sábado, 26 de febrero de 2011

HOBSBAWM: "COMO CAMBIAR EL MUNDO"



Hobsbawm: “Marx fue un profeta sin armas”


Entrevista publicada hoy en la Revista Ñ de Clarín.


Con la crisis global, el pensamiento De Eric Hobsbawm ha vuelto a estar en boga. Aquí, habla sobre el interés de los financistas por las ideas de Marx, opina sobre el comunismo en China y afirma que en América Latina se siente “como en casa” porque todavía se habla el lenguaje del socialismo. Su libro “Cómo cambiar el mundo” será publicado próximamente.

Hampstead Heath, en la zona arbolada del norte de Londres, se enorgullece del papel destacado que tuvo en la historia del marxismo. Es aquí donde los domingos Karl Marx llevaba a su familia hasta Parliament Hill, recitando en el camino a Shakespeare y a Schiller, para pasar una tarde de picnic y poesía. Los días de semana, se reunía con su amigo Friedrich Engels, que vivía cerca, para hacer una caminata a paso ligero por el monte, donde los “viejos londinenses”, como se los conocía, reflexionaban sobre la Comuna de París, la Segunda Internacional y la naturaleza del capitalismo.

Hoy, sobre una calle lateral que sale del monte, la ambición marxista sigue viva en la casa de Eric Hobsbawm. Nacido en 1917 (en Alejandría, bajo el protectorado británico de Egipto) a más de 20 años de la muerte de Marx y Engels, no conoció personalmente a ninguno de esos dos filósofos, por supuesto. Pero al hablar con Eric en la espaciosa sala de estar, llena de fotos familiares, honores académicos y toda una vida de objetos culturales, se percibe una sensación casi tangible de conexión con estos hombres y su memoria.

La última vez que entrevisté a Eric, en 2002, su brillante autobiografía Años interesantes –la crónica de un joven en la Alemania de Weimar, el amor de toda su vida por el jazz y la forma en que realizó la transformación del estudio de la historia en Gran Bretaña– acababa de salir y había recibido críticas elogiosas. También coincidió con otro ataque cíclico de los medios a la pertenencia de Eric al Partido Comunista, tras la publicación del libro de Martin Amis contra Stalin, Koba el temible. En ese entonces, el “profesor marxista” explicó que no buscaba, tal como escribió, “acuerdo, aprobación o simpatía” sino más bien, comprensión histórica para una vida en el siglo XX moldeada por la lucha contra el fascismo.

La crisis neoliberal

Las cosas cambiaron desde entonces. La crisis global del capitalismo, que causa estragos en la economía mundial desde 2007, transformó los términos del debate.

De pronto, resurgió la crítica que hace Marx acerca de la inestabilidad del capitalismo. “Ha vuelto”, proclamó el London Times en el otoño de 2008 cuando las bolsas se desplomaban, los bancos eran nacionalizados en forma sumaria y Sarkozy, el presidente de Francia, era fotografiado hojeando Das Kapital (cuyas ventas aumentaron al punto de llegar a las listas alemanas de libros más vendidos). Hasta el papa Benedicto XVI se vio obligado a elogiar la “gran habilidad analítica” de Marx. Karl Marx, el gran ogro del siglo XX, había sido resucitado en las universidades, los encuentros de debate y las oficinas editoriales.

Parecería ser, pues, el momento ideal para que Eric Hobsbawm reúna sus ensayos más celebrados sobre Marx en un solo volumen, junto con material nuevo sobre el marxismo a la luz del colapso económico. Para Hobsbawm, el deber continuo de abordar a Marx y sus múltiples legados –entre otras cosas, en este libro, algunos nuevos capítulos excelentes sobre el significado de Gramsci– sigue siendo fuerte.

El propio Eric, empero, cambió. Sufrió una fea caída en Navidad y ya no puede eludir las limitaciones físicas de sus 93 años. El humor y la hospitalidad tanto suyos como de su esposa, Marlene, así como su intelecto, su agudeza política y su amplitud de visión, continúan no obstante maravillosamente intactos. Con un Financial Times sobre la mesa de café, Eric pasó sin contratiempos de los sondeos sobre Lula, el presidente saliente de Brasil, a las dificultades ideológicas que afronta el Partido Comunista en Bengala Occidental o las convulsiones en Indonesia que siguieron a la caída económica global de 1857.

