No soy muy original: me interesan algunas mujeres, el fútbol, la filosofía, la literatura, la música-especialmente el rock-, la política, el cine, las ciencias sociales… Me hubiera gustado jugar en la primera de Boca y salir campeón mundial con la selección argentina de fútbol, pero no me alcanzó el talento. Tengo pendiente salir campeón con mis amigos de algún torneo amateur. Escribo por varias razones, pero fundamentalmente para que me quieran.
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martes, 3 de abril de 2012
sábado, 1 de octubre de 2011
miércoles, 24 de agosto de 2011
POLÍTICA Y VIOLENCIA: LUCHA ARMADA EN LOS 70's (PRIMERA PARTE)

Voy a tratar de despejar diversos malentendidos, afanándole varias ideas al artículo de la politóloga Pilar Calveiro aparecido en la revista Lucha Armada (número 4) y que está basado en un libro que recomiendo fervorosamente: Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años 70.Entre
Antes de ir a la descripción histórica de esos años -cosa que haré en un próximo post- , creo importante complejizar algunos conceptos y contextualizar algunas cuestiones:
MEMORIA: los argumentos que siguen a frasecitas del tipo "se cuenta la mitad de la historia" o "tenemos una memoria mutilada" tienden a ser medio pelotudos. Aquí y aquí puse algo sobre "la memoria". No hay "dos mitades" de la historia, ni tres ni cuatro ni siete: LA MEMORIA NO ES UN LEMON PIE. Sintéticamente: la memoria = recuerdo + olvido. La memoria siempre es una suerte de mezcla entre olvido y recuerdo de momentos vividos, libros leídos, manipulaciones políticas varias, etc. Para recordar mejor hay que saber olvidar. Quien recuerda cada detalle como un Funes el memorioso no puede pensar: quien para contar una película de hora y media emplea tres días porque es un prodigio de la memoria no sabe abstraer lo esencial de lo accesorio; quien no recuerda casi nada del contenido de la película no puede contar qué le pareció.
Así como no podemos hablar de identidades en singular, sino que existen identidades diversas que se superponen ya sea en una persona, un grupo social o una nación; no existe la memoria en singular, sino memorias siempre plurales, diversas y contradictorias.
De ahí que me suela parecer una pelotudez cuando personas mayores tiran frases del tipo: "yo esa historia la viví, no me la contaron, no me vengas con...". LA MEMORIA ES PLURAL, LA CONCHA DE TU MADRE!! Si dos pelotudos no nos ponemos de acuerdo en quién fue la figura de tal partido de fútbol, ¿como carajo pretender clausurar el debate sobre un período tan complejo desde tal o cual vivencia personal?
¿Para qué la memoria? Entre otras cosas para establecer "puentes de sentido" que vinculen aquella forma de entender la política y la violencia con las prácticas actuales, para iluminar una con la otra, para descifrar el pasado desde miradas renovadas por una experiencia más amplia pero también para decodificar el presente desde la distinción, que permite afirmarlo como otro a la vez que reconoce las posibles conexiones.
Así como el dinero llama al dinero, la memoria llama a la memoria: todo acto de memoria convoca a otros actos de memoria que lo convalidan, lo cuestionan, lo discuten, lo desmienten.
Según Calveiro: "Cuando se habla de memoria se suele restringir la peculiaridad de la experiencia a una especie de relato sensible, incluso sensiblero, poco elaborado y encerrado en una historia individual, casi autónoma de lo social.
En oposición a esta idea, considero que la memoria no implica la suspensión de la racionalidad analítica, ni mucho menos la complejidad del análisis".
CONTEXTO INTERNACIONAL: El siglo XX fue seguramente el más sangriento en la historia de la humanidad. 1) Primera Guerra Mundial (10 millones de muertos aprox.), 2. Entreguerras y ascenso de los totalitarismos; 3. Segunda Guerra Mundial (54 millones de muertos aprox.), 4. Guerra Fría.
La Guerra Fría, dentro de la que se inscribió nuestra "guerra sucia", no fue un período de pacificación sino de desplazamiento del conflicto y de sus costos, de los países centrales hacia los países del entonces llamado Tercer Mundo. Dado el desarrollo de la tecnología nuclear, un posible enfrentamiento de las potencias entre sí hubiese implicado la destrucción del mundo mismo, por ello se lo dividió en dos campos enfrentados y en disputa, un mundo bipolar, a pesar de todos los esfuerzos terceristas.
En los años setenta, nos recuerda Calveiro, la bipolaridad comprendía la lucha entre dos modelos de hegemonía con pretensiones igualmente mundiales: el capitalista y el socialista, que se asumían no como adversarios sino como enemigos antagónicos. Ambos tenían rasgos extraordinariamente comunes: ponían el acento en la determinación de lo económico y en la centralidad del Estado.
