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martes, 7 de agosto de 2012

KARL POLANYI: EL MERCADO AUTOREGULADO COMO FORMA DE JIBARIZAR CABEZAS PARA QUE SE AJUSTEN AL SOMBRERO

El modo más sencillo de introducir cambios atroces, es presentarlos y/o concebirlos como inevitables. 

Pese a que Polanyi publicó su obra principal allá por 1944; La gran transformación: los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, sigue siendo sorprendentemente actual.

En la mitología griega, Procustes era el apodo de Polipemón, un tipo que vivía al lado del camino, donde tenía dos camas: una pequeña y otra grande. Daba alojamiento a los viajeros que pasaban por su hogar, y los torturaba, obligando a los bajos a acostarse en la cama grande, y a los altos en la pequeña. El tormento consistía en estirar a los petisos en la cama larga, hasta que se ajustaran al tamaño del lecho; y cortarle las piernas –como hicieron con Diegote en 1994- a los lungos, cuyos miembros sobresalían en la cama pequeña.

Otros dicen que tenía una sola cama, donde estiraba o acortaba a sus huéspedes para que encajasen en ella. Lo cierto es que Teseo le hizo sufrir en carne propia lo que él había hecho sufrir a otros. A los teóricos ortodoxos del neoliberalismo, en cambio, no hubo ningún Teseo que los haya obligado a sufrir en carne propia sus mismas recetas.

En fin, como estoy leyendo a Polanyi, tenía ganas de compartir algunos planteos de su obra principal. La edición que tengo es del FCE, trae un prólogo del Premio Nobel de Economía -Joseph Stiglitz- , para quien:

“Les decimos a los países en desarrollo lo importante que es la democracia, pero, cuando se trata de asuntos que les preocupan más, los que afectan sus niveles de vida, la economía, se les dice: las leyes de hierro de la economía te dan pocas opciones, o ninguna; y puesto que es probable que vos (mediante tu proceso político democrático) desestabilices todo, debes ceder las decisiones económicas clave, digamos las  referentes a la política macroeconómica, a un banco central independiente, casi siempre dominado por representantes de la comunidad financiera; y para asegurar que vas a actuar conforme a los intereses de la comunidad financiera, se te dice que atiendas en exclusiva la inflación y te olvides de los empleos o del crecimiento; y para asegurarnos de que hagas eso, se te dice que te sometas a las reglas del banco central, como expandir la oferta de dinero a una tasa constante, y cuando una  regla no opere como se esperaba, se  impondrá otra, como centrarse en la inflación. En resumen, mientras en apariencia fortalecemos a los individuos en las ex colonias mediante la democracia con una mano, con la otra les arrebatamos esa misma democracia”.

Karl Polanyi escribió su obra antes de que los economistas modernos explicaran las limitaciones de los mercados autorregulados. Salvo excepciones, ningún economista serio ignora hoy que los mercados, por sí mismos,  no son capaces de generar resultados eficientes, y mucho menos equitativos. “Siempre que la información resulta imperfecta o los mercados están incompletos –es decir, en esencia todo el tiempo-, las intervenciones que se dan en principio mejorarían la eficacia de la asignación de recursos” (Stiglitz) En la actualidad hay cierto consenso respecto a la importancia de la intervención gubernamental en los mercados financieros, aunque se discute acerca de cuál es la mejor manera en que debe aplicarse.

EL CONCEPTO DE “ARRAIGO” EN KARL POLANYI

Para Polanyi, el concepto de “arraigo” (embedded) expresa la idea de que la economía no es autónoma, como debe serlo en la teoría económica, sino que está subordinada a la política, la religión y las relaciones sociales. Este concepto le permite destacar la radicalidad del rompimiento de los economistas clásicos, en especial Malthus y Ricardo, respecto de los pensadores que los han precedido. En lugar del patrón históricamente normal de subordinar la economía a la sociedad, su sistema de  mercados autorregulados requiere que la sociedad se subordine a la lógica del mercado.

Embedded: el término tendría su origen en la metáfora de las minas de carbón. Al investigar la historia económica inglesa, Polanyi leyó abundantes materiales sobre la historia y la tecnología de la industria minera que enfrentaba la tarea de extraer elcarbón que estaba incrustado, arraigado, en las paredes de roca de la mina.

