abraham leyó el texto de Terán, y al respecto dice:


 “Debo admitir que, sin lugar a dudas, hay una total ignorancia acerca de la preparación que requiere una disciplina como la “opinología”.

Es posible que Oscar Terán no concordara conmigo –recuerdo al lector que el estimado colega falleció a principios de este año– en lo que respecta a este tema. Pero desde mi punto de vista, los cientistas sociales y los historiadores, no están necesariamente pertrechados con los conocimientos adecuados para opinar con consistencia sobre la actualidad. Tienen los ojos cansados de tanto buscar reliquias. Son ideólogos puritanos, no por ser librescos. Un opinólogo capacitado es muy libresco, pero también es oyente, televidente, parroquiano, observador de plaza, mirón de esquina, saboreador de costumbres, en suma, un baqueano urbano”.

Es conocida la cita de William James, que decía algo así como que muchos creemos estar pensando cuando en rigor lo que hacemos es reordenar nuestros prejuicios. Pues bien: me parece que los textos de opinión de Abraham sólo te ayudan a reordenar tus prejuicios. Por eso imagino que quienes están de acuerdo con su postura creen que sus textos son brillantes o que ayudan a reflexionar, y quienes están (estamos) más bien en contra creemos que se trata mayormente de “pelotudeces importantes” sin mucha sustancia.

Me parece que hoy, más que nunca, es necesario el  buen periodismo mucho antes que la proliferación de la "todología política". Según Horacio Verbitsky:

“Difundir aquello que alguien no quiere que se sepa. El resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo, lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa, que del lado bueno se encarga la oficina de prensa; de la neutralidad, los suizos; del justo medio, los filósofos, y de la justicia, los jueces. Y si no se encargan, ¿qué culpa tiene el periodismo?”.

Es honesto y necesario explicitar desde dónde se habla -el mismo Verbitsky lo hace- , pues obviamente el intérprete tiene una mirada sesgada sobre la realidad. Ocurre que existe lo que a falta de un mejor término llamaría "responsabilidad social". No se puede tirar fruta todo el tiempo y pretender que tus ideas sean “respetables”.

“Que cualquiera pueda decir lo que quiera decir y escribir lo que quiera escribir y además pueda publicar. Con una sola condición, como dijo Alceo de Mitilene: que si vas a decir lo que quieres, también vas a oír lo que no quieres”. (Roberto Bolaño)

Tomás Abraham merece respeto como persona, lo cual no equivale a respetar todas sus ideas. Me refiero, por caso, al siguiente artículo:

http://tomabra.wordpress.com/2011/09/18/transgredir-perfil-1892011/


ORÍGENES DEL "CUALUNQUISMO" SEGÚN TERÁN:


El igualitarismo es una marca fundacional de la manera de ser argentino, cosa que no ocurrió en el resto de Hispanoamérica. Ya en el siglo XIX se entendía aquí a la democracia como democracia social, no como democracia política. La democracia -dice Sarmiento en el Facundo, en 1845- ya había penetrado hasta en las capas mas bajas de la sociedad argentina. Este fenómeno se extiende treinta o cuarenta años más tarde del mundo criollo al de la inmigración, que viene con un fuerte impulso de participación. Es absolutamente falso que los extranjeros no querían participar en política. Participaban, y hubo ciertos canales para la participación desde el principio. El radicalismo yrigoyenista vino a ofrecer la posibilidad de realizar la ciudadanía política, acompañada con una pulsión hacia la caída de la deferencia.

-¿La caída de la deferencia?