La sensibilidad global y la ausencia total de provincianismo, siempre tan sólidas en su obra, siguen configurando su política y su historia.

Y después de una hora hablando sobre Marx, el materialismo y la lucha continua por la dignidad humana frente a los chubascos del libre mercado, uno se va de la terraza de Hobsbawm en Hampstead –cerca de los senderos por los que solían caminar Karl y Friedrich– con el sentimiento de haber pasado por un seminario vertiginoso con una de las grandes mentes del siglo XX. Una mente resuelta, además, a mantener una mirada crítica sobre el XXI.

¿En el núcleo de este libro hay una idea de reivindicación? ¿De que aun cuando las ideas propuestas en su momento por Karl Marx no sean ya relevantes, él hacía las preguntas correctas sobre la naturaleza del capitalismo y que el capitalismo que surgió en los últimos 20 años se parecía mucho a lo que Marx pensaba allá por el año 1840?

Sí, sin duda. El redescubrimiento de Marx en esta época de crisis capitalista se debe a que en 1848 predijo más que ningún otro el mundo moderno. Es, creo, lo que ha atraído hacia su obra la atención de una serie de nuevos observadores, paradójicamente, en primer lugar gente de negocios y comentaristas de negocios más que de la izquierda. Recuerdo haberlo observado justamente en la época del 150° aniversario de la publicación de El manifiesto comunista, cuando en la izquierda no se estaban haciendo muchos planes para celebrar. Descubrí para mi gran asombro que los editores de la revista que daban en el avión de United Airlines decían que querían publicar algo sobre El Manifiesto . Al poco tiempo, estuve almorzando con el financista George Soros que me preguntó: “¿Qué piensa usted de Marx?” Aunque no coincidíamos en muchas cosas, me dijo: “Ese tipo definitivamente algo tenía”.

¿Tiene la sensación de que lo que le gusta, en parte, de Marx a gente como Soros es cómo describe de manera brillante la energía, el carácter iconoclasta y el potencial del capitalismo? ¿Era esa la parte que atraía a los altos ejecutivos que volaban por United Airlines?

Creo que es la globalización, los impresionaba el hecho de que predijera la globalización, como quien dice, una globalización universal, que incluye la globalización de los gustos y todo lo que trae aparejado. Pero pienso que los más inteligentes también veían una teoría que permitía una especie de desarrollo recortado de la crisis. Porque la teoría oficial en esa época (fines de los años 1990) teóricamente rechazaba la posibilidad de una crisis.

¿Y ese discurso de “un fin de la expansión y contracción” y salir del ciclo económico?
Exactamente. Lo que pasó a partir de los años 1970, primero en las universidades, en Chicago y el resto, y finalmente, desde 1980 con Thatcher y Reagan fue, supongo, una deformación patológica del principio de libre mercado que propicia el capitalismo: la economía de mercado pura y el rechazo del Estado y de la acción pública que no creo que ninguna economía del siglo XIX haya puesto en práctica realmente, ni siquiera los Estados Unidos. Y estaba en conflicto, entre otras cosas, con la forma en que el capitalismo había funcionado en su época más exitosa, entre 1945 y comienzos de los 70.

Cuando dice “exitosa”, ¿es en cuanto a elevar los niveles de vida en los años de la posguerra?

Exitosa porque dio ganancias y aseguró algo como una población políticamente estable y relativamente satisfecha a nivel social. No era ideal pero era, digamos, un capitalismo con rostro humano.