En síntesis, según Calveiro "las lógicas de ambos antagonistas, que permearon la organización mundial de las relaciones de poder, en primer lugar, eran económicas y estadocéntricas; su racionalidad era binaria y su froma de expansión y de defensa, la guerra"
GUERRILLA URBANA Y TERRORISMO NO SON SINÓNIMOS: Calveiro: "El terrorismo se caracteriza por tratar de generar terror social con el objeto de producir una parálisis tal que le permita imponer una determinación política. Para ello destaca actos de violencia que deben ser indiscriminados, de manera que cualquiera pueda sentirse blanco de los mismos. El ataque a un enemigo militar es la figura de la guerra; el ataque a un enemigo de clase es la revolucion, pero si ese "enemigo" es suficientemente difuso, la lucha en su contra puede alcanzar a cualquiera. El terrorismo es indiscriminado y hace blanco principalmente sobre la población civil. Las organizaciones armadas argentinas no realizaron ataques de este tipo. Sus acciones se orientaban principalmente a obtener recursos económicos y militares, realizar propaganda armada mediante repartos de alimentos, medicinas y otros bienes, asesinar a miembros del aparato represivo, en particular involucrados en la represión y la tortura. Sobre todo en la primera época, previa a 1973, existía un especial cuidado en la planificación militar de las operaciones armadas, con el objeto de evitar cualquier daño sobre civiles. La colocación de explosivos, por lo regular, se realizaba con fines de propaganda y cuidando que no hubiera víctimas. Las formas de la violencia recrudecieron a partir del enfrentamiento con la AAA y, ciertamente, se hicieron más indiscriminadas, pero siempre sobre personal represivo, aunque de rango y responsabilidad menores. Hubo operativos que, siendo contra miembros de las Fuerzas Armadas involucrados en la represión, alcanzaron sin embargo a inocentes, como fue el caso de la hija del Almirante Lambruschini, pero existió solo un par de operaciones militares -realizadas con posterioridad al golpe de 1976- que podrían considerarse francamente terroristas, ya que cobraron indiscriminadamente la vida de civiles. Creo que es importante hacer esta distinción porque considerar cualquier accionar armado como terrorista es una forma de desechar, sin más trámite, a la mayor parte de los procesos revolucionarios de la historia y a muchas de las formas de resistencia".
VIOLENCIA Y ESTADO: En "Para una crítica de la violencia..." Walter Benjamin nos muestra a la violencia como elemento fundante no sólo del Estado sino del derecho que éste configura en torno suyo.
"Fundacion de derecho equivale a fundación de poder y es, por ende, un acto de manifestación inmediata de la violencia". En consecuencia, la legalidad no representa una suspensión de la violencia sino su consumación. Cuando el Estado se erige en detentador monopólico de la violencia legítima no la cancela sino que se la apropia utilizándola para preservar el orden establecido. El uso de la violencia por otros actores políticos comporta el cuestionamiento de este monopolio, que puede ocurrir para la fundación de un nuevo orden y un nuevo derecho. Así, se pueden identificar dos violencias, simétricas en sus fines aunque no necesariamente en sus formas ni en su potencia: violencia que conserva derecho y la que trata de fundar un nuevo derecho.
En los 70 se discutía el monopolio de la violencia del Estado como ilegítimo y se consideraba legítimo, por el contrario, el uso de la violencia para instaurar un nuevo orden, definido como más "justo". Se oponían así la violencia estatal y la revolucionaria. Se hablaba de "guerra antisubversiva", por un lado, y de "guerra popular y prolongada", por el otro. No fueron ni una cosa ni otra, nos dice Pilar Calveiro: "La 'guerra popular y prolongada' no pasó de ser guerrilla urbana o rural, en algunos casos, y la 'guerra anti-subversiva' no fue más que una política represiva de estado basada en el terror".
GUERRA SUCIA: Siempre según Calveiro, "la expresión latinoamericana de la Guerra Fría fueron las llamadas "guerras sucias", es decir la desaparición de personas, involucradas en proyectos políticos alternativos, armados y no armados, como parte de una política de Estado. En este contexto se inscribieron tanto el Plan Cóndor, en los años setenta, como las guerras en Centroamérica, en particular Guatemala y Nicaragua, durante los ochenta.
Como es bien sabido, en la distribución bipolar del mundo, América latina 'pertenecía' al Occidente capitalista, con la excepción de Cuba. (...) El control de América latina dentro del capitalismo occidental (por parte de Estados Unidos) fue una precondición para conquistar la hegemonía planetaria.
Se instrumentó entonces la tan conocida política de seguridad nacional, que remitía cualquier conflicto nacional a la confrontación global entre capitalismo y socialismo. Se la aplicó en todos los países a través de los aparatos represivos del Estado, apoyados por los servicios de inteligencia norteamericanos.
La organización bipolar del mundo se 'clonó' hacia dentro de las fronteras nacionales y estructuró la lucha política en campos separados y enemigos. Por una parte, los Estados, en la defensa del statu quo occidental y por otra un sinfín de organizaciones, partidos de izquierda y movimientos que pugnaban por modelos alternativos, genéricamente definidos como socialistas, de corte nacional popular y que se planteaban adueñarse del aparato del Estado para establecer un orden nuevo, mediante un proceso revolucionario.
Si la palabra clave del escenario internacional fue la guerra, la palabra clave de la política latinoamericana fue revolución, pero también aquí los antagonistas giraban en torno al control del Estado, reproduciendo la visión estadocéntrica predominante en el terreno internacional.
La idea de la Revolución, así, con mayúsculas, se ha ido expulsando del imaginario político. Sin embargo, en los años setenta era parte nodal de la propuesta de la mayor parte de los grupos disidentes. Hacer la revolución era tomar el aparato del Estado para abrir un proyecto que prometía ser radicalmente nuevo, nacional, aintiimperialista y, en consecuencia, de ruptura con el orden capitalista. Un proyecto que prometía transformar las relaciones del espacio público y privado y crear un hombre nuevo: una especie de milagro. Esa gran revolución convocaba, en primer lugar, a la acción.