- Porque en la Argentina los de más abajo miran a los ojos a los de arriba. "Mirar a los ojos" es el síntoma de la caída de la deferencia, es el signo más evidente de la convicción que tienen los argentinos de ser y sentirse iguales. Esto ocurre desde siempre, ya estaba en la idiosincrasia del gaucho, fue activado por las revoluciones, las guerras civiles y otros fenómenos a lo largo de la historia argentina, con su gran culminación el 17 de octubre de 1945. De ahí en adelante desaparece absolutamente esa idea del tributo que los de abajo tienen que rendir a los de arriba a cambio de la protección que los de arriba brindan a los de abajo. Yo viví bastantes años en México y allí hay gente que, aún hoy y más allá de su situación económica, a ciertos lugares no puede ingresar, no se anima a ingresar. Siente que no tiene derecho a entrar. Ése es un fenómeno que se da en casi toda América latina y que aquí no existe o existe poco. Aquí uno tiene el derecho de estar en todas partes.

- Hoy ¿seguimos siendo una sociedad igualitaria?

-Somos una sociedad imaginariamente igualitaria, en el deseo y en todo aquello que los sujetos se asignan como derechos adquiridos. Es imposible entender ciertos fenómenos que ocurren todos los días sin entender esta pulsión o esta convicción de igualitarismo. Es imposible ver como se mueven los piqueteros, los travestis, los vendedores ambulantes, por ejemplo, sin esta idea de que todos somos exactamente iguales y tenemos derecho a ocupar espacios que no están vedados absolutamente para nadie.

-Esto es lo que nos hace también una sociedad difícil de gobernar?

-Lógicamente, porque el igualitarismo tiene un doble rostro. Es extraordinariamente elogiable por el modo en que ha contribuido a que la gente adquiera derechos. Pero se sabe que cuanto más igualitaria es una sociedad, también es mucho más difícil de gobernar. A lo que hay que sumar las dificultades que surgen cuando el igualitarismo se convierte en "cualquierismo" o en "qualunquismo".

-¿Qualunquismo...?

-Es el desconocimiento de ciertas jerarquías que no tienen nada que ver con la democracia. Algo típicamente argentino. Salga a la calle y lo comprobará: gente que sin instrucción, sin mérito, sin esfuerzo, sin especialización en nada, opina de cualquier cosa. Las consecuencias son desquiciantes. A ello súmele que somos una sociedad de altas expectativas en cuanto al acceso a bienes materiales y simbólicos, proyecto que de alguna manera funcionó hasta 1930, hasta 1950, hasta 1970, y que de pronto dejo de funcionar. Pero el imaginario colectivo sigue constituido sobre la base de una sociedad de altas expectativas, expectativas que no se realizan; lo cual genera frustraciones, anomia, privatización y erosión del lazo social. Todo esto lo venimos observando en los últimos 30 o 40 años.

ENTREVISTA A OSCAR TERÁN: EL IGUALITARISMO Y EL SER ARGENTINO


Carlos Quijano solía decir: "Todos los pecados tienen redención. Todos menos uno. Es imperdonable pecar contra la esperanza". 

Oscar Terán, uno de los mejores profesores que tuve, dijo que “el optimismo suele ser un sentimiento bobo, y el pesimismo suele ser trivial y convocar a la pereza intelectual. Prefiero la esperanza, y aquí me gusta citar a Octavio Paz cuando decía que quien conoció la esperanza ya no la olvida. La sigue buscando bajo todos los cielos; entre todos los hombres, entre todas las mujeres...”.

Aquí pueden leer una muy buena entrevista que le hicieron a Terán.

viernes, 11 de marzo de 2011

SOBRE EL POPULISMO

Se me ocurren citar tres opiniones interesantes como para abordar -muuuuy a vuelo gallináceo- el tema del "populismo".


Según el filósofo Roberto Follari, autor de La alternativa neopopulista:
"La mayoría de los intelectuales son platónicos. Prefieren la coherencia interna en la comodidad subjetiva de su propia ideología, que las contradicciones y dificultades de abrazar realidades políticas, con sus espinas y sus asperezas e imperfecciones. Por tanto, para muchos intelectuales la mejor política es aquella de la que se habla, pero nunca se hace. Y se habla sin saber, porque la política jamás es una extensión directa ni de las propias intenciones ni de las nociones teóricas. Por eso, y por ser “ilustrados”, muchos intelectuales detestan al populismo, como extensión de su habitus de clase –alta o media-, para la cual los de abajo encarnan la grosería, la vulgaridad, la renuncia al pensamiento y a los libros, así como a la elegancia de los esquemas puros”.



