domingo, 1 de marzo de 2009

SIMONE WEIL Y LA DESGRACIA

Leyendo la prosa clara y radical de Simone Weil, me pregunto cuál es la razón por la cual tantos académicos le otorgan tanta importancia a pensadores como Heidegger y se olvidan de alguien como ella. Su pensamiento inclasificable no puede asirse (pese a que su lenguaje es transparente –casi cartesiano), y quema a todo aquel que se acerque a sus ideas, a su carácter místico, a su compromiso moral. No fue comprendida ni por la izquierda, ni por la derecha, ni por el cristianismo ni por aquellos a quienes va dirigido su discurso: los desgraciados, los olvidados del sistema. Hoy, que tanta falta hace, la sociedad de consumo y el shopping que combate contra el thinking posiblemente tampoco serán ambientes propicios para aprender a escucharla.

Por ahora me pintó citarla:

“El gran enigma de la vida humana no es el sufrimiento, es la desgracia (…). Los que han recibido uno de esos golpes, tras experimentar los cuales un ser se debate en el suelo como un gusano medio aplastado, no tienen palabras para expresar lo que les sucede. Entre las gentes que encuentran, aquellos que, incluso habiendo sufrido mucho, no han tenido un contacto con la desgracia propiamente dicha, no tienen ninguna idea de lo que es. Es algo específico, irreductible a cualquiera otra cosa, como los sonidos de los que nadie puede dar idea a un sordomudo. Y los que han sido mutilados por la desgracia no están en situación de socorrer a nadie y son casi incapaces de desearlo. De manera que la compasión hacia los desgraciados es una imposibilidad. Cuando verdaderamente se produce, es un milagro más sorprendente que el andar sobre las aguas, la curación de los enfermos e incluso la resurrección de un muerto. (…)

Hay una alianza natural entre la verdad y la desgracia, porque una y otra son suplicantes mudas, eternamente condenadas a permanecer sin voz entre nosotros (…) Es la situación de extrema y total humillación la que es también condición del paso a la verdad. Es una muerte del alma… Escuchar a alguien es ponerse en su lugar mientras habla. Ponerse en lugar de un ser, cuya alma está mutilada por la desgracia, o en peligro inminente de estarlo, es aniquilar la propia alma. Es más difícil que lo que sería el suicidio para un niño encantado de vivir. Así, los desgraciados no son escuchados. Están en la situación en que se encontraría aquel a quien se hubiera cortado la lengua y que, por un momento, lo hubiera olvidado. Sus labios se mueven y ningún sonido llega a los oídos. Ellos mismos quedan rápidamente afectados por la impotencia de utilizar el lenguaje ante la certeza de no ser oídos”, y por esto es por lo que “no hay esperanza para el vagabundo que está de pie ante el magistrado. Si a través de sus balbuceos brota algo desgarrador que atraviesa el alma, no será escuchado ni por el magistrado, ni por los circunstantes. Es un grito mudo. Y los desgraciados entre ellos son casi siempre también sordos, los unos para los otros. Y cada desgraciado, bajo la presión de la indiferencia general, trata, mediante la mentira o la inconsciencia, de hacerse sordo a sí mismo”.

El espíritu de justicia y de verdad no es otra cosa que una cierta especie de atención, que es la del puro amor”.

1 comentario:

  1. Me encantó! Es la primera vez que entro a tu blog, y creo que entre varios post mitad en broma y mitad en serio, hay cosas muy pero muy valiosas.
    Saludos cordiales,


    Romina

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