DESARRAIGO, O “DESINCRUSTACIÓN”: 

Polanyi estudia cómo, a partir del siglo XIX y con la instauración del mercado autorregulador, la economía como actividad de producción, reparto e intercambio tiende a independizarse de la esfera social, política y cultural, es decir, a erigirse como institución separada. Un poco como en El aprendiz de brujo de Paul Dukas –obra basada en un una balada de Goethe- cuyo argumento es el siguiente: un aprendiz de las artes de la brujería aprovecha la ausencia de su maestro para pronunciar el conjuro que da vida a una escoba, que cumplirá con el trabajo que le ha sido encomendado, consistente en verter agua para limpiar el estudio del maestro. El problema es que el aprendiz ha olvidado las palabras mágicas para detener el trabajo, con lo cual la escoba se multiplica y se reanima, y casi termina por producir una inundación. Por suerte, el maestro llega a tiempo para evitarlo. Pueden ver el argumento de la obra a través del ratón Mickey, en la película Fantasía:


Retomando, Polanyi muestra cómo la actividad económica ya no se considera un medio, sino que se vuelve una finalidad que sólo obedece a las leyes de la racionalidad de la rentabilidad económica. La actividad económica está “desarraigada” (disembedded): ha salido del mecanismo de contención que le ponía límites políticos, culturales y sociales a la transformación del conjunto de las actividades sociales en mercancías. A partir del momento en que los propios factores de producción, y en particular el trabajo y la naturaleza, se insertan dentro de la institución del mercado, puede llevarse a cabo la mítica empresa del liberalismo económico que tiende a convertir a la sociedad en una “servidora” del mercado: entonces, son las relaciones sociales las que se incrustan,  “arraigan”, dentro del sistema económico. Según los términos de Polanyi, una economía de mercado sólo puede funcionar en una sociedad de mercado.

Aspirar a la autonomía del mercado y a la separación de las esferas económica y política es, según Polanyi, una utopía perversa. De realizarse, significaría la destrucción de la sociedad misma.

La separación de las esferas nunca ha sido completa, no obstante, esa utopía provoca efectos reales que se expresan por el intervencionismo practicado por los propios liberales en el siglo XIX. Pero, al mismo tiempo, Polanyi muestra que a fines del siglo XIX también se construyó un movimiento de protección de la sociedad contra aquellas fuerzas destructoras. El Estado “social” aparece entonces como una tentativa de “reincrustación” de la economía, reduciendo la separación institucional de lo político y lo económico. No obstante, el agotamiento de la sociedad de mercado desde fines del siglo XIX y el fracaso del socialismo han llevado, según él, al fascismo, a “la gran transformación” fascista, como respuesta al derrumbe de la utopía de un mercado autorregulador.

Las políticas neoliberales actuales expresan claramente el intento de colonización del orden social y político por la sola lógica de la búsqueda de la acumulación de las riquezas y las ganancias, planteada como finalidad última de la humanidad.

Y esto que dice Fred Block, interpretando a Polanyi a la luz del presente, me parece fundamental:

“Los esfuerzos de los teóricos del libre mercado por desarraigar la economía de la sociedad están condenados al fracaso. Pero el utopismo en sí del liberalismo de mercado es un origen de su extraordinaria capacidad intelectual de recuperación. Debido a que las sociedades invariablemente retroceden ante el precipicio de la experimentación cabal de la autorregulación del mercado, sus teóricos siempre pueden sostener que cualquier fracaso no es resultado del diseño de estos mercados, sino de la falta de voluntad política para ponerlos en práctica. De este modo, no es posible desacreditar el credo de la autorregulación de los mercados por experiencias históricas, sus defensores tienen una excusa hermética para sus fracasos. El asunto más reciente en que sucedió esto fue la imposición del capitalismo de mercado en la ex Unión Soviética mediante “terapia de choque”. Aunque el fracaso de este esfuerzo es obvio para todo el que quiera verlo, los apologistas de la “terapia de choque” aún culpan del fracaso a los políticos que cedieron demasiado pronto a las presiones sociales; si sólo hubiera persistido, se habrían materializado los beneficios prometidos de un cambio rápido hacia el mercado”.

Aclaración: lo que se está diciendo es que el cambio, en caso de implementarse, debe ser gradual. De ningún modo se postula la superioridad del sistema soviético. Lo digo para evitar que los eunucos bufen con objeciones pelotudas. Polanyi no es “marxista leninista estalinista colectivista montonero renuncie”. Sus planteos no se reducen ni al marxismo ni al keynesianismo, aunque puedan tener puntos de contacto.