No deja de ser interesante y tiene mucho de cierto esto que dice Follari. Como no he estudiado a fondo el tema, no puedo hacer ningún aporte mínimamente relevante. Se me ocurre contrastar el fragmento anterior con un fragmento de una entrevista que le hicieron al filósofo argentino Oscar Terán:

“Otro rasgo clave que nos describe es el populismo. Y una cultura populista dominante tiene una serie de cláusulas ideológicas, una de las cuales es el bajo nivel de institucionalidad. En nuestro país las instituciones tienen debilitada su capacidad de ser mediadoras entre los ciudadanos y el Estado. Por lo tanto, es mejor estar protegido por un puntero que por el Estado argentino. Primero porque el Estado argentino se corrió y, además, porque si no formo parte de una corporación sufro el serio riesgo de estar a la intemperie. La nuestra es una sociedad con fuertes componentes corporativos, y con un Estado y con dirigentes políticos que han aprendido muy bien esto. Es decir, que no están frente a una sociedad de ciudadanos, sino frente a una sociedad de fracciones de poder corporativas que cuando aparecen hay que capturarlas y cooptarlas para el Estado. Entonces, si hay un sindicato de metalúrgicos, al dirigente de los metalúrgicos lo vamos a nombrar ministro de Trabajo, y así todas las analogías, pasadas y presentes, que se le puedan ocurrir. Aparece un sector piquetero y lo metemos dentro del Estado, con lo cual se le resta autonomía al movimiento social y se confunde al Estado con un partido. En otros términos y desde otro ángulo de análisis, creo que una de las modificaciones que generó el primer peronismo fue romper con el modelo de trabajador llamémosle socialista. Un trabajador autónomo, que tenía que construir desde abajo hacia arriba, que no debía aceptar ser incluido en las redes del Estado, que tenía que ser laborioso, frugal y letrado. Bueno, el peronismo inventó otra cosa, de extraordinarios beneficios para los sectores populares, pero con rasgos muy diferentes de aquellos que se había pensado debía tener una clase trabajadora autónoma. Ahí hay una ruptura cuyos ecos resuenan hasta el presente.

Ahora, si esto ocurrió no fue sólo por la habilidad, la demagogia o la genialidad de Perón. Había una sociedad dispuesta a eso, ¿no?
Desde ya. Además, así como en otras sociedades se comprueba que, en general, hubo un cierto orden en la construcción de ciudadanía por el cual primero se adquirieron derechos civiles, luego políticos y por último sociales, aquí el orden fue distinto (lo cual no quiere decir “anormal”). Esto significa que fue anterior el acceso a la ciudadanía social que a la ciudadanía política. Lo cual construyó una matriz de cultura política que determinó de algún modo que los argentinos seamos más sensibles a la violación de los derechos sociales que a la violación de los derechos políticos. Esto es, que hayamos estado más dispuestos a protestar legítimamente ante la falta de acceso a la educación, a la salud o a la vivienda, que ante los golpes de Estado. Ocurrió así. Creo que ya no estamos en esa situación. Quiero creerlo. En este sentido, pienso que estos veinte años de democracia fueron excepcionales. Pero insisto en que debemos estar atentos para no tergiversar el orden de prioridades respecto de cuál es hoy el verdadero drama argentino: el de la exclusión social”. (Oscar Terán, El igualitarismo y otras cuestiones, entrevista realizada en 2004 por Carmen María Ramos).

