No soy muy original: me interesan algunas mujeres, el fútbol, la filosofía, la literatura, la música-especialmente el rock-, la política, el cine, las ciencias sociales… Me hubiera gustado jugar en la primera de Boca y salir campeón mundial con la selección argentina de fútbol, pero no me alcanzó el talento. Tengo pendiente salir campeón con mis amigos de algún torneo amateur. Escribo por varias razones, pero fundamentalmente para que me quieran.
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sábado, 17 de agosto de 2013
domingo, 2 de junio de 2013
FORMAS MEDIÁTICAS DE INSTALAR PELOTUDECES INVENTADAS COMO TEMAS POLÍTICOS TRASCENDENTES
Un domingo Joaquín Morales Solá editorializa en La Nación,
afirmando que el gobierno tendría listo un plan para eliminar todos los
ornitorrincos del territorio nacional. A la noche, Lanata, luego de hacer su
monólogo disfrazado de ornitorrinco, se despide con un primerísimo plano
rogándole a los televidentes que hagan algo para parar el exterminio. Y,
mientras suena una dramática música de fondo, les dice que no lo hagan por él,
sino por los ornitorrincos. Al día siguiente Clarín titula: “Feroz embestida
del gobierno contra los ornitorrincos: amenaza de extinción”. El martes Bonelli
se pregunta en TN: “¿Van a desapadezed los odnitodincos? ¿Cómo afecta ésto al
bodzillo de loz adgentinos?"
Y Laje en C5N dice: “ante la incertidumbre por la escasez de
ornitorrincos, la gente va a refugiarse en el dólar blue, que va a volver a
cotizar a más diez pesos”. El miércoles Macri saca un DNU prohibiendo la
cacería de ornitorrincos en todo el territorio de la CABA. El jueves un notero
de Canal 13 intercepta al ministro de Agricultura Ganadería y Pesca a la salida
de su domicilio, y le pregunta cuál es el motivo por el cual el gobierno
decidió terminar con los ornitorrincos, a lo que el funcionario, tras mirar el
logo del micrófono del periodista para ver si no es una joda de CQC, le
contesta: “¡Pero si acá no hay ornitorrincos!” El notero se da vuelta hacia la
cámara, y dice: “En el gobierno no quieren admitir la existencia del plan de
exterminio de ornitorrincos, que ya estaría a punto de ponerse en marcha”. Comienzan
a circular cadenas de mails que dicen: “Hoy somos todos ornitorrincos”, y “Si
tocan a un ornitorrinco nos tocan a todos”.
Carrió declara que lo de los
ornitorrincos es sólo el principio, y que el gobierno va por todo, incluyendo a
los koalas y osos panda. Una ONG con sede en Washington lanza una campaña con
la consigna: “Fight against argentinian dictatorship!! Save the ornitorrincs!!”
El viernes De la Sota saca un DNU prohibiendo la cacería de ornitorrincos en
todo el territorio de la provincia de Córdoba. El sábado Clarín y La Nación
titulan: “Sugestivo silencio de la Presidenta sobre el escándalo de los ornitorrincos”.
El domingo Joaquín Morales Solá vuelve a editorializar, diciendo que un
funcionario del gobierno -al que no identifica- le confesó que decidieron dar
marcha atrás con la matanza de los ornitorrincos, porque se dieron cuenta de
que la medida les iba a restar votantes en las próximas elecciones. Y concluye:
los ornitorrincos de la Argentina están a salvo gracias al coraje y la
determinación del periodismo independiente.
Fuente: El autor es un tal William Scholl, e imagino que usará un seudónimo. Su página en Facebook es la siguiente:
http://www.facebook.com/william.scholl.14
http://www.facebook.com/william.scholl.14
domingo, 26 de mayo de 2013
domingo, 30 de septiembre de 2012
ALGUNOS CLIVAJES PARA ENTENDER UN POCO MEJOR LA POLÍTICA ARGENTA
Visto y considerando que me lloran los ojos a consecuencia de una conjuntivitis úta y vigilante que tiene mucho aguante, disfruto de escuchar hermosos temas como éste, mientras les copio y pego un muy buen artículo de José Natanson:
Por José Natanson
Desde la recuperación de la
democracia en 1983 hubo tres grandes impulsos de cambio progresista: el
alfonsinismo, el Frepaso y el kirchnerismo, cuyo éxito se explica, entre otras
cosas, por su capacidad de establecer nuevas líneas de división política
(clivajes, en jerga politológica) en torno de las cuales se organizaron la
competencia electoral y el debate público.