Y usted considera que el renovado interés por Marx también se debió al fin de los Estados marxistas/leninistas. ¿La sombra leninista desapareció y usted pudo volver a la naturaleza original de la escritura de Marx?
Con la caída de la Unión Soviética, los capitalistas dejaron de tener miedo y en ese sentido tanto ellos como nosotros pudimos analizar el problema de una manera mucho más equilibrada, menos distorsionada por la pasión que antes. No obstante, yo creo que fue más la inestabilidad de esta economía neoliberal globalizada la que empezó a ser muy notable al final del siglo. Mire, en cierto modo, la economía globalizada fue dirigida en forma efectiva por lo que podríamos llamar el Noroeste [Europa occidental y Norteamérica] global y ellos impulsaron ese fundamentalismo de mercado ultra-extremo. Al principio, pareció funcionar muy bien –al menos en el viejo noroeste– aunque desde el comienzo se podía ver en la periferia de la economía global que creaba terremotos, grandes terremotos. En América Latina hubo una enorme crisis financiera a comienzos de los 80. A comienzos de los 90, en Rusia hubo una catástrofe económica. Y después hacia finales del siglo, se produjo ese colapso enorme, casi global, que fue de Rusia a Corea (del Sur), Indonesia y Argentina. Esto hizo que la gente empezara a pensar, me parece, que había en el sistema una inestabilidad de base que antes se había pasado por alto.

Se ha llegado a sugerir que la crisis que vemos desde 2008 en relación con Estados Unidos, Europa y Gran Bretaña no es tanto una crisis del capitalismo en sí, sino del capitalismo financiero moderno de Occidente. Mientras tanto, Brasil, Rusia, India y China –BRIC– están desarrollando sus economías al mismo tiempo sobre modelos cada vez más capitalistas. ¿O es simplemente que ahora nos toca sufrir a nosotros las crisis que ellos tuvieron hace 10 años?

El verdadero avance de los países BRIC es algo que se produjo en los últimos 10 años, 15 como máximo. O sea que en ese sentido se puede decir que fue una crisis del capitalismo. Por otro lado, creo que es riesgoso asumir, como hacen los neoliberales y los defensores del libre mercado, que hay un solo tipo de capitalismo. El capitalismo es, si se quiere, una familia, con una variedad de posibilidades, desde el capitalismo dirigido por el Estado de Francia hasta el libre mercado de Estados Unidos. Por lo tanto es un error creer que el avance de los países BRIC es simplemente lo mismo, como la generalización del capitalismo occidental. No lo es: la única vez que se intentó importar el fundamentalismo del libre mercado al por mayor fue en Rusia y resultó un fracaso absolutamente trágico.

Usted planteó el tema de las consecuencias políticas del colapso. En su libro, habla de una insistencia en analizar los textos clásicos de Marx como si aportaran un programa político coherente para hoy, pero ¿adónde cree que va en la actualidad el marxismo como proyecto político?

No creo que Marx haya tenido nunca un proyecto político, por así decirlo. Políticamente hablando, el programa específico de Marx era que la clase trabajadora se formara como un cuerpo consciente de clase y actuara políticamente para adquirir poder. Fuera de eso, Marx de manera muy deliberada fue vago en razón de su aversión hacia las cosas utópicas. Paradójicamente, yo diría incluso que a los nuevos partidos se les permitía improvisar, hacer lo que pudieran sin instrucciones efectivas. Lo que Marx había escrito equivalía apenas un poco más que a las ideas estilo Cláusula IV sobre la propiedad privada, en ninguna parte cercano siquiera a brindar una orientación a los partidos o ministerios. Mi opinión es que el principal modelo que los socialistas y los comunistas del siglo XX tuvieron en mente fueron las economías de guerra dirigidas por el Estado de la Primera Guerra Mundial, que no eran particularmente socialistas pero que sí aportaban alguna suerte de orientación acerca de cómo podía llegar a funcionar la socialización.

¿No le sorprende la incapacidad, ya sea de la izquierda marxista o socialdemócrata, de aprovechar la crisis de estos últimos años políticamente? Aquí estamos sentados a 20 años de la muerte de uno de los partidos que usted más admira, el Partido Comunista de Italia. ¿Lo deprime el estado de la izquierda en este momento en Europa y en otras partes?
Sí, por supuesto. De hecho, una de las cosas que estoy tratando de mostrar en el libro es que la crisis del marxismo no es sólo la crisis de la rama revolucionaria del marxismo sino de la rama social demócrata también. La nueva situación en la nueva economía globalizada finalmente aniquiló no sólo al leninismo marxista sino también al reformismo social demócrata, que fue esencialmente la clase trabajadora ejerciendo presión sobre sus Estados-nación. Con la globalización, no obstante, la capacidad de los Estados para responder a esta presión disminuyó efectivamente. Y entonces la izquierda retrocedió dando a entender: “Miren, los capitalistas están haciendo las cosas bien, lo único que debemos hacer es dejarlos ganar y asegurarnos de recibir nuestra parte”. Eso funcionó mientras esa parte se tradujo en crear Estados de bienestar, pero a partir de los años 1970, dejó de funcionar y entonces hubo que hacer, efectivamente, lo que hicieron Blair y Brown: dejarlos ganar todo el dinero posible y tener la esperanza de que se derramara la cantidad suficiente como para que nuestro pueblo estuviera mejor.