ELOGIO DEL POPULISMO (Tomás Abraham)

 La barbarie ilustrada:
Hay una campaña de notables en medios también notables contra el populismo. Llamo notable a un personaje que se siente superior por su nivel cultural. Es un ser que hace de la división entre civilización y barbarie una credencial para ser invitado a embajadas, convertirse en un conferenciante de nota, académico laureado, columnista vip, hombre respetado por su "seriedad" y un ser mimado por otros notables.


Deriva de una acepción latina y de reminiscencias romanas que designa a un particular especimen de patricio. Un notable es un patricio del espíritu. Las palabras élites y aristocracia no hacen más que subrayar a esta especie.

Notables como el mexicano Enrique Krauze, el historiador Natalio Botana, Marcos Aguinis, J. J. Sebreli, el dos veces ex y posible postulante a futuro ex del Uruguay Julio Sanguinetti, están con una intensa actividad antipopulista. No es extraño en un mundo en donde dominan los Chávez, los Kirchner, los Evo Morales, y asoma la amenaza de los Tabaré Vázquez.

Los motivos aducidos de esta preocupación es la perceptible degradación en la calidad institucional de la democracia republicana. Pero las razones de esta preocupación pueden ser algo más complicadas y esenciales.

¿Qué es lo que defienden estos personajes? Una idea del individuo. Extraña idea, ya que esta noción del pensamiento político más que con la libertad tiene que ver con la seguridad. No hay individuo sin seguridad, es decir, sin intimidad resguardada, vivienda propia, trabajo que garantice un salario digno, educación que guíe en las alternativas del espacio cultural, protección social. Es lo que tienen los notables y carece la gran mayoría de la gente de los países que ellos habitan.

Ha sido una costumbre del discurso de los notables, que no es exclusivo de la gente diplomada, la de ser oradores de las luces y buenos contrabandistas en las sombras. Dobles apellidos de extenso linaje peroraron en tertulias y congresos sobre los bienes de la cultura mientras pagaban en sus latifundios con vales de proveeduría a sus neoesclavos, y esto se mantiene hasta la fecha, no es historia antigua.

¿A qué le temen estos personajes? A la demagogia y al clientelismo. No hay duda de que la famosa entelequia de la modernidad llamada "masas" los tiene a maltraer. Estas masas, que ellos ven como monos de una horda caníbal, son manejados por seres diabólicos que reparten planes de trabajo. El carisma, ponzoña resinosa que segregan estos tiranos, engaña a la tonta masa que los sigue hasta cualquier crimen. Pero el asunto es más simple. Un hombre despojado de su humanidad, sin trabajo, con los hijos sin futuro y con el presente del hambre, además de padecer la humillación de una sociedad que le explica que lo que ofrece en los escaparates dorados no lo merece, despreciado por el Estado que nada ha hecho sino burlarse de él, con una clase cultural que se viste de bronce y de apellidos y lo denigra con su verba empacada, encuentra en el caudillo, en el puntero, en la unidad básica alguien que le dio algo, una chapa para el techo, una escuela en la que los hijos pueden desayunar, una caja con alimentos, una changa en la municipalidad, es decir, que encontró respeto, y devuelve con lealtad. Y si la palabra lealtad produce espanto, usemos otra que gusta mucho más: confianza.

Por supuesto, que luego pueden ir los Aguinis y los Krauzes a decirle que sus dadores son corruptos, que recibieron coima en las obras públicas, y él, que ha sido deshumanizado por la realidad e inmerecidamente beneficiado -al menos de acuerdo al canon que enarbolan los señoritos notables- debería estar preocupado por la moral.

Pero claro que es necesario estar preocupado por la moral, especialmente por la moral de quienes defienden el muro de Sharon que encierra a palestinos en nombre de la realpolitik, a quienes están desesperados por proteger los restos de un partido centenario como el Colorado y lo que queda de una partidocracia obsoleta, quienes simpatizaban con Fox y otros magnates y ahora ya ni saben adónde apuntar, los que mientras el petróleo financiaba a parásitos políticos y becarios agradecidos, se sintieron más en democracia que con este actor bolivariano.

