viernes, 19 de agosto de 2011

LEYENDO A BOLAÑO EN EL GIMNASIO

Ayer, mientras pre-calentaba en la bicicleta fija del recinto en donde los tipos tratan de adquirir músculos en su afán de ser deseados por las mujeres y temidos por los otros hombres; y las mujeres hacen otro tanto para provocar la mirada masculina y la envidia femenina - batallando todos contra el inexorable paso del tiempo- , me puse a leer los últimos relatos que conforman El gaucho insufrible, de Roberto Bolaño.

Bolaño es un narrador tan brillante que pude concentrarme fácilmente en la lectura, a despecho de que tenía que pedalear, y de los gritos de Bon Scott - el cantante de eisidisí, nombre que me recuerda a Emilio Disi, que a su vez me remite a Doris del Valle- cuya voz aullaba Hell ain't a bad place to be, tema que -imagino porque siempre lo pone- le gusta a la recepcionista del gym.

Pese a lo interesante del relato, yo cada tanto miraba de reojo la graciosa escena donde el profesor se le ponía atrás de la bicicleta fija a una morocha y le hablaba al oído, como si le estuviese enseñando a jugar al pool. ¿Qué tan difícil puede ser aprender a pedalear en una bicicleta fija como para necesitar ayuda profesional?

Al otro coté, un neonazi medio proletario, con los brazos tatuados con tinta barata que parecía de birome bic, gritaba "diez más, dále, diez más", mientras le miraba fijamente-con cierta homosexualidad contenida- los músculos a su compañero.

En Literatura + enfermedad = enfermedad", Bolaño ordeña una vaca para tirarle la leche tibia y agria por la cabeza, llora sobre la leche derramada o se lamenta porque tal vez en poco tiempo dejará de tomar y de comer -cuando escribió el relato, el cáncer que lo llevó a la muerte estaba avanzado- y sale del médico habiendo recibido noticias que lo llenan de nostalgia y de miedo. Pero súbitamente alza los ojos y ve a una interesante mujer cuyos tacos no logran disimular su escasa estatura, que está haciendo la cola para ingresar a otra consulta, y esa visión hace que sus temores se evaporen por un rato.

La petisa resultó ser una doctora de ojos rasgados que estaba al tanto de su enfermedad, quien le pide hacerse unos chequeos. Suben juntos al ascensor para ir a la sala donde la ponja hará los estudios:

"No sé porqué, finalmente le dije que sí, y entonces ella me guió fuera de las consultas externas hasta un ascensor de grandes proporciones, un ascensor en donde había una camilla, vacía, por supuesto, pero ningún camillero, una camilla que subía y que bajaba con el ascensor, como una novia bien proporcionada con -o en el interior de- su novio desproporcionado, pues el ascensor era verdaderamente grande, tanto como para albergar en su interior no sólo una camilla sino dos (...) y justo en ese momento, con la cabeza no sé si más fría o más caliente, me di cuenta de que la doctora bajita no estaba nada mal. No bien descubrí esto, me pregunté qué ocurriría si le proponía hacer el amor en el ascensor, cama no nos iba a faltar. Recordé en el acto, como no podía ser menos, a Susan Sarandon disfrazada de monja preguntándole a Sean Penn cómo podía pensar en follar si le quedaban pocos días de vida. El tono de Susan Sarandon, por descontado, es de reproche. (...) Follar es lo único que desean los que van a morir. Follar es lo único que desean los que están en las cárceles y en los hospitales. Los impotentes lo único que desean es follar. Los heridos graves, los suicidas, los seguidores irredentos de Heidegger. Incluso Wittgenstein, que es el más grande filósofo del siglo XX, lo único que deseaba era follar. Hasta los muertos, leí en alguna parte, lo único que desean es follar. Es triste tener que admitirlo, pero es así".

Mientras leía el magnífico relato de Bolaño rememoré un fragmento del poema "Sala de psicopatología" de la Pizarnik, y recordé la mezcla de inmenso deseo de ser amados y deseados que tienen muchos enfermos mentales, y la imposibilidad de ver satisfechos esos deseos por su fealdad, su debilidad mental o su abandono.

Alejandra Pizarnik escribió ese poema mientras estaba internada en el Hospital Pirovano:

“-una señora originaria del más oscuro barrio de un pueblo que no figura en el mapa dice:

- El dotor me dijo que tengo problemas. Yo no sé. Yo tengo algo aquí (se toca las tetas) y unas ganas de llorar que mama mía”.