Entonces, ¿hubo un pacto faustiano para que en los buenos tiempos, en tanto las ganancias fueran saludables y se pudiera garantizar la inversión en educación y salud, no hiciéramos demasiadas preguntas?
Sí, mientras mejoró el nivel de vida.

Y ahora al caer las ganancias ¿luchamos por encontrar respuestas?
Ahora que con los países occidentales estamos yendo para el otro lado, con el crecimiento económico relativamente estático, declinando incluso, la cuestión de las reformas vuelve a tornarse urgente una vez más.

¿Usted ve como parte del problema, en lo que a la izquierda se refiere, el final de una clase trabajadora masiva consciente e identificable, algo que fue tradicionalmente esencial para la política socialdemócrata?
Históricamente es cierto. Los gobiernos socialdemócratas y las reformas cristalizaron en torno de partidos de clase obrera. Estos partidos nunca fueron, o sólo rara vez, totalmente de clase trabajadora. Siempre fueron hasta cierto punto alianzas: alianzas con ciertos tipos de intelectuales progresistas y de izquierda, con minorías, minorías religiosas y culturales, posiblemente muchos países con distintos tipos de pobres trabajadores, obreros. Con la excepción de los Estados Unidos, la clase trabajadora fue un bloque masivo reconocible durante mucho tiempo, ciertamente hasta bien entrada la década de 1970. Creo que la rapidez de la desindustrialización en este país alteró muchísimo no sólo la magnitud sino también, si se quiere, la conciencia de la clase trabajadora. Y no hay ningún país en la actualidad donde la clase trabajadora industrial pura en sí sea suficientemente fuerte. Lo que todavía es posible es que la clase trabajadora forme, por así decirlo, el esqueleto de movimientos más amplios de cambio social. Un buen ejemplo de esto, en la izquierda, es Brasil, que presenta un caso clásico de partido laborista de fines del siglo XIX basado en una alianza de sindicatos, trabajadores, los pobres en general, intelectuales, ideólogos y distintos tipos de izquierdistas, que ha producido una coalición gobernante asombrosa. Y no se puede decir que no sea exitosa después de ocho años de gobierno con un presidente saliente que cuenta con niveles de aprobación del 80%. En este momento, ideológicamente, me siento más en casa en América Latina porque sigue siendo el lugar en el mundo donde la gente todavía habla y dirige la política con el viejo lenguaje, el lenguaje del siglo XIX y el XX de socialismo, comunismo y marxismo.

En términos de partidos marxistas, algo que se desprende con mucha fuerza de su trabajo es el rol de los intelectuales. Hoy, vemos un entusiasmo enorme en universidades como la suya en Birkbeck, con reuniones y actos. Y si miramos los trabajos de Naomi Klein o David Harvey o las presentaciones de Slavoj Zizek, hay un verdadero entusiasmo. ¿Lo entusiasman estos intelectuales públicos del marxismo en este momento?

No sé si ha habido un gran cambio pero es indudable: con los actuales recortes del Gobierno habrá una radicalización de los estudiantes. Eso es algo del lado positivo. Del lado negativo… si analizamos la última oportunidad de una radicalización masiva de estudiantes en el 68, no significó demasiado. No obstante, como pensaba entonces y sigo pensando aún hoy, es preferible que los jóvenes, hombres y mujeres, piensen que están en la izquierda a que los jóvenes, hombres y mujeres, sientan que lo único por hacer es conseguir un trabajo en la bolsa.

¿Y cree que hombres como Harvey y Zizek desempeñan un papel útil en eso?
Supongo que la descripción de presentador se ajusta a Zizek. Tiene ese elemento de provocación que es muy característico y que ayuda a generar el interés de la gente, pero no estoy seguro de que quienes leen a Zizek se sientan mucho más cerca de repensar los problemas de la izquierda.

