martes, 3 de julio de 2012

EN BUSCA DE MARCEL PROUST (1871-1922)

Entiendo que una época tan llena de youtube, playstations, banda ancha y cuevana, no es muy propicia para que cualquier aficionado a la lectura se digne a leer y disfrutar de los siete tomos de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Vamos, que la "obrita" tiene más de 200 personajes, cerca de 4 mil páginas en francés, o alrededor de un millón de palabras.

Y sin embargo les juro por el amor de Dios que capaz está muerto, de Nietzsche que seguramente lo está, de Dan Brown, de Tom Hanks y de todos los ángeles y demonios que iluminan el cielo de esta maravillosa vida de mierda que nos toca vivir, que leer esos siete tomos puede ser una experiencia muy placentera.
Los personajes son una especie de divertimento del autor: se la pasan todo el día hablando de arte, cenando, haciendo bromas, paseando, enamorándose o cayendo en la desilusión. Nos da la impresión de que ninguno labura, salvo algún que otro criado que cocina o sirve la mesa. No tienen nada de peronistas (?): no van del trabajo a casa y de casa al trabajo, sino de casa en casa, morfando y boludeando sin cesar (porque a César no lo invitan nunca, en parte xq es vegano y dice giladas en la mesa).
También es muy interesante la manera en que, a través de sus personajes, Proust concibe el amor. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer hablaba de la atracción entre opuestos, pero refiriéndose más que nada a características físicas; Proust, en cambio, alude a rasgos del espíritu y del corazón. Nos dice que muchas veces detestamos lo que se nos parece, y que por eso nuestros defectos, vistos por fuera, reflejados en otra persona, habitualmente nos exasperan. Es así como no hay persona que deteste más a un hipster, que otro hipster equivalente; y no existe antiintelectual más furioso que un intelectual. Por eso es natural que el hombre sensible se sienta atraído por una mujer un poco dura, porque la vista de las lágrimas en los ojos de los demás le es penosa; el celoso se engancha con una coqueta, que podrá satisfacer sus sentidos y hacer sufrir su corazón; el tipo cultivado tiende a buscar, a veces, a una mujer que lo seduce con su espontaneidad natural, un poco como la relación entre “La Maga” y “Oliveira” que se lee en Rayuela. Recuerdo una cita de Bioy:
“BORGES: ¿Por qué atrae una mujer bruta? BIOY: Atrae una mujer bruta, una mujer sucia, una mujer mala, una mujer puta, porque es un poco incomprensible, porque es misteriosa. BORGES: Es claro, una persona inteligente, tiende a ser lógica, a ser comprensible (…)” (Jueves 12 de mayo de 1960)
Para Proust, muchas veces el enamoramiento no es más que ilusión, que cierta prolongación del estado de nuestra alma en la mujer amada. Por eso nos pasa que a veces no entendemos qué carajo vio nuestro amigo en la mina que le gusta. De la misma manera, a tal tipo, una mujer silenciosa le parece fácilmente inteligente, porque en su mente amorosa le recompone las “piezas que le faltan”. Pero otro hombre, que escucha a la mujer a sangre fría, no podría dejar de juzgarla severamente y de sorprenderse ante lo que llamaría la aberración de su amigo. Quien no ve en un ser más que lo que realmente se encuentra en él, no puede comprender las preferencias del amor, que están determinadas por algo que ‘no se encuentra’ en esa persona, sino en la mente de quien la elige como su objeto amado.
Algunas cuestiones acerca del estilo de escritura de Proust
Un tal Middleton Murry, citado por Nabokov, decía que cuando uno intenta ser preciso, necesariamente acaba siendo metafórico. Las metáforas de Proust son realmente excepcionales. Para expresar una idea no tiene problema de hacer uso del lenguaje del arte, de la pintura, de la medicina, de la biología, de la botánica, de las matemáticas, y de una manera tan poética y precisa que a mí me resulta francamente impresionante. Los ejemplos metafóricos son innumerables, como aquel en el que describe a un niño –el narrador- que no quiere irse a dormir sin que su madre suba a darle el beso de las buenas noches:
“Y el verla enfadada destrozaba toda la calma que un momento antes me traía al inclinar sobre mi lecho su rostro lleno de cariño, ofreciéndomelo como una hostia para una comunión de paz en la que mis labios beberían su presencia real y la posibilidad de dormir”.
O el ejemplo del recuerdo involuntario que es evocado cuando el narrador toma contacto con los sabores y olores de una taza de té caliente con magdalenas:
“Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfas del Vivonne  y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té”.
Para Don Vladimir, el estilo de Proust contiene tres elementos muy característicos:
1)      Gran abundancia de imágenes metafóricas o comparaciones que se superponen capa sobre capa. Algunos proponen llamarle “forma híbrida” entre el símil y la metáfora: "la niebla era como un velo" de metáfora simple, "había un velo de niebla"; y de símil híbrido, "el velo de la niebla era como un sueño de silencio", en el que se combinan el símil y la metáfora.
2)      Una tendencia a llenar y dilatar la frase al máximo de su capacidad, a meter en el calcetín de la frase un número prodigioso de cláusulas, frases entre paréntesis, oraciones subordinadas de subordinadas.
3)      Una mezcla muy original de partes descriptivas y partes dialogadas, mezcladas unas con otras, de modo tal que formen una nueva unidad en la que la flor, la hoja y el insecto pertenecen a un mismo árbol florido.
No seas gil: una cosa es Proust, otra cosa es Joyce. ¿Entendiste pibe?
Según Nabokov, “hay una diferencia fundamental entre el método proustiano y el joyceano de abordar a los personajes. Joyce presenta primero a un personaje completo y absoluto, sin secretos para Dios ni para Joyce, a continuación lo fragmenta en trocitos, y esparce esos trocitos por toda la extensión espaciotemporal del libro. El buen  “relector” reúne estas piezas del rompecabezas y las ensambla poco a poco. En cambio, Proust sostiene que un personaje, un carácter, no es nunca conocido como algo absoluto sino siempre como algo relativo. No lo trocea, sino que lo muestra tal como lo ven los demás personajes”.
Si Caruso Lombardi fuera un personaje de Proust, jamás se vería reducido a sólo un vende humo que intenta que sus equipos se cuelguen del travesaño. Y si Lilita Carrió fuera un personaje de los tantos que pueblan las páginas de En busca del tiempo perdido, sería mucho más que una profeta que anuncia catástrofes que no se producen casi nunca.

2 comentarios:

  1. Caruso Lombardi da personaje de película de Porcel y Olmedo.

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  2. Seee, claramente! Habría que aprovechar su histrionismo y ofrecerle algún papel en la tele.

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