Como aclara Stiglitz: "Los fracasos de Rusia fueron aún más dramáticos. El país que había sido ya víctima de un experimento -el comunismo- fue objeto de uno nuevo, el de poner en práctica la noción de una economía de mercado autorregulada, antes de que el gobierno tuviese oportunidad de echar a andar la infraestructura legal e institucional necesaria".

¿Vieron el club de fútbol Chelsea, que tiene un dueño llamado Roman Abramovich, un multimillonario ruso que tuvo y/o tiene vinculaciones con las mafias de Moscú? Durante los noventa, mientras la privatización radical permitió el surgimiento de algunos oligarcas que se transformaron en multimillonarios, la economía rusa se hundió casi a la mitad, y el porcentaje de personas en la pobreza (con una media de cuatro dólares al día) aumentó de 2 a casi 50 por ciento.

En otras palabras: la única manera de imponer un cambio brusco en dirección al desarraigo al confiar más en la autorregulación de los mercados es mediante sangre y represión. Se requiere el aparato y la represión estatales para imponer al pueblo la lógica del mercado y sus riesgos subsecuentes.

Digresión  final: Según Polanyi, el trabajo no debía ser considerada una mercancía más, dado que no puede venderse ni comprarse independientemente de quienes lo hacen. La diferencia con lo que ocurre hoy, como bien recuerda Zygmunt "todo es líquido" Bauman, es que el trabajo del que hablaba Polanyi era un trabajo “encarnado”, ya que no podía trasladarse sin trasladar a los trabajadores. En otras palabras, los supervisores convivían con los supervisados. El trabajo desencarnado de la época del software y de Internet, ya no ata al capital: le permite ser extraterritorial, volátil e inconstante. Pero como este tema es un quilombo en sí mismo, paro acá porque me duele la cabeza. ¡Sean felices!

Post scriptum: les pido a los anti k furiosos que suspendan por un momento el odio o el desprecio que le puedan llegar a tener a 678 y miren este informe con diversos pronósticos de parte de nuestros economistas ortodoxos vernáculos:

http://www.youtube.com/watch?v=cKBeh2_BSI4&feature=youtu.be

Personalmente desconfío de los pronosticadores profesionales. Si yo, que soy futbolero, conociendo el estado del campo de juego, cómo llegan los planteles, cada uno de los jugadores, el árbitro que dirige y la táctica de ambos equipos, no puedo pronosticar el resultado de un partido de fútbol  minutos antes de su comienzo, ¿cómo es que estos tipos profetizan con semejante nivel de convencimiento cientos de desastres inminentes  cuando las variables son tantas y las cuestiones tan complejas? Me parece que debemos tener un poco más de humildad. ¿No te parece, buácho?

jueves, 12 de julio de 2012

MERCADO, CAPITALISMO, DEMOCRACIA: ENTREVISTA A CORNELIUS CASTORIADIS


Este post le resultará aburrido a aquel que no esté interesado en cuestiones económicas, y también a quien sepa mucho del tema. Es una suerte de continuación del post anterior, donde surgió un muy interesante comentario del amigo Cualquier Boludo Tiene... 

Lamentablemente, no puedo hacer una crítica sustancial a la visión de Sartori, ni tampoco prenderme en una discusión a fondo acerca de la teoría económica marxista. Hice el post más que nada para enriquecerme con los comentarios de ustedes, con lo cual mi intención es más aprender que otra cosa, dado que –repito por si hiciera falta- no dispongo de conocimientos sólidos de economía.

Antes de escribir la tercera y última parte del post, me pareció oportuno copiarles la entrevista que Peter Dews y Peter Osborne le hicieron a Castoriadis, un pensador que no tiene nada que ver con Sartori, allá por febrero de 1990 (Cornelius Castoriadis, “Una sociedad a la deriva: Entrevistas y debates (1974-1997)”:

 (…) Cada vez con más frecuencia se escucha decir en los medios de izquierda: “ya que el plan no funciona, habrá que volver al mercado. En una sociedad compleja deben existir formas de mediación impersonales, y formas impersonales de regulación colectiva”; para resumir, en el lenguaje de Habermas, es la distinción entre el sistema y el mundo de la vida. Habermas sostiene que aunque los sistemas deban estar en última instancia bajo el control del mundo dela vida, no podemos abolir el sistema como tal. Habrá siempre mercado, y  algunas formas administrativo-burocráticas de regulación de la sociedad. Éste es el fundamento de su crítica a Marx: en Marx estaría la idea de una absorción de todas las relaciones sociales en la inmediatez del mundo de la vida. En cuanto a usted, parecería que buena parte de su inspiración  proviene, aun de manera indirecta, del joven Marx. ¿Dónde se ubica usted con su idea de autonomía en relación con este debate?