El tema de la acción se ha malinterpretado con frecuencia. El énfasis en ella no implica, necesariamente, la falta de teoría ni mucho menos de racionalidad o reflexión. Por el contrario, tanto la acción como el discurso son inseparables de la política. Decía Hanna Arendt, de indiscutible filiación republicana, en un texto que se tradujo al español precisamente en los años setenta:
'Dejados sin control, los asuntos humanos no pueden más que seguir la ley de la mortalidad... La facultad de la acción es la que interfiere en esta Ley... El lapso de vida del hombre en su carrera hacia la muerte llevaría inevitablemente a todo lo humano a la ruina y la destrucción si no fuera por la facultad de interrumpirlo y comenzar algo nuevo, facultad que es inherente a la acción... La acción es la única facultad humana de hacer milagros, como Jesús de Nazaret... el nacimiento de nuevos hombres y de un nuevo comienzo es la acción... Sólo la plena experiencia de esta capacidad puede conferir a los asuntos humanos fe y esperanza' (Hanna Arendt, La condición humana)
Finalizo con una idea de Calveiro que me parece muy importante: "La 'espiral de violencia', como una especie de tornado, se traga primero y antes que nada al más débil. Entre la insurgencia y el Estado, puestos a desafiarse en el terreno de la fuerza, gana el Estado. Sólo hay un lugar desde el que la insurgencia puede triunfar y éste es la lucha política. Los cubanos no le ganaron a Batista por su potencial militar, le ganaron políticamente".
Termino con dos reflexiones de Alejandro Kafuman que son bastante complejas de interpretar en todos sus matices:
"La llamada teoría de los dos demonios presumía una simetría entre dos contendientes. ¿Pero en qué consistía esa simetría? Contra lo que se suele suponer, la simetría alegada no es la referida a la violencia recíproca (esta es la versión más vulgar y estólida de la teoría de los dos demonios), sino al carácter de ilegalidad que concernía a ambos términos de la ecuación. En tiempos institucionalmente democráticos de los setenta, y también antes en la medida en que se apostaba por la revolución y no por la mera restauración constitucional durante gobiernos militares, los actores revolucionarios habrían actuado en forma ilegal. Habrían actuado como asociaciones ilícitas insurrectas, transgresoras de la constitución nacional y el código penal, y por lo tanto eran acreedoras de un castigo por parte de las fuerzas de la ley. El problema aquí no era el de la represión, ya que eso es lo que correspondía, sino el carácter ilegal que asumió la represión en la dictadura del 76. Si hubiera actuado en los términos del código penal, sólo hubiera restado un demonio: el de los subversivos. Es de eso de lo que tanto se han lamentado intelectuales, políticos y ciudadanos en estos últimos treinta años. ¿Cómo no fusilaron a los insurrectos, reprimieron de alguna otra forma legítima a esos delincuentes? (...)"
Como bien sugiere Kaufman, es intelectualmente pobre especular sobre lo que hubiera pasado si la guerrilla hubiese triunfado. Esas pelotudeces del tipo "si los montoneros hubiesen ganado seríamos Cuba (????)" son nefastas. Quienes estaban comprometidos con formas de la debilidad, sabían -creían- que iban a morir como lo saben todos aquellos que no ignoran que la justicia siempre está del lado de los vencedores. No es una afirmación soberbia sino más bien de amargura trágica. No experimentan AHORA una revelación que YA SABÍAN.
En el próximo post resumo algunos acontecimientos históricos. Me parecía importante hacer estas aclaraciones antes, como para clarificar -o en rigor complejizar- un poco el panorama, sobre todo porque al leer la nota de Abraham y los comentarios de los lectores me pareció que se decían muchísimas pelotudeces.
Aquí la segunda parte.
lunes, 22 de agosto de 2011
NO ENTIENDO A TOMÁS ABRAHAM
Leo una nota de Tomás Abraham escrita en Perfil del domingo 21 de agosto de 2011, aquí la nota.
Abraham sugiere que "Gabriel Mariotto, Mario Oporto y Jorge Coscia, le harían un gran bien al país, y en especial, a la juventud argentina, si se pusieran de acuerdo para difundir este libro en las aulas, en los medios de comunicación públicos, y proponerlo para el debate ciudadano. Educación y cultura es el ámbito en el que Montoneros-La Soberbia Armada de Pablo Giussani debe ser no digo sólo discutido, ya que polemizar es lo que más gusta y con frecuencia lo que impide pensar, sino al menos leído".
Sobre "política y violencia", puse éste, éste y éste post.
Sobre "política y violencia", puse éste, éste y éste post.
En principio no creo que "polemizar" sea algo tan nocivo, ni le escapo al "conflicto" como forma de hacer política. No me rasgo las vestiduras por el hecho de que nosotros no debatamos como suizos, o como nos imaginamos que debatirán los suizos.
No terminé de leer el libro de Giussani, espero poder hacerlo en algún momento. Su interpretación me parece muy cercana a la metáfora nefasta de "los dos demonios". Estoy en desacuerdo con que su lectura "le haría un bien al país" y particularmente "a los jóvenes".