Permítame pasar de Occidente a Oriente. Uno de los interrogantes más urgentes que usted se plantea en el libro es si el Partido Comunista chino puede desarrollar su nuevo lugar en la escena global y responder a ésta.

Es un gran misterio. El comunismo desapareció pero subsiste un elemento importante del comunismo, ciertamente en Asia, que es el Partido Comunista estatal que dirige a la sociedad. ¿Cómo trabaja? En China me parece que hay un grado más alto de conciencia de la inestabilidad potencial de la situación. Probablemente haya una tendencia a crear más espacio de maniobra para una clase media intelectual creciente y para sectores educados de la población, que, después de todo, se medirán en decenas, posiblemente cientos de millones. También es cierto que el Partido Comunista en China parece estar reclutando un liderazgo tecnocrático. Cómo se une todo eso, no lo sé. Lo que sí me parece posible con esta rápida industrialización es el crecimiento de movimientos laboristas, y no queda claro hasta qué punto el Partido Comunista chino puede encontrar lugar para las organizaciones del trabajo o si las consideraría inaceptables, a la manera en que [consideró inaceptables] las protestas de la Plaza Tianannmen.

Permítame hacerle algunas preguntas sobre la política aquí en Gran Bretaña, para conocer su idea sobre la coalición. Me parece que tiene cierto aire de 1930 en lo relacionado con su ortodoxia fiscal, recortes del gasto, desigualdades del ingreso, con David Cameron como una figura muy similar a Stanley Baldwin. ¿Cuál es la lectura que usted hace?
Detrás de los distintos recortes que se sugieren en este momento, y que tienen la justificación de librarse del déficit, claramente parece haber una demanda ideológica sistemática de deconstruir, semiprivatizar, los viejos acuerdos, ya se trate del sistema de pensiones, la asistencia social, el sistema escolar o incluso el de salud. Estas cosas en la mayoría de los casos no se tuvieron en cuenta ni en el manifiesto conservador ni en el liberal y sin embargo, viéndolo desde afuera, éste es un gobierno mucho más radicalmente derechista de lo que parecía a primera vista.

¿Y cuál le parece que debería ser la respuesta del Partido Laborista?
El partido Laborista en líneas generales no ha sido una oposición muy eficaz desde la elección, en parte porque pasó meses y meses eligiendo a su nuevo líder. Pienso que el Partido Laborista debería, en primer lugar, hacer mucho más hincapié en que para la mayoría de la gente en los últimos 13 años, la época no fue del colapso al caos sino en realidad una época en que la situación mejoró, y particularmente en áreas como las escuelas, los hospitales y toda una serie de otros logros culturales – o sea que la idea de que de alguna manera todo debe ser desmantelado y sepultado no es válida. Creo que debemos defender lo que la mayoría de la gente cree que debe básicamente ser defendido y que es la provisión de alguna forma de bienestar desde la cuna hasta la tumba.

Usted conoció a Ralph Miliband, puesto que los Miliband son viejos amigos. ¿Qué cree que habría pensado Ralph de la contienda entre sus hijos y el desenlace con Ed dirigiendo el Partido?

Bueno, como padre obviamente no podría dejar de estar bastante orgulloso. Ciertamente estaría mucho más a la izquierda de sus dos hijos. Creo que Ralph se identificó realmente durante la mayor parte de su vida con el rechazo del Partido Laborista y de la ruta parlamentaria, y la esperanza de que, de alguna manera, fuera posible que naciera un partido socialista como corresponde. Cuando Ralph finalmente se reconcilió con el Partido Laborista, fue en el período menos útil, a saber la época de Bennite cuando no hizo mucho. De todos modos, creo que Ralph ciertamente habría esperado algo mucho más radical de lo que hasta ahora parecieron hacer sus hijos.

El título de su nuevo libro es Cómo cambiar el mundo . Usted escribe, en el último párrafo, “todavía sigue pareciéndome plausible el reemplazo del capitalismo”. ¿Es una esperanza intacta y es lo que lo mantiene trabajando, escribiendo y pensando en este momento?