Marx evidentemente se equivocaba al creer que todas las mediaciones impersonales debían abolirse. Sin embargo, a esto equivale su crítica de la mercancía, o de la moneda (…) Para mí, es totalmente evidente: no puede haber una sociedad compleja sin, por ejemplo, medios impersonales de intercambio. La moneda cumple esta función, y es muy importante  en este aspecto. Que se le retire a la moneda una de sus funciones en las economías capitalista y precapitalista: la de instrumento de acumulación individual de riquezas y de adquisición de medios de producción, es otra cosa. Pero en tanto unidad de valor y medio de intercambio, la moneda es una gran invención, una gran creación de la humanidad. Vivimos en sociedad; hay una colectividad anónima; expresamos nuestras necesidades y nuestras preferencias estando dispuestos a gastar tanto por tal objeto y no por tal otro. No creo que esto sea un problema. Pero hay que tener mucho cuidado cuando se habla de “mercado”, ¿no es cierto? Le repito que en este texto de 1957 decía que la sociedad socialista será la primera sociedad que tendrá un verdadero mercado, porque el mercado capitalista no es un mercado. Un mercado capitalista no es un mercado, no sólo  si lo compara usted con el mercado delos manuales de economía política, donde éste es transparente y donde el capital es una suerte de fluido que pasa inmediatamente de un sector de producción a otro porque es ahí donde pueden hacerse mayores beneficios –lo cual es absurdo-, sino porque ahí los precios no tienen, por decirlo así, nada que ver con los costos. En una sociedad  autónoma tendrá usted un auténtico mercado en el sentido de que habrá tanto supresión de todas las posiciones de monopolio y de oligopolio como correspondencia entre los precios de los bienes y los costos sociales reales.

¿Pero habrá también un mercado de trabajo?

Aquí hay un problema, en efecto. Mi posición al respecto es que no puede tener usted un mercado de trabajo en el sentido de que no podría haber sociedad autónoma si se mantiene una jerarquía de salarios e ingresos. Mantener esta jerarquía es mantener todas las motivaciones del capitalismo, del Homo economicus: y volvemos a la “vieja mierda”.

¿Esto no va a reducir la eficacia del mercado?

No veo la razón. No hay verdadero argumento económico y racional que permita decir: “Una hora de trabajo de tal hombre vale tres veces más que la hora de trabajo de tal otro”. Aquí está todo el problema de la crítica de la teoría del valor, y la crítica de lo que subtiende la teoría del valor, es decir, la idea de que pueda haber imputación del resultado de la producción de tal o cual factor, de manera definida. Pero en realidad tal imputación es imposible: el producto es siempre un producto social, y un producto histórico. Siempre hay que tener en cuenta el hecho de que, cualquiera sea la imputación de los costos que usted haga, se trata siempre de una imputación relativa, en función de las necesidades sociales y en función del futuro –aunque tiene que tener alguna relación, claro está, con los costos históricos y con la realidad-. Pero no podría haber diferenciación del costo de la mano de obra que tenga una justificación racional o incluso simplemente razonable. Esto parece difícil de creer.

Usted piensa que no hay ninguna racionalidad en la distribución capitalista del trabajo social mediante la relación salarial, en lo que se refiere a la productividad. ¿Esto sólo sería un factor político?

Sí. La distribución actual de los ingresos, tanto entre los grupos como entre los individuos, no es más que el resultado de una relación de fuerzas. Nada más. Esto también crea problemas, por ejemplo, en lo que se refiere a la disciplina del trabajo. Si la colectividad de los trabajadores no es capaz de crear una solidaridad y una disciplina suficientes para que todo el mundo trabaje aceptando ciertas normas colectivas, tocamos aquí el verdadero núcleo del problema, que es político. Aquí no hay nada que hacer; como tampoco hay nada que hacer en el ámbito de la democracia política si la gente no quiere ser responsable de las decisiones de la colectividad, participar activamente, etc. Esto no quiere decir que haya que mantener estructuras burocráticas y jerárquicas en la producción –por el contrario-. La división de las tareas y la distribución del poder no son lo mismo.