Y luego:

“ Ustedes, los mediquitos de la 18 son tiernos y hasta besan al leproso, pero

¿se casarían con el leproso? (…)


“Oh, he besado tantas pijas para encontrarme de repente en una sala llena de carne de prisión donde las mujeres vienen y van hablando de la mejoría (…)

Porque –oh viejo hermoso Sigmund Freud- la ciencia psicoanalítica se olvidó la llave en algún lado:

Abrir se abre

Pero ¡cómo cerrar la herida?”

Retomando el texto de Bolaño, nos topamos con un fragmento de Brisa Marina, de Stephane Mallarmé: “la carne es triste, ¡ay!, y todo lo he leído”.

¿Mallarmé sugiere que ha leído, garchado o viajado lo suficiente? ¿Habla, con Baudelaire, de desiertos de tedio en un oasis de horror? ¿Habla del aburrimiento, una de las principales enfermedades del hombre moderno?


Los libros que podemos leer son limitados, los encuentros sexuales también, pero “el deseo de leer y de follar es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestros miedos, nuestras esperanzas de paz”, nos dice Bolaño, que a esa altura imagino que querría vivir sin timón y en el delirio, o no… o simplemente quería vivir y el deseo de tener sexo con la doctora lo hacía olvidar su propia muerte y al mismo tiempo hacía que la sintiera en todo el cuerpo, como el aire que puebla las habitaciones vacías.

“En un oasis uno puede beber, comer, curarse las heridas, descansar, pero si el oasis es de horror, si sólo existen oasis de horror, el viajero podrá confirmar, esta vez de forma fehaciente, que la carne es triste, que llega un día en que todos los libros están leídos y que viajar es un espejismo”.

Y entonces Bolaño, solo, japonesa, muerte, ascensor, inmenso vacío, ganas de llorar y hacer el amor. Pero se contuvo por decoro y fueron a una sala donde le hizo pruebas y “le pregunté por las posibilidades de éxito de un trasplante de hígado. Muchas posibilidades, dijo. ¿Qué tanto por ciento?, dije yo. Sesenta pol ciento, dijo ella. Joder, dije yo, es muy poco. En política es mayolía absoluta, dijo ella”.


A esa altura del relato empecé a pensar en la hermosísima novela 2666, larga como esperanza de pobre, que Bolaño se apuró a terminar, consciente de que se le venía la noche...

Me dieron unas ganas terribles de largarme a llorar, pero AC/DC seguía a todo volumen y el ambiente gimnástico no era del todo propicio.

8 comentarios:

  1. Muy bueno, R. Aunque me desconcertó la imagen final del rope.

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  2. Es que no estaba listo.. ahora sí.
    Saludos

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  3. Gran post, nuevamente. Cada vez que pienso en Bolaño se me mezclan sensaciones de alegría con otras de mucha pena. La alegría es porque alguien haya escrito así, saliéndole la prosa de los huevos (con perdón de la expresión); coincido, como dijiste en un post anterior, que leer a Bolaño da ganas de ponerse a escribir, y eso creo que también es una mnifestación de la alegría. La pena me viene cuando pienso qué poco que vivió, se fue demasiado pronto, tenía tanto que escribir todavía.
    Abrazo!

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  4. Vos desocupao... siempre tan exaustivo... te va a matar esto neneeeeee

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  5. No no lo va a matar, para mi lo llena de vida. Me encanta como escribís, me gusta mucho.
    Parece cliché pero es así, la vida es un menjunje permanente y si uno es muy sensible sufre más sí, pero también disfruta con locura los momentos de felicidad.

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  6. Hay una sola cosa que desvanece a la muerte y es justamente amar a alguien. Al hacerle el amor uno nunca piensa en morirse, no tiene explicación. Será filosofía o algo más bien visceral, no me importa. He dicho yo que el sólo hecho de estar enamorado, aliviana todo este asunto de la vida y su sinsentido absoluto.
    Ah, lo digo claro, pero ahora me acuesto apago la luz, pienso en el amor, pero el último pensamiento siempre será la inexistencia. Bolaño, que apellido con personalidad.

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  7. Te querés hacer el pizarnik... dejate de joder croto!

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