No existe ninguna esperanza intacta en esta época.

Cómo cambiar el mundo es un relato de lo que hizo fundamentalmente el marxismo en el siglo XX, en parte a través de los partidos socialdemócratas que no derivaron directamente de Marx y de otros partidos –los partidos laboristas, los partidos de los trabajadores, etc.– que subsisten como gobierno y como partidos potenciales en el gobierno en todas partes. Y segundo, a través de la Revolución rusa y todas sus consecuencias. El precedente de Karl Marx, un profeta sin armas, inspirador de grandes cambios, es innegable. De manera muy deliberada, no digo que haya perspectivas equivalentes en este momento. Lo que digo ahora es que los problemas básicos del siglo XXI requerirían soluciones que ni el mercado puro, ni la democracia progresista pura pueden resolver adecuadamente. Y en ese sentido, habría que pensar una combinación diferente, una mezcla diferente de público y privado, de acción y control del Estado y libertad. Cómo se llamará eso, no lo sé. Pero podría perfectamente no ser capitalismo, ciertamente no en el sentido en el que lo hemos conocido en este país y en los Estados Unidos.

Trsitram Hunt
Publicado en: The Guardian-Ñ-Clarín

lunes, 7 de febrero de 2011

EL FENÓMENO CRISTIAN U


"A vos te amaban porque, cuando te miraban, veían lo que querían ser. A mí me odian porque, cuando me miran, ven lo que son" (Nixon a J. F. Kennedy)

Antes que nada, voy a eludir dos lugares comunes que me parece que impiden analizar el juego desde el punto de vista sociológico: 1) Gran Hermano es “como la vida misma”. Respuesta: ¡No! Como bien dice Bauman:

“GH no es una fotografía, copia o réplica de la realidad social de estos días. Es, más bien, un modelo condensado, destilado, purificado; podría decirse que es un laboratorio en el que se experimenta con ciertas tendencias de esa realidad social, que de otro modo habrían permanecido ocultas, diluidas o reprimidas, y se las pone a prueba para hacer visible todo su potencial”.

2) Por otro lado, la comparación del juego con el “Big Brother” del libro 1984 de George Orwell, de donde se toma el nombre “Gran Hermano”, presenta las siguientes particularidades: a) casi con toda seguridad, la mayoría de los televidentes y todos o casi todos los participantes, nunca han leído el libro. Jamás he visto un participante de GH que sea un fino lector de grandes clásicos de la filosofía, la literatura o las ciencias sociales (ojo, no es un juicio moral sino más bien descriptivo... se puede ser muy buena persona y lector de libros, buena persona y poco lector, muy lector y mala persona, etc.); b) la magnífica obra de Orwell era, entre otras cosas, una metáfora del régimen totalitario en general, y del estalinismo soviético en particular. Vale decir que el “Big Brother” de Orwell era sinónimo de un poder despiadado e inescrupuloso que marcaba el camino a seguir, prescribía la manera en que debía seguirse e instauraba un régimen donde los hombres no sólo debían obedecer, sino desear ser esclavos. No sólo la desobediencia se pagaba con la propia vida, sino que Gran Hermano exigía de sus víctimas, incluso, amor y gratitud. En ese reino, la esclavitud significaba libertad; el dolor, cura; y la opresión, emancipación.

En síntesis: asemejar un entretenimiento televisivo –por más que pueda fomentar el egoísmo, la mentira o el salvarse individualmente por sobre la solidaridad- con la obra de Orwell me parece una total exageración. El "espíritu individualista" de GH no implica que los integrantes no puedan desarrollar una amistad profunda fuera de la casa. De hecho han habido muchas parejas y amistades que se han originado dentro del programa. Es obvio que nadie puede eliminar las emociones y ser un puro calculador en un juego donde interviene la interacción humana y la convivencia. El concepto orwelliano, a diferencia del entretenimiento televisivo, nos habla de una distopía donde se trataba de que la individualidad quedara absolutamente reprimida y todos pensaran igual.