Comienzo por el principio. Raúl
Alfonsín, uno de los pocos políticos de primer nivel que se habían opuesto
públicamente a la guerra de Malvinas y que había denunciado los horrores de la
dictadura, fue el primero, también, en comprender que las elecciones de 1983 no
marcaban un retorno transitorio de la democracia, supeditada al juego
pretoriano y la voluntad de los militares, sino el inicio de una nueva era
institucional. Con su denuncia del pacto militar-sindical y su apelación a los
valores democráticos (cuyo emblema fue el recitado del preámbulo de la
Constitución como un rezo laico), Alfonsín logró que la discusión política se
estructurara en torno del eje dictadura-democracia, y ganó las elecciones.
Más tarde, cuando Menem firmó los
indultos y confirmó su giro definitivo a la ortodoxia económica, Chacho Alvarez
se convirtió en el primer dirigente peronista en romper con su partido, un
salto sin red ni paracaídas al llano de la política. Tras vegetar en el
subsuelo de la consideración popular durante unos años, Chacho encontró su gran
momento cuando el alfonsinismo se mimetizó con el gobierno en el Pacto de
Olivos, habilitando un espacio para la oposición que no demoró en ocupar como
líder indiscutido del anti-menemismo. Con un perfil personal muy diferente del de
los menemistas más notorios (nada de corbatas amarillas ni trajes de mil
dólares), Chacho (y su criatura política, el Frepaso) consiguió llevar el
debate político al terreno que mejor les sentaba. Su clivaje (y luego el de la
Alianza) fue corrupción-transparencia, aunque el costo derivado de este éxito
fue altísimo: la neutralización de la discusión económica y el fin del debate
sobre el modelo.
Por último, el kirchnerismo.
Quizás una de las explicaciones más importantes de su éxito –atención
intelectuales que se quejan de que al Gobierno le falta un “relato”– sea su
capacidad para organizar la disputa política alrededor del eje
neoliberalismo-antineoliberalismo (y sus derivaciones: mercado-Estado,
producción-finanzas, concentración-redistribución). Las medidas más
interesantes de los últimos años se inscriben en esta lógica, desde la
renegociación de la deuda externa en los inicios del ciclo K a la
nacionalización de las jubilaciones o la creación del Ingreso Universal para la
Niñez. Del mismo modo, el segundo clivaje instalado con éxito por el Gobierno
–dictadura-derechos humanos– también explica algunas de sus movidas más
virtuosas, como la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final, y
otras que, inesperadamente, ha logrado situar en este marco (la capacidad de
centrar el debate por la nueva regulación de los medios audiovisuales en la
necesidad de cambiar la “ley de la dictadura” ayuda a explicar su éxito, pero
también sus fallidos: la desdichada comparación del embargo de goles con el secuestro
de personas).
Inversamente, el gran fracaso
político del actual Gobierno –el conflicto con el campo y su traducción
electoral en la derrota en los comicios de junio– se explica por una larga
serie de motivos, desde su intransigencia negociadora hasta la capacidad de las
organizaciones de productores rurales de mantenerse unidas. De entre todos
ellos, quizás uno de los más importantes haya sido la obsecación kirchnerista
en centrar el conflicto del campo en un clivaje que se reveló inverosímil: la división
pueblo-oligarquía no logró convertirse en el eje de la disputa política, pese a
los esfuerzos del Gobierno por dotar a su posición de un tono épico y plantear
el conflicto en términos epopéyicos (en uno de sus discursos menos felices,
Kirchner llegó a hablar de “comandos civiles”).
Y ahora, como se comprueba
prestando una mínima atención a los discursos oficiales, el Gobierno busca que
la disputa creada en torno del Fondo del Bicentenario y la remoción de Martín
Redrado se inscriba en esta división del campo político. Por una vez, la
televisión ayuda a los Kirchner: si en su momento la imagen de un Alfredo De
Angeli desdentado impedía presentarlo como el líder de una supuesta oligarquía
terrateniente, el perfil de Redrado –sus trajes perfectos, la fachada de su
casa y su impresionante Audi gris– sí permite identificarlo como un referente
del neoliberalismo, lo cual demuestra que la imagen no siempre puede ser guiada
con mano maquiavélica por los directivos de los canales privados y que a veces
se independiza, generando efectos insospechados.
El intento oficial por situar el
debate en términos de neoliberalismo-antineoliberalismo encuentra otros
escollos. En primer lugar, por la evidencia de que Redrado fue durante años
funcionario (y funcional) al modelo K, como vicecanciller primero y como
titular del Banco Central después, por lo que no tiene mucho sentido
descalificarlo, ahora, como un ortodoxo puro y duro.
