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miércoles, 17 de agosto de 2011

LEER A FABIÁN CASAS Y PONERSE UN BLOG

Cuando era pendex, con algunos amigos pelilargos y neo hippies/ pseudo-metaleros del secundario escuchábamos canciones de hard rock de los 70’s y 80’s: Zeppelin, Deep Purple, Nazareth, Iron Maiden, AC/DC, Black Sabbath, Yes, Zappa, Beatles, Hendrix, Pink Floyd… también canciones de Spinetta, Charly García, The Police, Sumo y los Redondos. Como estábamos buscando, como Aristarain, un lugar en el mundo, solíamos ser cerrados como culo de muñeco ante ciertos géneros y tendencias musicales que no cubrieran las expectativas de tan selecto grupo de escuchas.

Encima yo leí pronto la primera Consideración intempestiva de Nietzsche –una que hablaba sobre David Strauss- donde el tipo despreciaba la “Gebildetheit”, la “cultería”, que vendría a ser la cultura del “filisteo” que cree ser culto y refinado cuando en realidad es un pelotudo a cuerda. El tipo fue siempre muy elitista, y hoy pienso que a veces cometía el error que cometemos todos: nos tomamos demasiado en serio a nosotros mismos, olvidando que estamos destinados al olvido, a ser alimento de los gusanillos.


En el Nacimiento de la tragedia, haciendo referencia a Richard Wagner, Nietzsche decía cosas como:

“Yo estoy convencido de que el arte es la tarea suprema y la actividad propiamente metafísica de esta vida, entendido en el sentido del hombre a quien quiero que quede aquí dedicado este escrito, como a mi excelso precursor en esta vía”.

Sin embargo, como el personaje de Dr Jekyll/Mr Hyde de Stevenson, al llegar a mi casa, a veces me encerraba para escuchar a escondidas temas cursis como “Stay on these roads” de A-ha; o “Eternal flame” de The Bangles. Quizá avergonzado por admitir que escuchaba A-ha, me apresuro a confesar que estaba enamorado de la cantante de las Bangles (?).

¿A qué viene todo esto? Peresén, ya vuá llegár al punto.

Fabián Casas, en sus Ensayos bonsai, tiene un capítulo titulado “Serrat el orto”, donde se caga en lo que podríamos definir como “consumo cultural culposo”. Allí dice cosas como:

“(…) tengo la desgracia de ser muy amigo de muchos críticos de rock. La mayoría de ellos, cuando les cuento mi pasión por Serrat, suelen desmayarse como solían hacerlo los personajes de Dante Quinterno, con un sonoro ¡plop! Otros redoblan la apuesta y me tratan de energúmeno musical”.

Pese a la mirada ajena, Casas confiesa su amor por las canciones de Serrat, y dice que al ir a sus recitales, el público no va a que lo miren escuchar su música, sino a disfrutar del show, y que eso constituye una bendición para cualquier cantautor.

Y con esto llego al corazón de alcaucil de mi argumento: leer a Fabián Casas puede ser, al menos lo ha sido para mí, una experiencia liberadora. Como Roberto Bolaño, los textos de Casas producen ganas de escribir. Casas sugiere que escribamos sin esperar el reconocimiento del público, aunque lo que frutiémos nos produzca vergüenza ajena.

A mí no me gusta cómo escribo, y soy consciente de que leer mucho no necesariamente te ayuda a pensar, porque el alimento espiritual, al igual que el material, puede causar indigestión. Sin embargo, decidí seguir escribiendo en un blog para aprender a escribir, porque creo que muchas veces uno no tiene que esperar a tener algo importante que decir para animarse a decirlo, sino que descubre lo que tiene para decir mientras intenta ponerlo en palabras.

El carpintero tiene una idea de mesa, opera sobre la madera mediante las herramientas que tiene a mano y capaz se martilla un dedo y putea al viento como el Tano Pasman o le sale bien y se pone contento. Richard Marx decía que lo que distingue al peor arquitecto de la mejor abeja es la capacidad de armarse un blog para escribir pelotudeces. En este sentido, José Pablo Feinmann se puede ir a la concha de su madre.

