Jóvenes estudiantes de antropología, que saben de la influencia de la cultura y la historia en las concepciones estéticas y científicas: 1) ¿La Raulito fue más bella que Eva Green/Olga Kurylenko?; 2) ¿fue Maradona mejor jugador que el Pitu Abelairas? Si la respuesta a la primer pregunta es no, y a la segunda pregunta es sí, podemos empezar a entendernos.
Cuando uno discute ciertos temas con personas que demuestran estupidez, siente temor de responder lo que piensa y que lo tilden de soberbio. Está claro que la noción de “estupidez” tiene mucho de subjetiva, y sin embargo ese sentimiento de estupidez ajena o propia es inevitable en ciertos contextos. Ojo, entiendo que todos ignoramos cosas diferentes. Pero vamos, ¿nunca discutieron de libros con alguien que no leyó un texto en su puta vida? ¿Nunca discutieron con un ignorante que se creía el rey del corso? Y a la inversa: ¿jamás se han sentido mínimamente mortificados al entablar alguna actividad conjunta o una conversación con personas de mayor talento o conocimiento?
Hanna Arendt le dijo a una amiga suya: “el vicio principal de toda sociedad igualitaria es la Envidia: el gran vicio de la sociedad griega libre. Y la gran virtud de todas las aristocracias es, a mi juicio, que todos saben quiénes son y, por consiguiente, no se comparan con otros. Este compararse constantemente es realmente la quintaesencia de la vulgaridad. Si no incurres en ese hábito espantoso, inmediatamente te acusan de arrogante, como si al no compararte te estuvieras situando por encima de todos. Un malentendido fácil de comprender”.
La igualdad es toda una cuestión, sobre todo para quienes nos identificamos con lo que podría llamarse una ideología “de izquierda”. La igualdad puede ser un gusano que corroe no sólo los viejos cimientos económicos y sociales sino también la consciencia. Uno corre el riesgo de sentir culpa en presencia de un pelotudo a cuerda, porque se mortifica pensando en la posibilidad de decir algo que pueda sacar a relucir su estupidez y herir susceptibilidades. ¿Hasta qué punto es lícito, en presencia de un psicótico, ocultar la propia salud mental?
A veces me pasa que, al hablar de ciertos temas, me siento mejor en presencia de “iguales” o “superiores”, y temo herir los sentimientos de quienes considero menos preparados o más nabos. Aclaro que no estoy hablando de ejercer la docencia o entablar una interacción pedagógica con niños.
Algunos habrán jugado al fútbol en un equipo cuyos integrantes son mejores que uno: ahí sentimos cierta culpa al errar un pase, porque creemos que nuestra presencia resulta mortificante para el resto. Y al jugar con pibes que no la ven ni cuadrada, te podés llegar a aburrir y/o te surgen deseos de mandarlos al carajo. Es un círculo vicioso del que es muy difícil salir.
Nota al margen: la vejez (y la muerte) nos igualan. A sus 70 años, el Diegote jugará muy parecido al Tata Brown.
Nota al margen: la vejez (y la muerte) nos igualan. A sus 70 años, el Diegote jugará muy parecido al Tata Brown.
Más allá de la compleja cuestión modernidad/muerte de Dios/surgimiento de la democracia, lo cierto es que el espectro de la igualdad nace en el siglo XVIII y a partir de ahí, la existencia humana trae aparejada ciertos problemas de convivencia.
Está claro que temas como “¿por qué debería tener esto él y no yo?”, o “¿por qué debería tener esto yo y no él?”, son tan viejos como el mundo. La envidia y el resentimiento nacieron con las sociedades humanas. Ahora bien: antes la respuesta estaba dada por el Destino. Hoy nadie cree en el Destino o, en otras palabras, nadie “acepta su destino”.
Está claro que temas como “¿por qué debería tener esto él y no yo?”, o “¿por qué debería tener esto yo y no él?”, son tan viejos como el mundo. La envidia y el resentimiento nacieron con las sociedades humanas. Ahora bien: antes la respuesta estaba dada por el Destino. Hoy nadie cree en el Destino o, en otras palabras, nadie “acepta su destino”.
ACLARACIÓN OBVIA: no aludo a la igualdad en sentido "político", pues allí “igualdad” es sinónimo de “justicia”. Dicho (muy) esquemáticamente: en toda democracia capitalista, hay una tensión entre libertad e igualdad que es muy difícil de conciliar. “En último análisis, la igualdad es ampliamente horizontal y la libertad, lanzamiento vertical. La lógica de la libertad se resume en esta fórmula: iguales oportunidades para llegar a ser desiguales. La lógica de la igualdad llega al revés: desiguales oportunidades para llegar a ser iguales. El demócrata espera la integración social, el liberal aprecia la emergencia y la innovación. La diferencia es que el liberalismo se apoya en el individuo, la democracia en la sociedad”. (Giovanni Sartori, “¿Qué es la democracia?”)