He pasado mucho tiempo analizando el funcionamiento de las fábricas capitalistas. Y llegué a la conclusión de que, la mitad del tiempo, la planificación capitalista de la producción en la fábrica es absurda. La fábrica funciona porque los trabajadores violan la organización capitalista de la producción. Trabajan contra las normas, o a pesar de las normas, y es así como se hacen las cosas. Si aplicasen  las normas, la producción se detendría de inmediato. Es por esta razón que la “huelga de celo” es una de las maneras más eficaces de hacer que todo deje de funcionar. Esto es lo que hay que comprender en lo que se refiere a la organización capitalista de la producción. A partir del momento en que hay una jerarquía, hay una opacidad fundamental en la esfera de la producción, porque hay división entre quienes dirigen y quienes ejecutan; y los trabajadores, por definición, deben esconder la realidad a los dirigentes. Esto alcanza proporciones delirantes en una sociedad totalmente burocrática, pero es algo que prácticamente encontramos en todas partes. A la colectividad le corresponde tomar las decisiones fundamentales. Puede delegar, pero a ella le corresponde elegir a sus delegados y revocarlos si quiere.

Esto supone un nivel muy alto de cultura y de actividad política.

En efecto, la gente debe sentirse realmente responsable, no cabe ninguna duda. No podemos tener una colectividad verdaderamente democrática –no sólo en la autogestión de la producción, sino en el nivel puramente político- sin una verdadera actividad de la gente. Pero tampoco se trata de ser fetichista en este punto: puede haber instituciones que faciliten esta participación. Hoy, para ser responsable, para tratar de participar hay que tener un verdadero heroísmo durante las veinticuatro horas del día. Hay que crear una situación donde uno pueda participar sin ser heroico las veinticuatro horas del día.

(…) ¿Sería usted favorable a lo que a veces se llama la planificación indicativa, con un marco democrático general en el  nivel social?

¡Oh, no sólo indicativa! No creo que haya contradicción entre mercado y planificación con respecto a esto. En una sociedad autónoma tiene que haber un verdadero mercado, y no solamente una libertad sino una soberanía del consumidor: a los consumidores les corresponde decidir cuáles son los bienes específicos que deben producirse para el consumo, por ese voto cotidiano que son sus compras, y donde cada voto vale el de los demás. Hoy, el voto de un gran financista como el señor Trump vale un millón de veces más que el del norteamericano promedio. No es lo que yo llamo verdadero mercado. Pero hacen falta decisiones de orden general al menos sobre dos puntos: la distribución del producto nacional, o del ingreso nacional, entre consumo e inversión, y la parte respectiva -en el consumo global- del consumo privado y del consumo público; para resumir, cuál es la parte que la sociedad quiere dedicar a la educación, a los transportes, a la construcción de monumentos o a cualquier otra empresa pública, y cuál es la parte que decide dedicar al consumo de los individuos, quienes harán de ella lo que quieran. Aquí hace falta una decisión colectiva. Hacen falta proposiciones y debates, y que las consecuencias de las decisiones sean claras para todos. (...)

miércoles, 11 de julio de 2012

MERCADO Y CAPITALISMO SEGÚN GIOVANNI SARTORI (Primera parte)


Con frecuencia, uno no escribe sobre lo que conoce sino sobre aquello que ignora y le gustaría saber. Lo dije más de una vez: mis conocimientos en economía, como en tantas otras cosas, son deficientes. Por eso voy a asaltar a mano armada las ideas del tano Sartori, aunque el tipo sea politólogo y no economista. 


En un post anterior corté y pegué una reflexión medio "troskolandia". Por eso es que ahora voy a exponer lo que dice un liberal, "paemparejá" (?).

Eso sí, antes de exponer las síntesis sartorianas, tenía ganas de decir dos cositas sobre la concepción que nuestras élites tienen del capitalismo. Al respecto, me gusta recurrir a una cita de Gino Germani: "cuando se introducen elementos de modernización en sociedades tradicionales, terminan por fomentar conductas tradicionales". 


Oscar Terán lo ilustra con un ejemplo histórico: "la exitosa articulación de la Argentina de fines del siglo pasado en el mercado capitalista mundial era un signo de modernización. Pero colocada ella en un sector latifundista que no tenía una moral productiva, terminó por reforzar una moral señorial, de señores de la tierra que no se dedicaron a la acumulación capitalista sino a tirar manteca al techo, al consumo suntuario".