Respecto de los "placeres culturales culposos" que asaltan a algunos hacia quienes pueden llegar a mirar Gran Hermano e interesarse por "el fenómeno Cristian U", los remito a este sitio:




En fin, sigamos con Bauman: “el Gran Hermano de los programas de televisión no tiene rostro. De todas maneras, no necesita uno, porque ahora, a diferencia de su anterior encarnación, ya no exige amor, ni a tal efecto devoción o lealtad. Este Gran Hermano es un tipo eminentemente útil (es, después de todo, “el resto del mundo”, y no habría mundo sin ese resto), y lleva a cabo su tarea con la sola condición de que sus discípulos se abstengan por completo de interferir con él y acepten sus designios sin manifestar curiosidad, y menos aún mostrarse inquisitivos, por sus motivaciones. Bajo esa condición fácil de aceptar, y no particularmente engorrosa, GH provee a sus pupilos de todo lo que necesitan para hacer su juego: un set completamente equipado, camas y ropa de cama, comida y utensilios de cocina; incluso juguetes e ideas para nuevos juegos que alejen el aburrimiento y mantengan a los reclusos entretenidos y contentos”.




Más allá de los análisis de Bauman, me resultó muy interesante el fenómeno que se produjo en Gran Hermano 2011 con un participante llamado Cristian Urrizaga: desde los apasionados seguidores que son capaces de hacer una marcha para pedir su reincorporación al programa, hasta los sentimientos racistas de algunos televidentes que no lo soportan porque "es un negro de mierda". Escribo algunas reflexiones un poco dispersas al respecto, que son una mezcla de olvido y recuerdo de cositas que pude ver y/o leer.

Mientras los demás participantes no terminaban de asumir la lógica del juego (que tiene mucho de perverso), él fue el único que comprendió de qué iba la cosa. Eso hizo que la mayor parte de los participantes lo vieran como una suerte de monstruo y proyectaran en él, muchas veces, sus propios temores, pasiones y miserias. Dicho de un modo sintético: pareciera ser que este pibe fue el único que asumió abiertamente y de entrada que "iba por la plata y para jugar". Los demás integrantes, en cierto sentido, asumieron la actitud de la señora pudorosa que va al cine y se queja de las imágenes sin tener en cuenta -o fingiendo no darse cuenta- que ni bien hacía su ingreso a la sala conocía que se trataba de una película triple x.


Cristian Urrizaga es un treintañero de Barracas, ex ludópata y con mucha más "calle" que los restantes integrantes del programa. Muchos lo veían y lo siguen viendo como un jugador frío y calculador, que actúa todas sus emociones. En mi opinión, se trata más bien de un jugador intuitivo, impulsivo, emocionalmente cambiante y que entendió mucho mejor que la mayoría de los demás integrantes la lógica que propone el juego. Desde un principio pareció mucho más sincero que los demás, y sin embargo su sinceridad fue vista como falsedad o cinismo. Su pasión por ganar lo hizo pasarse de revoluciones, y terminar muchas veces por convertirse en su peor enemigo. Por diversas razones que no voy a abordar acá, el tipo sacó las peores miserias de los integrantes de la casa, y suscitó la adhesión fanática de muchos televidentes que están "afuera", hasta tal punto que no es descabellado pensar que puede llegar a ingresar nuevamente (previa alteración mínima de las reglas del juego). De más está decir que jamás se me ocurriría juzgar la calidad moral de cada participante en términos absolutos y tan siquiera relativos, ya que sería un acto de soberbia ridículo. No conozco personalmente a ninguno de los integrantes del juego. Sí admito que, por lo poco que he visto del programa, Cristian U me cayó bien.


El sociólogo francés Pierre Bourdieu nos dice que el buen jugador es, en cierto modo, el juego hecho persona. El que sabe jugar intuitivamente hace, por lo general, lo que demanda y exige el juego en cada instante. Esto supone una invención permanente, indispensable para adaptarse a situaciones indefinidamente variadas y nunca perfectamente idénticas. En todo juego existe una libertad ilimitada a partir de ciertas reglas. En el ajedrez, por caso, las combinaciones posibles que permiten sus reglas son innumerables. De todos modos, Gran Hermano no es un juego similar al ajedrez. No es un juego que carezca de moral (ninguna interacción humana está exenta de moral), sino que tiene una ética autónoma donde se permite la mentira, la traición y las alianzas momentáneas.