Pero lo central, más allá del
juego de imágenes y antecedentes, es la discusión económica de fondo, que
tampoco es tan transparente. El Fondo del Bicentenario es uno de los pasos del
plan de Amado Boudou –cuya formación, estilo y hasta opción estética no son tan
diferentes de las de Redrado– para volver a los mercados internacionales de
capitales, plan que incluye la anulación de la “ley cerrojo”, la negociación
con los holdouts, el reinicio de la conversaciones con el Club de París y hasta
un posible nuevo acercamiento al FMI. Y no se trata de cuestionar esta
estrategia, que busca que Argentina pueda volver a refinanciar sus deudas como
hacen casi todos los países, sino de ponerla en su justo contexto: acertada o
no, la decisión es cualquier cosa menos la gesta antineoliberal que creen ver
algunos integrantes del kirchnerismo sunnita.
El eje fue cambiando. En un
segundo momento, cuando la discusión había escalado y Redrado se atrincheraba
en el Banco Central, el debate comenzó a girar en torno de la utilización de
los recursos liberados por el Fondo del Bicentenario, acercándose, ahora sí, a
los términos favorables al Gobierno. En efecto, la idea de que el pago con
reservas permitiría obtener recursos adicionales para ampliar el gasto social,
financiar nuevos proyectos de infraestructura o construir más escuelas –frente
a una oposición que propondría pagar la deuda ajustando– puede ser válida, pero
también tiene un problema. Por mandato constitucional, el encargado de asignar
los recursos es el Parlamento, por lo cual la oposición tiene todo el derecho
del mundo a reclamar un lugar en el debate acerca del destino de estos fondos
(esto fue más o menos lo que planteó el radicalismo cuando propuso apoyar el
desplazamiento de Redrado a cambio de discutir el Fondo del Bicentenario). Esta
posibilidad, ajena al estilo decisionista del kirchnerismo, obligaría al
Gobierno a convocar a sesiones extraordinarias o posponer su proyecto hasta
marzo.
Pero no sólo el Gobierno tiene
problemas para instalar el debate en los términos que más lo favorecen. Al
igual que el oficialismo, la oposición también busca instalar su propia
división. La de Elisa Carrió es, desde años, autoritarismo-institucionalismo.
Para un sector de la derecha, el eje es populismo-república, clivaje que
reproduciría las divisiones que se viven en otros países de la región (en
particular Venezuela) y que ha tenido bastante éxito en las clases medias de
los grandes centros urbanos. En la campaña de 2007, la frontera elegida por
Mauricio Macri fue eficiencia-ineficiencia (aunque, a juzgar por los resultados
de su gestión, va a tener que ir buscándose otra idea). El eje de Luis Patti
viene siendo, desde hace años, garantismo-mano dura. Y el clivaje que a su
manera ambigua pero persistente intenta definir Julio Cobos es quizás el más
inteligente de todos: al centrar la disputa en el eje consenso-conflicto, el
vicepresidente instala un clivaje que niega los clivajes, una división del
campo político cuyo quimérico objetivo es superar las divisiones.
La estrategia es astuta pero no
perfecta. Cobos ocupa un lugar institucional único, que lo ayuda y a la vez le
impone límites a sus ambiciones. Lo ayuda porque, desde su cargo de
vicepresidente –es decir, como nexo natural entre el Legislativo y el
Ejecutivo– puede afirmar que quiere “ayudar” al gobierno del cual sigue
formando parte. Y si el oficialismo denuncia el cinismo y el fondo
anti-institucional detrás de esta postura, Cobos responde que su intención es
ayudar a la Casa Rosada incluso contra sus propios deseos (como si el Gobierno
fuera un chico que no sabe lo que quiere): ésa fue, de hecho, la justificación
del voto no positivo. En este contexto, su principal atributo político –la
percepción social de que es un límite a los Kirchner– le exige mantenerse en su
puesto de vicepresidente, pero también puede encerrar el germen de su fracaso
si alguno de sus movimientos es interpretado como obstruccionismo o, peor aún,
desestabilización. El problema es que la idea del consenso no puede funcionar
siempre. En ciertos momentos, la política exige definiciones por sí o por no
(y, por lo tanto, conflicto). En la disputa por la 125, Cobos votó contra el
Gobierno; ahora, según han dejado trascender sus allegados, podría acompañar
con su voto en la comisión la decisión de Cristina de desplazar a Redrado del
Banco Central. Obligado a medir milimétricamente cada movimiento, cada gesto,
Cobos transmite una combinación de moderación y firmeza que le ha dado buenos
resultados, aunque la cornisa por la que camina es estrecha y la distancia de
2011, muy larga.
