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martes, 10 de julio de 2012

LA DICOTOMÍA ALPARGATAS SÍ, LIBROS NO


En el primer tomo de Peronismo: filosofía política de una persistencia argentina, José Pablo Feinmann nos dice que a principios de la década de 1940:

Los obreros no entraban a la Universidad (…) siempre, de un modo agobiante, irrecuperable ya, se ha señalado el carácter barbárico del peronismo porque los tempranos obreros que adhirieron a su causa lanzaron la consigna alpargatas sí, libros no. El clasismo, el culturanismo de elite de nuestra oligarquía y de nuestras clases medias (1) (que se mueren por el ascenso social, es decir, por ser oligarcas) ve en esa consigna un desdén por la cultura. Oigan, un obrero no entraba en la Universidad. En la Universidad están los libros. Los libros, por consiguiente, no eran para los obreros. Eran para los estudiantes, para los hijos de las clases acomodadas. Los libros los agredían. Los libros eran, para ellos, un lujo de clase, un lujo inalcanzable. Los negaron. Los negaron porque ellos, los libros, los negaban a ellos, porque estaban en manos de los estudiantes que vivando a la democracia y a la libertad y a los aliados los despreciaban como negros incultos. Entonces dijeron: libros no. Por otra parte, ¿qué factor de identificación tenía el pobre migrante que acababa de llegar del campo, el cabecita que sólo recibía el desdén de los cultos? Lo suyo era la alpargata. Entonces dijeron: alpargatas sí. La consigna, en suma, decía: Nosotros sí, ustedes no. O más exactamente: Nosotros, los que usamos alpargatas, sí; ustedes, los que leen libros, no. Quedó entonces: alpargatas sí, libros no. Era un enfrentamiento de clase y hasta de color de piel. Para colmo, para mayor irritación de los estudiantes (que, en esto, tenían razón), los torpes, filonazis militares del GOU, llenan las Universidades de profesores católicos, de ultramontanos, cultores trasnochados de esencias y de categorías aristotélico-tomistas”. (Págs. 48-49)

Más allá de las simpatías o rechazos que a cada lector le pueda suscitar la soberbia de Feinmann, encuentro que no le falta razón en lo que dice. Salvando las distancias históricas, se puede contrastar ese fragmento acerca de la vieja cuestión de alpargatas vs libros, con el testimonio del escritor César González, quien a sus 16 años cayó en cana por un secuestro extorsivo, y contó en una entrevista con Aliverti su relación con los libros y la cultura:


A lo largo de su crianza en la villa Carlos Gardel, César se ligó seis tiros. Afortunadamente, estando en el penal conoció a Patricio, un voluntario que iba a visitarlos periódicamente. Patricio estableció un vínculo con los presos a través de la magia y los libros; pero sobre todo lo conquistó su capacidad de escuchar y tratar a cada uno como lo que era: un ser humano y no un monstruo.

“Lo que generó Patricio en mí fue una pregunta, algo tan básico como eso. Yo nunca me había preguntado nada, simplemente había ido para delante".

Lo primero que le impactó a César -alias Camilo Blajaquis- fue que Patricio se animó a entrar al interior del  pabellón, en el corazón del penal, donde habitualmente sólo entra la requisa. El tipo les leía fragmentos de Úselo y tírelo, de Eduardo Galeano (2). El escritor uruguayo dice que la invitación al consumo es una invitación al delito:

“Nos hacía entender por qué habíamos ido a robar. La psicóloga nos había dicho que íbamos a robar porque éramos culpables, malos, agentes activos de la violencia que debíamos cambiar para adaptarnos a la sociedad. Ahí empezó a entender que él salía a robar porque quería pertenecer al mundo del consumo: '¿por qué no voy a tener un celular si lo tienen todos?'".

Les desgrabo un fragmento de la entrevista, que tiene que ver con el tema del post:

“Aliverti: en una nota dijiste que te pegaron por leer.