Recordemos que la expresión “tirar manteca al techo”, aparentemente, se originó a principios del siglo XX, cuando los jóvenes conchetos de la alta sociedad porteña iban de putas a los cabarets de París; ahí gastaban fortunas y se divertían usando los cubiertos para tirar manteca y pan al cielo raso, compitiendo para ver quién lograba dejar el alimento pegado sin que cayera al suelo.


Según Roberto Alifano, autor de Tirando manteca al techo, la expresión fue acuñada por “Macoco” de Álzaga Unzué:

“‘Lo de tirar manteca al techo es de moi, eso sí lo acuñe yo’, afirmó Macoco, con una sonrisa.

—¿Por qué no explicás de dónde viene esa frase tan famosa? —le pregunté—. ¿Cuál es el origen de ‘tirar manteca al techo’?

—Viene del restaurante Maxim’s de París, donde yo invitaba a comer a mis amigos. Resulta que en uno de los salones especiales había una pintura en el techo, sin duda inspirada en Rubens, con unas valquirias de senos prominentes y tentadores que sobresalían de los escotes. Una noche yo puse manteca en el tenedor  y empecé a tirarla para ver si la embocaba entre las tetas de las mujeres de la pintura. Se armó un torneo entre quienes me acompañaban. Todos los muchachos empezaron a tirar manteca al techo…”

En síntesis: muchas veces, nuestros males provienen más de nuestra clase “civilizada” que de la “bárbara”. Dicho esto, comencemos:

Ayudados por Castoriadis podríamos hacer la siguiente aclaración, que consiste en no confundir mercado con "mercado capitalista": en el mercado capitalista, los precios no tienen mucho que ver con los costos; ni el mercado se parece a una suerte de fluido etéreo que pasa inmediatamente de un sector de la producción a otro porque es ahí donde pueden hacerse mayores beneficios. Los precios se relacionan, esencialmente, con una relación de fuerzas. 

¿O alguien piensa que "elige" ver cine yanqui porque sus películas "se imponen por mérito propio" al competir en un supuesto mercado libre? ¿Cuántas opciones tiene el consumidor para no elegir a Windows como sistema operativo? No hay verdadero argumento económico y racional que permita decir: “una hora de trabajo de tal hombre vale tres veces más que la hora de trabajo de tal otro”. ¿Cuál es el argumento RACIONAL por el cual Messi “merece” cobrar varios millones de dólares mientras un docente gana anualmente menos de lo que un futbolista genial como él gana en un día? La distribución de los ingresos no es más que una relación de fuerzas condicionada social e históricamente, y no presenta una conexión causal universal y necesaria con el "mérito" ni la "excelencia". Obviamente puede existir una relación con el mérito o la excelencia, como ocurre en el caso de Messi; o no existir en absoluto: como mayormente ocurre en el show de Ricardo Fort.

AHORA SÍ, AFANÉMOSLE A SARTORI

Lo que sigue es un refrito de algo que escribió Sartori. No lo pongo entre comillas para no afear más la explicación:

Evidentemente, la democracia es un sistema político, mientras que el mercado y el capitalismo son sistemas económicos. Según Sartori, los únicos sistemas en los que la economía funciona son sistemas de mercado.

En 1776 Adam Smith vio en los procesos económicos la intervención de una “mano invisible”.  Desde ese momento, el mercado es entendido como una mano variadamente corregida, turbada o contrastada, por las intervenciones de la “mano visible”, es decir, del Estado.

Esto debe quedar claro: los gobiernos siempre han intervenido en las cuestiones económicas. El mismo laissez faire fue el resultado de intervenciones contra impedimentos a los cambios; la industrialización ha sido sostenida, en muchos países, gracias a intervenciones proteccionistas, y los Estados “liberadores” intervienen en el libre mercado para “liberarlo” de pecados monopolistas y de otros males. Para Sartori, el mercado es un subsistema de la economía en su conjunto. Nunca se ha pretendido que el sistema económico se someta por completo a las leyes del mercado. Por lo tanto, cuando afirmamos que los nuestros son sistemas de mercado, no entendemos que sistema económico y sistemas de mercado sean correlativos. Las cosas que el mercado no atiende son muchísimas: para empezar, existen “bienes públicos”  que no son ni pueden ser proporcionados mediante incentivos de mercado. Por otra parte, siempre nos encontramos más expuestos a la acumulación de factores “exteriores”, como la contaminación y la degradación del ambiente. ¿Quién paga? ¿Quién soporta los costos de la descontaminación de un lago o de un río. También la defensa nacional es un problema del Estado que el mercado no puede proveer por sí solo.