¿Por qué sería deseable que fuese de lectura obligatoria ese libro? ¿Por qué no la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi o Política y/o violencia o Poder y desaparición de Pilar Calveiro? ¿Por qué no los libros de Richard Gillespie o Juan Gasparini sobre los montoneros? ¿O la biografía de Santucho, Todo o nada, escrita por María Seoane? ¿Y por qué no los debates encendidos en torno a la "Carta de Oscar del Barco" a partir de la entrevista con Héctor Jouvé? O Maus, de Art Spiegelman, que tiene ilustraciones y es una historieta con la que los chicos pueden entretenerse al tiempo que reflexionar. Incluso Ante la ley de Kafka... qué se yo.
No termino de entender muchos textos de Tomás Abraham. Ojo, soy una persona que ha leído libros complejos, de lectura áspera: Hegel, Heidegger, Bourdieu... Pero a Abraham no termino de entenderlo, en el sentido de que no encuentro una referencia clara sobre "de qué carajo está hablando" cuando analiza la coyuntura política argentina.
Su tendencia a utilizar metáforas -el concepto de "intemperie" para explicar el fenómeno kirchnerista, por caso- en lugar de argumentos sólidos me desconcierta. Está bien e incluso es inevitable el uso de metáforas como instrumento retórico al servicio de la exposición argumental, pero cuando se vuelve plato principal es como pretender que el ketchup llene nuestras necesidades nutricias.
Es cierto que la idea de "argumentos sólidos" tiene una carga subjetiva muy fuerte, y que nadie puede reclamar para sí el monopolio de la interpretación legítima, pero...
Quiero decir: leo un artículo de José Natanson o Verbitsky, suponte, y puedo coincidir o disentir con tal o cual postura, pero sé lo que dicen, entiendo "la referencia". Con la mayoría de los textos de Abraham no me pasa lo mismo. Lo peor es que miro su blog y mucha gente le tira comentarios del tipo: "brillante análisis Tomás", "completamente de acuerdo contigo Tomás".
Tiendo a pensar que creemos "inteligente" a quien expresa lo que pensamos con palabras un poco más floridas y de un modo sofisticado. Creo que William James dijo que la mayoría cree estar pensando cuando no hace más que reordenar sus prejuicios. Pues bien: Abraham se la pasa refritando sus prejuicios una y otra vez, en casi todos los artículos que publica en Perfil o La Nación.
Tiendo a pensar que creemos "inteligente" a quien expresa lo que pensamos con palabras un poco más floridas y de un modo sofisticado. Creo que William James dijo que la mayoría cree estar pensando cuando no hace más que reordenar sus prejuicios. Pues bien: Abraham se la pasa refritando sus prejuicios una y otra vez, en casi todos los artículos que publica en Perfil o La Nación.
Sin embargo, creo que Abraham es una persona inteligente, y me parece que no carece -ni mucho menos- de una formación intelectual bastante densa.
Ojo, entiendo que hay temas que son extremadamente sensibles y refractarios a la interpretación, y que suscitan enconos encendidos: peronismo/antiperonismo, montoneros y lucha armada, judíos y palestinos...
Según Horacio González, con quien a menudo me sucede lo mismo pero con quien acuerdo mucho más: "pensar la política a martillazos parece ser el motto de Tomás Abraham, que posee una formación filosófica nietzscheana-foucaultiana y una escritura que cultiva brillos sentenciosos, y también tajantes giros despectivos. Sabe ver la cultura filosófica en el fárrago de las cosas, entremezclada con el humor de los acontecimientos cotidianos y de las culturas populares (...) Intenta escribir lo que podríamos llamar un manual general de ética política, encarnado en hombres prácticos y amantes de la vida, entendiendo por lo primero un volcarse a la raíz verdadera de lo ideológico, esto es, los actos en el mundo real de la producción; y por lo segundo, un intento de abordar y expresar la verdad personal sin ocultamientos ni oropeles. En este caso, se basa en la promoción foucaultiana de la idea antigua del parresiastés, aquel que dice la verdad como acto agónico en el que funda su existencia, arriesgando quebrar con ello la trama de prevenciones, cortesías e indumentarias sociales de todo lenguaje".
Más allá de la interpretación de González, es curioso que en la nota Abraham diga que "polemizar es lo que más gusta y con frecuencia lo que impide pensar". Quiero decir que a mí, Abraham siempre me ha parecido menos un crítico que un polemista, en el sentido de que su discurso está orientado a convencer, a seducir más que a entender los argumentos ajenos y exponerlos.
viernes, 27 de mayo de 2011
LA SACRALIZACIÓN Y LA BANALIZACIÓN
En La lectora provisoria, blog donde escribe Quintín, leí varios comentarios donde livianamente se afirma que el kirchnerismo es una forma de fascismo, o que tipos como Gabriel Mariotto son fascistas o proto-fascistas. Personalmente me parece que la calificación de fascista aplicada al kirchnerismo no sirve más que para adjetivar y fijar posición en lugar de para esclarecer el debate. Bah, a decir verdad me parece una pelotudez, pero quiero tratar de ser moderado en el análisis para no suscitar ningún encono.
Aclaro que este escrito pretende ser muy general: dejaré la coyuntura para otros posteos futuros.