Dicen que Kirchner es peligroso, que los planes de trabajo crean vagos, que hay riesgo de hegemonía y absorción de la oposición, que se discrimina a periodistas y se reparten dádivas a cambio de elogios. La verdad es que sí, eso está mal, Argentina tuvo períodos en que estuvo mejor, es lo que dicen los notables. Por ejemplo, la época en que Federico Pinedo hizo su plan industrial, no importa que nadie se acuerde ya de eso, aciertos de Avellaneda, Mitre, Pellegrini, Roca, sí claro, magníficos tiempos aquellos, los de los estadistas de nuestra argentinidad, de vacas y mieses, antes de que la chusma irigoyenista entrara en escena.

Pero el populismo existe gracias a Dios y a los hechos históricos que defienden estos notables. Es la manera de supervivencia no de líderes demoníacos sino de pueblos abandonados por los cogotudos de la cultura, estos señores que sin el talento de Octavio Paz se visten con sus trajes de agregado cultural en ejercicio o en potencia. No vemos muchos notables así en los tronos del mundo, salvo que Aznar, Chirac y Bush, lo sean por ser blancos y parcos. Hablando de Bush, el populismo también es la estrategia de pueblos emergentes, quiero decir que sin gobiernos populistas nuestros países habrían estado definitivamente sumergidos gracias a las intervenciones norteamericanas. ¿Se olvidaron los notables del cuento del tiburón y las sardinas? ¿O pensarán que es otra muestra del facilismo criollo? El camino reformista, integrador, republicano, con impuestos progresivos, división social de la tierra, rol fuerte del Estado, nunca tuvo el apoyo financiero ni político de Estados Unidos, fue al revés, lo ha saboteado directamente, o se calló ante lo que consideraba el mal menor. Desde Somoza a Videla.

¿Qué más temen los señores de la alta cultura? Le temen al Estado, Leviatán monstruoso que la década del noventa sepultó gracias a otros o los mismos notables. No importa que el conocido Georges Soros repitiera más de una vez en sus campañas literarias que sólo un Estado fuerte en los mercados emergentes podía evitar que se hundieran bajo los flujos y reflujos financieros; nosotros acá ya habíamos comprado la idea de un Imperio Central con sus municipalidades dispersas por todo el planeta. Se llamaba el realismo del débil, que débilmente ha dejado apagar su voz. Ahora se viene la apariencia de una mayor presencia estatal, pero claro no sólo para desregular, y organizar videoconferencias, sino en relación con un par de millones de argentinos que por algun razón, también notable, se han quedado afuera de la civilización.

Olvidan los notables dos cosas. Una, que si tanto les importa el individuo y su dignidad, resulta que ésta se logra en la modernidad con un buen aparato judicial, el mejor posible, funcionando con relativa autonomía. El individuo no es una singularidad que recita poemas de memoria, sino un asalariado medio que puede llamar a un abogado y meterle un juicio con sentencia rápida a quien lo despidió inventando una justa causa. Por eso, en este sentido, los notables deberían estar satisfechos con ciertos movimientos de este gobierno en la materia. La otra cosa tiene que ver con la raza. El iyrigoyenismo y el peronismo fueron movimientos sociales masivos, pero fundamentalmente una realidad que desagradó al orden conservador porque metió razas oscuras en la historia. La raza de los italianos primero, la de los polacos judíos más tarde, los de las provincias en la capital luego, hoy hablamos de los inmigrantes de los países limítrofes a quienes este gobierno quiere legalizar. Los movimientos populistas, esos que se ven como una culebra tramposa, peor que la del Edén, fueron integradores de morenos, negros, narigones pelirrojos, turcos de almacén y matronas calabresas. Es decir, nuestro pueblo, nosotros, salvo los notables, que, en realidad, por más sublimes que se presenten, tampoco vinieron en una sonda marciana. (Enero de 2004)