Camilo Blajaquis: Y sí… para mí no es ningún honor, ni tampoco me llena de odio. Porque con esas cosas que yo pasé, tendría que estar lleno de odio hermano, lleno de resentimiento; tendría que ir a buscarlos a esos guardias que me pegaron porque pasaba el recuento y me veían leyendo.  Pero los entiendo, los comprendo, no hay odio, porque en cierto punto yo me la busqué también. Si pasa el recuento y estoy leyendo siempre, obvio que el guardia se va a sentir zarpado. ¿Qué te querés hacer, el Gramsci? No podés dejar el libro en el recuento… Digamos que yo también qué pretendía, ¿Qué el guardia entienda y me apoye? Es la cárcel. No sería guardia si me entendiera. '¿De qué se la quiere dar este villero?'. Yo estaba desubicado. No me quiero victimizar, pero realmente son cosas feas que pasan los pibes, y que los pibes hacen pasar también a la gente a la que asaltan. Es un montón de violencia y dolor de un lado y del otro.

Ese maltrato físico dolió, pero uno viviendo en la villa está más preparado; sabe que la cárcel es una posibilidad en la existencia. A mí me dolió más el otro maltrato: el de quien supuestamente estaba para ayudarme, y no hizo más que reprimirme.

(Aclaración: en cierta oportunidad, César le llevó un poema a la psicóloga, quien en lugar de alentarlo a que escriba le dijo que era mejor que aprendiera a laburar al salir de ahí, que la poesía no le iba a servir para nada).

Después de esa psicóloga, tuve ocho psicólogos más. Todos me fueron diciendo lo mismo. Ahí comprendí que todos querían que yo trabajara con la cabeza gacha, y que ese discurso venía desde el aparato institucional falta de comprensión y falta de aliento para que un pibe pudiese desarrollar otro personaje distinto al modelo que ellos quieren imponer (…)”

Para seguir leyendo:


NOTA AL PIE:

(1) La visión “jauretchiana” que J. P. Feinmann tiene de la clase media argentina suele ser muy reductora. Para complejizar la cuestión, remito al siguiente post:

 http://dialogandodemiconmigo.blogspot.com.ar/2011/09/jauretche-antiintelectualismo-y.html

(2) No leí el libro de Galeano, pero me parece muy liviano decir que "el consumismo es una invitación al delito". Me parece que en este sentido, la realidad es mucho más compleja.

jueves, 5 de mayo de 2011

EL CHISTE DE "PEPE" NUN

Un capataz llama a su patrón, alojado en el Hotel City de Buenos Aires por negocios ganaderiles.
-¿Hola, patrón?
-Diga, don Braulio.
-Se murió el lorito, patrón.
-Qué pena, don Braulio. Pero vea, hombre, yo ando muy ocupado por acá. Haga lo que usted quiera.
-Pero, ¿usted lo recuerda bien al lorito?
-Sí, don Braulio. Y me duele mucho su noticia. Bué, ¿algo más?
-El lorito se murió quemado.
-¿Quemado? ¿Y por qué quemado?
-Por la caballeriza.
-¿Qué pasó con la caballeriza don Braulio?
-Se incendió toda, patrón. Algunos caballos se salvaron. Pero pocos y no los mejores.
-Pero, ¿qué me está diciendo, hombre? ¿Y por qué mierda se incendió la caballeriza?
-Ay, patrón, porque se incendió la casa.
-¿Y por qué mierda se incendió la casa?
-Por las velas, patrón.
-¿Qué velas?
-Las del velorio de su esposa.
-¿Qué? ¿Murió mi mujer?
-Sí, patrón. Y como sabemos que usted no va a volver hasta dentro de quince días la velamos nosotros nomás. Pero si quiere quedarse por más tiempo, quedesé, patrón. Porque con la casa también se incendió el féretro de su mujer. Con ella adentro.
-Don Braulio, ¡váyase a la puta que lo parió!
-Epa, patrón, tanto enojo por un lorito muerto.

(Relatado por J. P. "Soberbia" Feinmann en su libro "El flaco").