Y es que uno no puede pretender ser un crack: tipos como Kafka, Proust, Borges, William Faulkner o Pessoa son imposibles... Desearía no escribir como Ari Paluch, pero incluso si fuera el caso.

Y claro que hasta un huevo frito puede salir mal si uno no le pone pasión, y que la pasión no asegura ningún resultado. Si fuera por la pasión, yo jugaría al fútbol como Zidane.

“En vano te hemos prodigado el océano, en vano el sol, que vieron los maravillados ojos de Whitman. Has gastado los años y te han gastado, y todavía no has escrito el poema”.

Eso decía Borges mientras la enésima mina le cortaba los flecos.

Hipócrita escritor, ¿qué te calienta que no te salga el poema? Ya va a salir, y si no sale paciencia, se hace lo que se puede.

lunes, 25 de abril de 2011

LOS BLOGS AUTOREFERENCIALES

"No cualquier cosa, por el mero hecho de haberte sucedido, es interesante para otro. Esto vale tanto para escribir como para conversar" (Abelardo Castillo)

Digamos: ¿a quién puede interesarle el relato a través de un blog del día a día de la vida de un profesor, de un ama de casa o un estudiante de letras? Puede suscitar interés la experiencia cotidiana de una monja que decide dedicarse a la prostitución; o de un escritor que haya sido asesino serial... y ni siquiera. A mí muchos de los fragmentos de Bukowski tienden a aburrirme, y eso que el tipo escribe bastante bien.

Los peores blogs son los que mezclan autorreferencialidad, costumbrismo y cursilería: "soy una persona que disfruta de las pequeñas cosas: el vuelo de las mariposas, una puesta de sol, que me besen la frente, el sonido de la lluvia golpeándome el rostro... ". Los blogs autorreferenciales que me resultan interesantes son aquellos en los cuales quien escribe me entretiene, me divierte o me hace reflexionar a través de su manejo de la verba.

Es un poco lo que plantea Bolaño en “Derivas de la pesada”: un texto que simula o pretende ser crítico, aunque en rigor tiende a la provocación polémica:

“Como la literatura solipsista, tan en boga en Europa, hoy que el joven Henry James vuelve a cabalgar a sus anchas. Una literatura del yo, de la subjetividad extrema, claro que tiene que existir y debe existir. Pero si sólo existieran literatos solipsistas toda la literatura terminaría convirtiéndose en un servicio militar obligatorio del mini-yo o en un río de autobiografías, de libros de memorias, de diarios personales, que no tardaría en devenir cloaca”.


Está claro que hay escritores magníficos que han escrito Diarios muy buenos: Kafka, Pizarnik; o biografías excelentes: el relato sobre Wittgenstein a cargo de Ray Monk; o la Vida de Samuel Johnson de James Boswell. O el brillante -ojo, no recomiendo su lectura si se te acaba de morir un familiar cercano o te dejó tu amada- Libro del desasosiego de Pessoa, enmascarado en su semi-heternónimo Bernardo Soares.

¿Y qué significa saber escribir? Los invito a que lean este fragmento:

“Poniendo el sillón entre dos puertas abiertas para aprovechar alguna inexistente corriente de aire, con un calzoncillo y unas alpargatas viejas usadas como chancletas por toda vestimenta, desde mediodía hasta las dos o tres de la mañana, verá pasar sucesivamente, perdiendo a veces el hilo de las ficciones y a veces sin siquiera fijar los ojos en la pantalla, las informaciones, las series educativas, policiales o del oeste, los programas infantiles, los teleteatros, los cuentistas criollos, los programas destinados a las amas de casa, hurgándose la nariz de tanto en tanto, haciendo una bolita blanda y oscura con su pedazo de moco y dejándola caer debajo del sillón. De tanto en tanto, tendrá algún sobresalto de rebeldía: “Si te la pongo bien dura en la boca”, le dirá mentalmente a la animadora del programa infantil, que se obstinará en hablar con voz aflautada y pueril, como se supone que debe hablársele a las criaturas, “si te la pongo bien dura en la boca, ya vas a ver cómo dejás de hacerte la nena”. (Glosas, Juan José Saer)