El mercado es, más que nada, un subsistema del sector productivo que une a los productores de los bienes (no necesariamente de los servicios) con los consumidores de los bienes. Es importante recalcar que las realizaciones del mercado siempre serán menos que óptimas y que cualquier mercado concreto será impuro o no funcionará como nuestras simplificaciones mentales –tipos ideales, modelos o esquemas- quisieran que funcionase.

Hay una cuestión que merece considerarse: la obligación de que el mercado y su ley de concurrencia valen para los peces chicos o medianos y no para las multinacionales y los supercapitalistas. Los grandes, y sobre todo los grandísimos, pueden llegar a controlar y darle la vuelta al mercado y así matar a la competencia.

Según Sartori, esa objeción no distingue entre concurrencia como estructura, es decir, como regla de juego, y concurrencialidad, es decir, el grado de competitividad. Mientras las reglas del juego permanezcan, el juego, aunque varíe, puede ser jugado a) muy competitivamente (hasta los límites del suicidio), b) en el modo óptimo, c) poniendo fuera de juego (cuando rigen los monopolios o subsisten los intocables). La concurrencialidad sobrecalentada daña, pero no nos importa. El problema radica en el otro extremo, el de la infracompetitividad, en una situación en la que no existan concurrentes con posibilidades de competir. Para Sartori, no es cierto que un monopolista pueda elevar los precios a su voluntad. Mientras opere ese monopolio: en un sistema con estructura concurrencial (es un monopolio de hecho, pero no de derecho) sus precios deben impedir siempre al concurrente infracompetitivo convertirse en competitivo. Por lo tanto, la estructura permanece operante, aun cuando no haya concurrentes: un paso en falso del monopolista y aparecen de inmediato listos a salirse con la suya.

Orden espontáneo y mente invisible

Existen muchos órdenes espontáneos, o bien, órdenes que se autorganizan. El sistema (subsistema) de mercado está entre éstos. El mercado es enormemente flexible y está en continua adaptación: no manifiesta –como siempre sucede con los “órdenes organizados”- resistencias al cambio, ni mucho menos esclerosis y senilidad. El mercado nunca ha envejecido; si acaso, ha madurado.

Lo importante es destacar que la expresión libre mercado no tiene nada que ver con la libertad del individuo; significa, simplemente, que el mercado está sujeto sólo a sus propios mecanismos. Así, la cuestión es ¿cómo se relaciona un “orden libre” con la libertad individual? La respuesta es que un orden espontáneo no es coercitivo (cuando menos en le sentido en el que lo son los órdenes organizados) en cuanto no es gestionado ni por personas singulares ni por un orden singular; es espontáneo precisamente porque es autorregulado por sus propios feedbacks. Hasta aquí todo está bien. Pero con frecuencia se sostiene una tesis más pretenciosa, es decir, que el sistema de mercado promueve, cuando menos de hecho, 
la libertad individual.

Ahora bien, el mercado es una estructura de alternativas, pero eso no implica que todos los participantes de las transacciones de mercado sean efectiva e igualmente libres para elegir. La libertad real de opción para consumir está en función de cuánta guita tengo. Mi libertad real de opción para producir depende de tener más o menos de lo que es necesario para emprender una producción.
Lo mismo puede decirse de la libertad de cambio: los recursos (financieros u otros) pueden ser muy desiguales.

La economía de mercado es regulada cotidianamente por millones de decisiones individuales tomadas por personas que están, seguramente, debajo de cualquier nivel mínimo de información imperfecta. El productor individual tiene sólo necesidad de saber si un cierto producto “tiene mercado” y si le es posible producirlo a un precio igual o inferior al del mercado. Todo eso lo descubre, en el peor de los casos, probando.   Los órdenes organizados, para funcionar, imponen altos costos de información y también de conocimiento. En cambio, el orden de mercado no tiene necesidad de ser entendido (no implica altos costos –niveles- cognoscitivos) y minimiza los costos de información. El mercado no es sólo una mano invisible, sino también una mente invisible.

La maldad del mercado

Respecto de las sociedades que lo han precedido, la necesidad de mercado ha sido profundamente igualadora: ha desconocido las desigualdades de nacimiento y de clase y ha afirmado la igualdad de oportunidad y de mérito.