El término "fascismo" hace rato que dejó de ser un sustantivo para utilizarse, en gran medida, como adjetivo. Algo similar ocurre cuando se designa a alguien o algo como "de derecha" o "nazi". De todas maneras no quiero profundizar en la cuestión de kirchnerismo fascismo o peronismo/fascismo, sino que me interesa traer a colación dos conceptos muy didácticos y generales que utiliza el crítico literario y lingüista Tzvetan Todorov en su libro Memorias del mal, tentación del bien. Los conceptos principales que quiero rescatar son el de "banalización" y el de "sacralización" del pasado. Repito que no voy a analizar la coyuntura a partir de lo dicho por Todorov, para no alargar demasiado lo escrito.
Los usos de la memoria:
Según Todorov, la memoria, en sí misma, no es ni buena ni mala. Los beneficios que se espera obtener de ella pueden ser desviados. ¿De qué modo? En primer lugar, por la propia forma que adoptan nuestras reminiscencias, navegando entre dos escollos complementarios: la sacralización o aislamiento radical del recuerdo; y la banalización, o asimilación abusiva del presente al pasado.
Peligro de sacralización: Es evidente que cada acontecimiento del pasado es específico y diverso. Es totalmente comprensible que a uno le preocupe más la desgracia de un ser querido que el hecho de que hayan muerto miles de personas como consecuencia de la bomba de Hiroshima y Nagasaki. Es esperable y comprensible que para un ruandés sea más significativa la matanza de las tribus hutus sobre los tutsies y los hutus moderados en lugar del genocidio armenio, el genocidio judío o los 30 mil desaparecidos. A un familiar de una persona muerta por la guerrilla posiblemente le resulte más relevante ese asesinato que cualquiera de las restantes desapariciones. No obstante, no porque los acontecimientos pasados sean únicos y cada uno de ellos tenga un sentido específico es preciso no relacionarlos con otros. Cuanto más numerosas son las relaciones, más particular (o singular) se hace el hecho. Dios es sagrado porque es absoluto y omnipresente, y no particular, como un hecho que ocupa un tiempo y un espacio únicos.
La Masacre de Cromagnon ocurrió en el ambiente del rock, y tal vez quien o quiénes tiraron bengalas hayan escuchado una y otra vez Smoke on the water de Deep Purple, donde se habla de "some stupid with a flare gun burned the place to the ground". El pasado y la tradición están ahí, a disposición de una mayoría que suele ser ciega y sorda.
La Masacre de Cromagnon ocurrió en el ambiente del rock, y tal vez quien o quiénes tiraron bengalas hayan escuchado una y otra vez Smoke on the water de Deep Purple, donde se habla de "some stupid with a flare gun burned the place to the ground". El pasado y la tradición están ahí, a disposición de una mayoría que suele ser ciega y sorda.
El pasado, en síntesis, cumple una función enriquecedora para el presente cuando nos sirve de lección. Se dice que “de los errores se aprende”. Me parece que de los errores no SE aprende, sino que puede (o no) aprenderse. Que un error haya acontecido no indica necesariamente que sobrevenga ningún tipo de lección. De hecho, el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra (aunque ignoro si no habrá existido algún camello o perro pekinés que se haya tropezado más de una vez con alguna extensión sobresaliente del suelo, aunque en este caso no importa demasiado).
Sería paradójico, como mínimo, afirmar a la vez que el pasado debe servirnos de lección y que no tiene relación alguna con el presente: lo que es sacralizado de este modo no puede ayudarnos en absoluto en nuestra existencia actual.
La sacralización del pasado sirve de pantalla o excusa para la inacción en el presente. Puede ocurrir que a pocos metros de un acto en conmemoración por los 30 mil desaparecidos se estén muriendo de hambre niños y ancianos y prostituyendo jóvenes indocumentadas sin que nadie haga nada por evitarlo. ¿Se entiende a qué apunto? No quiero decir que los actos no sean importantes, entiéndaseme bien, pero siempre y cuando no se transformen en una pantalla para no ver los demás problemas y actuar en consecuencia.
En política, la tarea es distinta que cuando hacemos historia. En política, el “mal” adopta nuevas formas continuamente. No es lícito que, en nombre de la memoria –aun de las más legítima-, descuidemos las nuevas encarnaciones del mal ni encubramos los peligros del presente. Es indispensable rescatar la memoria de los vencidos de la historia (los humillados, los despreciados, los que han sufrido injusticias); sin embargo, los muertos no deben impedir a los vivos seguir viviendo. Ahí radica gran parte del difícil y delicado equilibrio entre necesidad de memoria y necesidad de olvido.
Peligro de banalización: En la trivialización o banalización del pasado, los acontecimientos pierden toda especificidad, siendo asimilados a los del pasado. Si utilizamos el término “nazi” como sinónimo de canalla, toda lección de lo que aconteció en lugares como Auschwitz se ha perdido. Hitler mismo es un personaje que está en todas las salsas y ensaladas de la historia; a cada momento aparecen nuevos hitleres. A los estadounidenses les gusta, con todo su aparato propagandístico, designar así a sus enemigos para asegurarse el apoyo incondicional de la comunidad internacional: Saddam Hussein es un nuevo Hitler, Milosevic es otro, Chávez casi que también. Los acusados se entregan a las mismas proyecciones: Chávez acusando a Bush de nuevo führer hace algo similar, aunque para imponer su idea cuenta con mucho menos poder, dinero y parafernalia que el presidente de los Estados Unidos.