Nada es más libre ni más restringido que el buen jugador. En el fútbol, por caso, el buen futbolista es aquel que se encuentra muy naturalmente en el sitio en que caerá la pelota, como si la pelota lo mandase y, al mismo tiempo, él mandase a la pelota. Está claro que en todo juego interviene, en mayor o menor medida, el azar.

Perfil general de los integrantes:

Sin ser un estudioso de las diferentes ediciones nacionales e internacionales ni mucho menos, imagino que el perfil de los participantes de Gran Hermano es relativamente homogéneo en todo el mundo: siempre interviene la chica pulposa que quiere salir en televisión o convertirse en vedette, los que intentan ser famosos como fin en sí mismo, quienes van por el premio, etc. Casi todos tienen entre 19 y 30 años, y el número de integrantes se acerca a veinte (por lo común diez hombres y diez mujeres). El programa se da en verano, para que los cuerpos jóvenes y muchas veces trabajados en el gimnasio puedan lucirse en pantalla. Me animo a decir -y sé que esto es un prejuicio mío- que casi todos los integrantes son muy poco lectores, salvo libros de autoayuda tipo Osho, Bucay o Ari Paluch. La gente que critica el programa dice que “son todos vagos que se la pasan tirados”, olvidando que el ocio y el encierro estimula el hecho de que los temas se agoten, el pensar en el premio juegue su rol e indefectiblemente los integrantes hablen mal de sus compañeros o cuenten anécdotas de su vida privada a un mar de televidentes desconocidos. El encierro, el aislamiento y el cotilleo constante hace que las emociones -tanto positivas como negativas- se potencien. Por otra parte, Gran Hermano se diferencia de otros juegos en ser no sólo un juego de estrategia sino también de convivencia; por eso no puede ser asemejado totalmente a juegos como el truco, donde interviene la mentira "blanca", o la ruleta, donde el azar es un componente abrumador.

Tal vez una de las cosas que mayor bronca me da de la emisión argentina es la manera en que la misma gente que gana plata con ellos se burla de la cara, el carácter o la inteligencia de los participantes en varios informes a lo largo del día. Les hacen pagar el derecho de piso a todo aquel que quiere ingresar a la farándula denigrándolo. El mensaje es: si luego los chicos se vuelven famosos con trayectoria, ya tendrán el derecho de "denigrar y basurear al nuevo famoso". Por eso no sorprende que los debates políticos verdaderamente importantes para el colectivo social estén llenos de chicanas y debates "ad hominem" y vacíos de propuestas... En fin, no me quiero desviar de la cuestión.


UN POCO DE HISTORIA

Como nos recuerda Bauman, Gran Hermano fue un invento de un empresario holandés, John de Mol, quien gracias a su ocurrencia hoy está entre las 500 o 600 personas más ricas del mundo. La inspiración le vino en 1999, al observar a un grupo de personas que habían sido encerradas por un mes en una cúpula de vidrio en el desierto de Arizona. Su creación fue puesta en escena en un canal privado, y al poco tiempo el formato se vendió a más de veinte países.


Los 5.400 millones de dólares por los que la productora Entertainment -la compañía de De Mol- le garpó a Telefónica de España, nos puede dar una idea del enorme negocio que implica. El formato varía un poco según el tiempo y el lugar, pero básicamente se trata de mujeres y hombres "dueños de un pasado desconocido y de un futuro divergente, que pasan algunas semanas juntos, enfrentados a la tarea de construir a partir de la nada una forma de vida común sin promesa alguna de durabilidad. Saben desde el primer momento que desaparecerán de la compañía, uno por uno, y que su tarea es precisamente hacer que los otros desaparezcan primero... Si fallan, esas mismas personas a las que no habían querido o podido expulsar los expulsarán a ellos”.



Este tipo de programas, como el francés Loft Story o el angloamericano The Weakest Link, son una suerte de ensayos públicos sobre la desechabilidad de los seres humanos: aquí nadie o casi nadie es indispensable... En rigor, creo que el participante Cristian U es indispensable para el entretenimiento de GH 2011. Obviamente, también se trata de un entretenimiento. Por lo demás, no existe el monopolio legítimo de la interpretación y el consumo de un producto cultural.