Pero admitámoslo sin fingimientos: el mercado es una entidad cruel. Según Sartori, su ley es la del éxito del más capaz. Espera encontrar un puesto adecuado a cada uno y motivar a los individuos a dar su máximo esfuerzo. Pero los desadaptados son expulsados irremediablemente de la sociedad de mercado y condenados a morir o a sobrevivir con otros recursos. ¿A quién o a qué se le imputa esta crueldad? ¿A un “individualismo” exasperado y posesivo (nota: Sartori piensa en Macpherson)? Así se nos dice, pero temo que la verdad radique en lo opuesto, que la crueldad del mercado se debe a una crueldad social, una crueldad colectivista. El mercado es ciego frente a los individuos, es individualista y daltónico, en cambio, es una máquina despiadada al servicio de la sociedad, es decir, del interés colectivo.

Ocurre que en vez de hablar de mercado, nueve de cada diez veces nos referimos al capitalista. Equivocadamente, porque el verdadero protagonista del acontecimiento no es el capitalista. El capitalista privado está en el mercado, forma parte del mercado, está metido en el interior del mercado. Se enriquece mediante  las leyes del mercado, vale decir, por leyes que él no ha hecho y a las que debe someterse. Tan es verdad, que así como las leyes del mercado lo enriquecen, en la misma medida lo pueden arruinar de hoy a mañana. El mercado, recuérdese, es un orden espontáneo no concebido o diseñado por alguien y, tanto menos, por los capitalistas. No son los capitalistas los que han inventado el mercado, más bien, e el mercado el que ha inventado a los capitalistas.

Por hoy dejamos acá, más adelante posteo la segunda parte.

¡Sean felices!

sábado, 9 de julio de 2011

RAJ PATEL: EL PRECIO DE TODO Y EL VALOR DE NADA

Oscar Wilde decía que "hoy en día la gente conoce el precio de todo, pero no sabe el valor de nada". En su libro Cuando nada vale nada, el economista Raj Patel desarrolla las implicancias de la frase del escritor irlandés, junto con el "fetichismo de la mercancía" de Marx, y aporta datos significativos: el costo energético de producir los 550 millones de Big Macs que se venden por año en los Estados Unidos es de 297 millones de dólares y deja un impacto ecológico equivalente a 2.660 millones de libras de dióxido de carbono, un gas que contribuye al efecto invernadero. Como es de esperar, el costo lo paga la sociedad, y las ganancias son para la corporación Mac Donalds. Esto es un esquema que se repite una y otra vez en la sociedad de mercado capitalista: la privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas.

Los economistas no pueden ser capaces de subsanar de forma racional la distancia entre el precio de una mercancía y su valor, dado que el precio está dirigido casi exclusivamente por la búsqueda de ganancias. Una de las explicaciones clásicas fue dada por Marx respecto del carácter "fetichista" de la mercancía, donde existe un fenómeno social/psicológico con arreglo al cual los objetos aparentan tener una voluntad independiente de sus productores. Es curioso: el ratón Mickey es casi una metáfora de esa idea. Una vez desatado el conjuro, no hay voluntad individual capaz de controlar los efectos nocivos.

Hay otro libro del mismo autor que tengo ganas de leer titulado Obesos y famélicos, donde se parte de un dato contundente: se calcula que a nivel mundial hay cerca de 1.000 millones de personas con sobrepeso y 800 millones de personas con hambre, en un contexto donde la sociedad produce mayor cantidad de alimentos que en toda su historia.

Está claro que no se trata de un fenómeno "tercermundista". El escritor argentino Osvaldo Bayer nos dice que en Alemania - uno de los países de mayor nivel de vida del globo- se reunieron diversos especialistas en la denominada "Conferencia Nacional de la Pobreza". La idea es que la pobreza es "riqueza mal repartida", dado que en la Europa actual hay cerca de 60 millones de personas bajo la línea de pobreza. El índice de pobreza en Alemania es de 10%, en tanto los sueldos del presidente de Volkswagen, por caso, rondan los 9,3 millones de euros. Lo peor es que esas cifras son casi "una ganga" si se las compara con las que cobran los ejecutivos de las firmas más importantes en Estados Unidos, ya que por ejemplo el presidente de la Disney -Robert Iger- , recibió en el año pasado 21 millones de euros. Los yanquis cuentan con 49 millones de almas bajo la línea de pobreza -cerca de 16% de la población.

¿Qué nos queda a nosotros entonces? No es casualidad que se esté produciendo una revalorización de los textos de Karl Marx, como lo sugiere Hobsbawm en éste post.