Decir que Putin, el actual presidente ruso, sigue los pasos de Stalin, impide saber quién era Stalin y quién es Putin. Si yo digo que las políticas económicas de Martínez de Hoz son una continuación de las empleadas por Menem y Cavallo en los 90’s no estoy reduciendo uno en términos del otro, ni asemejando a Menem con Videla. No puede haber juicio sin comparación. Si comparo a Maradona con Messi no estoy diciendo que Messi se reduce a Maradona ni viceversa.
En resumen: cuando el pasado está sacralizado sólo nos recuerda a sí mismo (sin servir de lección al presente); mientras que cuando está trivializado nos hace pensar en todo y en cualquier cosa. Siguiendo con el ejemplo de Maradona: decir que no es comparable con nadie porque es una suerte de semidiós sería sacralizarlo, decir que Maradona y el número 4 de Atlético Campana son técnicamente semejantes es no entender nada de fútbol.
Por ejemplo: Sacralizar a Borges no favorece su lectura, sino que nos aleja más y más de su obra. Nos hablan tanto del Quijote y de Cervantes que casi nos creemos que lo hemos leído.
Por otro lado, juzgar es comparar. Entiendo perfectamente la frase “las comparaciones son odiosas” (quiere decir, no le metas presión a determinada persona comparándolo con alguien consagrado porque lo abrumas), pero también creo que si no comparamos no podemos juzgar. ¿Cómo juzgar si una película nos gusta si no utilizamos la comparación? Traten de nombrarme a su músico favorito sin que intervenga, explícita o implícitamente, un juicio por comparación, y les doy un millón de dólares.
Del error “se aprende”. Pues bien, pasemos a enumerar:
Primera Guerra Mundial: ocho millones y medio de muertos en los frentes, casi diez millones en la población civil, seis millones de inválidos. Durante el mismo tiempo: genocidio de los armenios, un millón y medio de personas llevadas a la muerte por el poder turco. La Rusia soviética, nacida en 1917: cinco millones de muertos a causa de la guerra civil y la hambruna de 1922, cuatro millones de víctimas de la represión, seis millones de muertos durante la hambruna organizada de 1932-1933. Segunda Guerra Mundial: más de treinta y cinco millones de muertos sólo en Europa (equivalente casi a toda la población actual de la Argentina), de ellos al menos veinticinco en la Unión Soviética. Durante la guerra, exterminio de los judíos, los gitanos, los deficientes mentales, los comunistas: más de seis millones de víctimas. Bombardeos aliados de la población civil en Alemania y Japón: varios centenares de miles de muertos. Los desaparecidos en Argentina, los muertos por la guerrilla armada, los muertos en Argelia, la matanza de hutus y tutsies, la invasión a Irak y Afganistán (esta vez Stallone no protegió a los afganos como en Rambo III). ¿De los errores se aprende? No es lo usual, aunque sería deseable que así fuese .
Como dijo Primo Levi, “un oprimido puede convertirse en opresor”. El sufrimiento padecido no ennoblece a quienes afecta (mal que le pese a cierta concepción cristiana del dolor como ennoblecedor del alma humana).
En Israel está presente el genocidio sufrido por el pueblo judío, y sin embargo la política de este país para con sus actuales vecinos, en particular los palestinos, dista muchísimo de ser irreprochable. La experiencia pasada no sólo no ha transmitido automáticamente una lección que podría beneficiar a los demás; se invoca, por el contrario, para justificar una política que convierte a los palestinos en las víctimas de las víctimas.
Justicia y venganza:
Hay una diferencia entre justicia y venganza: la venganza consiste en responder a un acto individual con otro acto individual, comparable en principio: mataste a mi hijo, yo mataré al tuyo. La justicia, en cambio, confronta el acto individual a la generalidad de la ley; el anonimato de los justicieros (policías o magistrados) se opone a la identidad singular del vengador. La venganza, como el perdón, es personal; la justicia no lo es, la ley no conoce individuos (cuando funciona, claro está, pues sabemos que en nuestro país la justicia es enormemente mejorable). Por otra parte, la pena no es un reflejo especular del crimen sino proporcionada a las demás penas; en vez de estar directamente motivada, forma parte de un sistema. El acto de justicia repara la ruptura del orden social, confirma la validez de la ley (escrita o, como en los crímenes contra la humanidad, no escrita) y, por lo tanto, el propio orden social; no compensa necesariamente la ofensa sufrida por el individuo. Lo importante desde este punto de vista no es que la justicia sea más o menos severa, sino que sea.
En la venganza, una violencia nueva responde a la violencia antigua, a la espera de provocar una futura violencia de compensación: el mal aumenta en vez de disminuir.
El acto de venganza es un inconveniente suplementario: conforta a quien lo realiza en su perfecta buena conciencia y nunca le permite interrogarse sobre el mal que hay en él. La cuestión moral se evacúa en beneficio de la reparación física. Por su lado, la justicia tiene el inconveniente de la abstracción y la despersonalización; pero es la única oportunidad que tenemos para hacer disminuir la violencia.
La pena de muerte, a mi juicio, tiene que ver más con la venganza que con la justicia: dice que el que mata debe morir, es un puro castigo, y no un acto de prevención. En su alegato contra la pena de muerte, Albert Camus mencionaba una cifra reveladora: entre los 250 ahorcados por la justicia, a comienzos de siglo, en Inglaterra, 170 habían presenciado personalmente una ejecución capital. El conocimiento de primera mano no había, pues, encaminado en nada su comportamiento.
