Entiendo que una época tan llena de
youtube, playstations, banda ancha y cuevana, no es muy propicia para que cualquier
aficionado a la lectura se digne a leer y disfrutar de los siete tomos de En busca del tiempo perdido de Marcel
Proust. Vamos, que la "obrita" tiene más de 200 personajes, cerca de 4 mil páginas en francés,
o alrededor de un millón de palabras.
Y sin embargo les juro por el
amor de Dios que capaz está muerto, de Nietzsche que seguramente lo está, de
Dan Brown, de Tom Hanks y de todos los ángeles y demonios que iluminan el cielo
de esta maravillosa vida de mierda que nos toca vivir, que leer esos siete
tomos puede ser una experiencia muy placentera.
Los personajes son una especie de
divertimento del autor: se la pasan todo el día hablando de arte, cenando,
haciendo bromas, paseando, enamorándose o cayendo en la desilusión. Nos da la impresión de que ninguno labura, salvo algún que otro criado que cocina o sirve la mesa. No
tienen nada de peronistas (?): no van del trabajo a casa y de casa al trabajo,
sino de casa en casa, morfando y boludeando sin cesar (porque a César no lo
invitan nunca, en parte xq es vegano y dice giladas en la mesa).
También es muy interesante la
manera en que, a través de sus personajes, Proust concibe el amor. El filósofo
alemán Arthur Schopenhauer hablaba de la atracción entre opuestos, pero
refiriéndose más que nada a características físicas; Proust, en cambio, alude a rasgos del
espíritu y del corazón. Nos dice que muchas veces detestamos lo que se nos
parece, y que por eso nuestros defectos, vistos por fuera, reflejados en otra
persona, habitualmente nos exasperan. Es así como no hay persona que deteste más a un hipster, que otro hipster equivalente; y no existe antiintelectual más furioso que un intelectual. Por eso es natural que el hombre sensible
se sienta atraído por una mujer un poco dura, porque la vista de las lágrimas
en los ojos de los demás le es penosa; el celoso se engancha con una coqueta,
que podrá satisfacer sus sentidos y hacer sufrir su corazón; el tipo cultivado
tiende a buscar, a veces, a una mujer que lo seduce con su espontaneidad
natural, un poco como la relación entre “La Maga” y “Oliveira” que se lee en Rayuela. Recuerdo una cita de Bioy:
“BORGES: ¿Por qué atrae una mujer bruta? BIOY: Atrae una mujer bruta,
una mujer sucia, una mujer mala, una mujer puta, porque es un poco
incomprensible, porque es misteriosa. BORGES: Es claro, una persona
inteligente, tiende a ser lógica, a ser comprensible (…)” (Jueves 12 de mayo de 1960)
Para Proust, muchas veces el
enamoramiento no es más que ilusión, que cierta prolongación del estado de
nuestra alma en la mujer amada. Por eso nos pasa que a veces no entendemos qué
carajo vio nuestro amigo en la mina que le gusta. De la misma manera, a tal
tipo, una mujer silenciosa le parece fácilmente inteligente, porque en su mente
amorosa le recompone las “piezas que le faltan”. Pero otro hombre, que escucha a
la mujer a sangre fría, no podría dejar de juzgarla severamente y de
sorprenderse ante lo que llamaría la aberración de su amigo. Quien no ve en un
ser más que lo que realmente se encuentra en él, no puede comprender las preferencias
del amor, que están determinadas por algo que ‘no se encuentra’ en esa persona,
sino en la mente de quien la elige como su objeto amado.
Algunas cuestiones acerca del estilo de
escritura de Proust
Un tal Middleton Murry, citado
por Nabokov, decía que cuando uno intenta ser preciso, necesariamente acaba
siendo metafórico. Las metáforas de Proust son realmente excepcionales. Para
expresar una idea no tiene problema de hacer uso del lenguaje del arte, de la
pintura, de la medicina, de la biología, de la botánica, de las matemáticas, y de
una manera tan poética y precisa que a mí me resulta francamente impresionante.
Los ejemplos metafóricos son innumerables, como aquel en el que describe a un
niño –el narrador- que no quiere irse a dormir sin que su madre suba a darle el
beso de las buenas noches:
“Y el verla enfadada destrozaba toda la calma que un momento antes me
traía al inclinar sobre mi lecho su rostro lleno de cariño, ofreciéndomelo como
una hostia para una comunión de paz en la que mis labios beberían su presencia
real y la posibilidad de dormir”.
O el ejemplo del recuerdo involuntario que es evocado cuando el narrador toma contacto con los sabores y
olores de una taza de té caliente con magdalenas:
“Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro
de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan
empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse,
convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles,
así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y
las ninfas del Vivonne y las buenas
gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus
alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia,
sale de mi taza de té”.
Para Don Vladimir, el estilo de
Proust contiene tres elementos muy característicos:
1) Gran
abundancia de imágenes metafóricas o comparaciones que se superponen capa sobre
capa. Algunos proponen llamarle “forma híbrida” entre el símil y la metáfora:
"la niebla era como un velo" de metáfora simple, "había un velo de niebla"; y
de símil híbrido, "el velo de la niebla era como un sueño de silencio", en el
que se combinan el símil y la metáfora.
2) Una
tendencia a llenar y dilatar la frase al máximo de su capacidad, a meter en el
calcetín de la frase un número prodigioso de cláusulas, frases entre
paréntesis, oraciones subordinadas de subordinadas.
3) Una
mezcla muy original de partes descriptivas y partes dialogadas, mezcladas unas
con otras, de modo tal que formen una nueva unidad en la que la flor, la hoja y
el insecto pertenecen a un mismo árbol florido.
No seas gil: una cosa es Proust, otra cosa es
Joyce. ¿Entendiste pibe?
Según Nabokov, “hay una
diferencia fundamental entre el método proustiano y el joyceano de abordar a
los personajes. Joyce presenta primero a un personaje completo y absoluto, sin
secretos para Dios ni para Joyce, a continuación lo fragmenta en trocitos, y
esparce esos trocitos por toda la extensión espaciotemporal del libro. El buen “relector” reúne estas piezas del
rompecabezas y las ensambla poco a poco. En cambio, Proust sostiene que un
personaje, un carácter, no es nunca conocido como algo absoluto sino siempre
como algo relativo. No lo trocea, sino que lo muestra tal como lo ven los demás
personajes”.
Si Caruso Lombardi fuera un
personaje de Proust, jamás se vería reducido a sólo un vende humo que intenta
que sus equipos se cuelguen del travesaño. Y si Lilita Carrió fuera un personaje de los tantos que pueblan las páginas de En busca del tiempo perdido, sería
mucho más que una profeta que anuncia catástrofes que no se producen casi nunca.
Caruso Lombardi da personaje de película de Porcel y Olmedo.
ResponderEliminarSeee, claramente! Habría que aprovechar su histrionismo y ofrecerle algún papel en la tele.
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