La fórmula de Santayana, según la cual “quienes olvidan el pasado están condenados a repetirlo”, es falsa si se la toma en sentido literal. El pasado histórico, al igual que el orden de la naturaleza, no tiene sentido en sí mismo, no emana por sí solo valor alguno; sentido y valor proceden de los sujetos humanos que los examinan y los juzgan. El mismo hecho puede recibir interpretaciones opuestas y servir de justificación a políticas que se combaten mutuamente.
FASCISMO Y PERONISMO:
Dado que se trata de una cuestión compleja, me parece que da para un post aparte. Me permito citar un libro muy didáctico cuyo capítulo 4 trata el tema (aunque para muchos peronistas ortodoxos, imagino, puede tratarse de un autor "gorila", je):
Federico Finchelstein, La Argentina fascista.
FASCISMO Y PERONISMO:
Dado que se trata de una cuestión compleja, me parece que da para un post aparte. Me permito citar un libro muy didáctico cuyo capítulo 4 trata el tema (aunque para muchos peronistas ortodoxos, imagino, puede tratarse de un autor "gorila", je):
Federico Finchelstein, La Argentina fascista.
jueves, 23 de abril de 2009
ETERNO RESPLANDOR DE UNA MENTE SIN RECUERDOS
LENGUAJE Y MEMORIA
Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos):
Ficha técnica: Director: Michel Gondry. Guión: Charlie Kaufman, Michel Gondry, Pierre Bismuth. Año: 2004. Personajes principales: Joel Barish (Jim Carrey) y Clementine Kruczynski (Kate Winslet).
La película narra como Joel Barish –resentido al enterarse de que su novia lo ha borrado de su mente- se plantea la posibilidad tecnológica de eliminar por completo los recuerdos de su amada (Clementine Kruczynski). La trama muestra la batalla que se desarrolla en la psiquis de Joel, y bucea en sus recuerdos, traumas, dudas, sentimientos y humillaciones personales.
Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos):
Ficha técnica: Director: Michel Gondry. Guión: Charlie Kaufman, Michel Gondry, Pierre Bismuth. Año: 2004. Personajes principales: Joel Barish (Jim Carrey) y Clementine Kruczynski (Kate Winslet).
La película narra como Joel Barish –resentido al enterarse de que su novia lo ha borrado de su mente- se plantea la posibilidad tecnológica de eliminar por completo los recuerdos de su amada (Clementine Kruczynski). La trama muestra la batalla que se desarrolla en la psiquis de Joel, y bucea en sus recuerdos, traumas, dudas, sentimientos y humillaciones personales.
El protagonista acude a Lacuna Inc. -empresa que promete la felicidad mediante el borrado selectivo- para que le supriman toda historia anterior relacionada con su novia. El borramiento queda a cargo de los ayudantes del Dr. Mierzwiak: Stan (Mark Ruffalo) y Patrick (Elijah Wood), dos sujetos lo suficientemente torpes e irresponsables como para presumir que todo va a salir mal. Narcotizado y conectado a la máquina, Joel se arrepiente de su decisión y, con el objeto de preservar huellas mnémicas de Clementine, emprende la fuga por el interior de su psiquis, tratando de encontrar huecos en el subconsciente que preserven los momentos vividos con ella.
La película no es una típica comedia romántica, o sí es una típica comedia romántica, o maoméno, o vayunoasabé... Cuestión que también se plantea cuestiones filosóficas profundas, como ser la relación entre memoria e identidad y la cuestión del duelo amoroso.
Los personajes son inseguros y en cierta medida autodestructivos, pero el borramiento de los recuerdos dolorosos no los hace superar sus problemas para empezar una vida nueva, sino que tienden a repetir los mismos errores. Este punto del film tiene resonancias psicoanalíticas, pero no vamos a adentrarnos en eso porque, esteee, bueno, básicamente porque no tengo la más puta idea de psicoanálisis. ¡Seamos buenos entre nosotros y dejemos de mentirle a la gente!
Dificultad para olvidar:
Desde los albores de la antigua Grecia hasta la época barroca, la gente se preocupó de desarrollar la mnemotecnia: el arte de la memoria. Este procedimiento era una suerte de esfuerzo destinado a ayudar al hombre a recordar la totalidad del saber conocido. Pero ya en esos tiempos en que existía la tradición mnemotécnica se planteó el problema de saber si existía también una técnica para olvidar.
Según los mnemotécnicos clásicos, se olvida por enfermedad, por represión, ebriedad o accidente. Lo cierto es que todo parece indicar que es imposible el olvido voluntario. ¿Por qué motivo? Si sabemos qué es exactamente lo que queremos olvidar –un amor desdichado, la muerte de una persona amada o la ignominia de una humillación-, sabemos que cuanto más nos esforzamos por borrar ese recuerdo que nos provoca dolor, con más fuerza ayudamos a que se sitúe en nuestra conciencia. Por ejemplo: las personas que recién se divorcian y quieren olvidar su pasado con el ex esposo o ex esposa suelen hacer actividad física para no pensar, dejan de ir a lugares que evoquen la presencia del otro, frecuentan personas nuevas... No se puede emprender una "nueva vida" sin olvidar parte de nuestro yo anterior.
Tal mecánica individual que nos impide olvidar, esta imposibilidad de hacer un arte del olvido personal, no existe tratándose de colectividades. Quizás esto se deba a que la memoria colectiva ha sido delegada en especialistas, en los historiadores, los archiveros, en los periodistas, que pueden elegir entre el silencio, la reticencia, la censura.
Sin embargo, no se trata solamente de eso, pues tal memoria colectiva se las arregla, a veces, para sobrevivir a las censuras del poder y a los silencios de los historiadores. Ocurre que, por restablecer la concordia, para favorecer una nueva alianza, el poder político se calla y pasa en silencio la xenofobia, la memoria de una guerra, de una invasión, de una colonización. Pero la memoria colectiva resiste: la gente murmura, la memoria subsiste por el cotilleo, la sátira, los cotidianos actos de desconfianza.
A grandes rasgos, puede decirse que hoy en día, la memoria colectiva se encuentra bloqueada no por la ausencia, sino por el exceso de información. El saber histórico nos abruma. Antiguamente, la única forma que tenía la gente de conocer su pasado era por medio de leyendas, de simplificaciones poco realistas. El mundo moderno, en cambio, ha elaborado una técnica historiográfica rigurosa, de manera que hoy sabemos lo que nuestros antepasados no sabían. Este depósito de memoria histórica ha llegado a ser excesivo.
Nuestro poder de discriminación y de elección se paraliza ante la avalancha de información: optamos por renunciar. Saber demasiado es lo mismo que no saber nada.
El tiempo y la identidad:
Borges nos recuerda que el momento presente consta de un poco de pasado y un poco de porvenir. El presente es inaprensible, está continuamente volviéndose pasado: constantemente sentimos que nos deslizamos a través del tiempo, de modo tal que podemos decir que pasamos del futuro al pasado, o del pasado al futuro, pero no hay un momento en que podamos decirle al tiempo: “¡Detente instante, eres tan hermoso!”. El presente no se detiene. No podríamos imaginar un presente puro; sería nulo. El presente tiene siempre una partícula de pasado y una partícula de futuro. Y parece que eso es necesario al tiempo. Es el problema irresoluble de la identidad cambiante, de la permanencia en el cambio. Como dijo Don Gorilón: “Si hablamos de un árbol que crece no decimos que un árbol chico es reemplazado por otro más grande que será reemplazado a su vez por otro más grande aún”. Uno ha tenido tres años, y luego diez años, y luego quince hasta llegar al momento presente. ¿Somos la misma persona o somos personas distintas en cada caso? En cierto sentido somos la misma persona y en cierto sentido somos otros. Lo concreto es que somos una mezcla de olvido y recuerdo de nuestros momentos pasados, y vivimos en el ápice vertiginoso entre el “ya no” del pasado y el “no todavía” del futuro. Estamos tejidos por una mezcla de nostalgia y esperanza, de temor y realización momentánea de nuestros sueños y proyectos.
En cierto modo, los animales beben cuando tienen sed, comen sólo cuando tienen hambre y obedecen a sus instintos cuando sienten el llamado interior de los apetitos del cuerpo, mayormente sin prever el futuro ni recordar el pasado (al menos no al modo humano, entre otras cosas porque carecen de nuestra capacidad lingüística, a pesar de ejemplos en contrario como Ricardo Fort o el personaje de Mariano Martínez en “Valientes”). En síntesis y a diferencia del ser humano, los animales están atados al instante. El animal vive el momento presente: no sabe disimular, no oculta nada, se muestra en cada momento totalmente como es y, por eso, es necesariamente sincero; tan falto de simulación como un perro que se prende a la gamba de su dueño.
No sólo la memoria y el lenguaje están íntimamente relacionados con quiénes somos (y en consecuencia condicionan lo que podemos ser), sino que tanto el exceso de recuerdo como la abundancia de olvido son nocivos.
El pensamiento se construye con el lenguaje y la memoria. Allí donde hay memoria hay, necesariamente, pensamiento y lenguaje. Se suele decir que en el transcurso de una conversación hay alguien que “conduce” el diálogo hacia cierta dirección. En rigor, yo diría -con Gadamer-que es más lícito decir que “vamos a parar” a una conversación, que “nos enredamos” en una conversación sin saber muy bien al empezar en qué íbamos a terminar. Pensamiento y lenguaje no están en nosotros, sino que nosotros estamos inmersos en el lenguaje y nuestra identidad está construida por olvidos y recuerdos.
Esto no quiere decir que la estructura del discurso refleje exactamente la estructura del pensamiento, pues el pensamiento no se vierte necesariamente con palabras como si de vestimenta se tratara. Efectivamente, el pensamiento no tiene su equivalente automático en las palabras: la transición del pensamiento a la palabra pasa por el significado, y en nuestra forma de hablar hay siempre un pensamiento oculto, un subtexto difícilmente expresable. Esto queda claro cuando las personas piensan cosas y se les pide que las expresen en palabras: les cuesta trabajo o no pueden hacerlo. De ahí que cobre sentido la frase “no tengo palabras para decirte lo que me pasó”. Aunque no son lo mismo, pensamiento y palabra están estrechamente relacionados, al punto que podría decirse que una palabra desprovista de pensamiento es algo muerto, y el pensamiento que no llega a materializarse en palabras sigue siendo una sombra oculta, un espectro que ha pasado por las aguas del Letheo. El paso del pensamiento al lenguaje atraviesa por el significado, ese sentido que las palabras cobran de manera relacional en un contexto y en un uso, en una entonación y en la manera de decirlas.
¿Y a todo esto, dónde carajo quedó la película? No sé, vealán que está güéna!
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