sábado, 15 de septiembre de 2012
ALGUNAS REFLEXIONES MÍNIMAS A PARTIR DE LOS CACEROLAZOS
Las protestas con objetivos
puntuales y específicos tienen, por lo general, más posibilidades de obtener
resultados. No siempre cuando uno reclama o marcha obtiene lo que quería, pero
puede generar presión para negociar. Si por ejemplo un sindicato hace un paro y
convoca una marcha, puede obtener más de lo que tenía antes de reclamar. Es
cierto, también puede ocurrir que, por diversas circunstancias, no les den
mucha bola (eso está atado a cuestiones de poder más que de “moral” o “buenas
costumbres”).
Las personas convocadas por
Blumberg para pedir más seguridad, o quienes lo hicieron en contra de la
resolución 125, lo hacían por motivos más concretos, más allá de la adhesión o
el rechazo que a cada uno le pueda suscitar el reclamo.
Ahora si se protesta por algo
difuso, vago o múltiple como ocurrió el jueves pasado, todo tiende a reducirse
a un “basta de Diktadura”, “que se vaya Cristina” o proclamas de ese estilo, la
cosa se complica un poco. ¿Por qué? Porque CFK y el gobierno NO LES VAN A DAR
MUCHA PELOTA.
Me dirán: “una marcha es expresar
el hartazgo y la disconformidad de un sector ante TODO lo que hace el
gobierno”. Responderé: justamente ahí está el problema, ¿por qué un gobierno
que hace un año ganó con el 54% de los votos, debería prestar especial atención
a un reclamo general que va en contra de su proyecto? Noten que dije “especial”
atención.
Es evidente que el gobierno
debería o le convendría o tendría que prestar atención de algunas cuestiones
puntuales que circularon en la marcha del jueves. Pero de hacerlo, seguramente
lo hará dentro de su propia matriz.
Si a raíz del cacerolazo, el
gobierno cambiara el rumbo general de sus políticas, eso equivaldría a llevarle
el apunte a la imposición de una minoría intensa por sobre una mayoría que votó
por otra cosa. Y eso no me parece muy democrático que digamos.
Si le dicen a un funcionario: “estoy
en contra de la inseguridad, de la corrupción, de la inflación”, el tipo (o la
tipa), tranquilamente te podría responder: “yo también”.
Si como hincha de Boca me le paro
al lado a Falcioni y le grito: “¡viejo, yo quiero que Boca salga campeón, la
concha de tu madre!”, el técnico de Boca –si obrara de manera tolerante- me
respondería: “yo también capo”. ¿Me explico?
Si TODO lo que hace el gobierno
te parece terrible, eso equivale a que todo te da más o menos lo mismo. Lo
mismo ocurre si TODO lo que hace el gobierno te parece magnífico. A mí por
ejemplo, que la presidenta implemente conferencias de prensa para que Lanata le
pregunte lo que quiera, ME IMPORTA TRES CARAJOS o, en todo caso, me parece una
medida muy menor respecto de otras cuestiones que me preocupan muchísimo más.
Ejemplo: la política ferroviaria, combatir la mafia de la bonaerense (reformar
la policía), pelear contra las barras bravas en el fútbol, combatir la “trata
de blancas” (adolescentes, muchas veces de provincias o países limítrofes, que
son obligadas a ejercer la prostitución), etc.
¿Por qué me importa un carajo que
CFK de conferencias de prensa? Porque a muchos de los que creen que Cristina es
una “yegua montonera hija de puta que se afana todo” no les importa una mierda
lo que tenga para decir. Y como dice el chamigo Bosnio:
“Los ministros que sí dan
entrevistas, conferencias de prensa, como Nilda Garré, no gozan de mayor
aprecio general que los que no. No asisten a sus conferencias los pensadores más
profundos sobre la seguridad, sino algunos noteros que vienen de tratar una
nota de color con Susana o un asalto y luego seguirán con deportes. No surgen
de sus conferencias de prensa debates de largo plazo sobre políticas de
seguridad. En general no surge nada, a lo sumo alguna chicana de tal o cual notero
que quiere poder titular con su pregunta más que con la respuesta. No digo que
deberían prohibirse, ni le exigiría a mis representantes a negarse a
presentarse a ese show inútil, pero hacer de eso la estructura del debate
público me parece que hay una mistificación del proceso de conferencias de
prensa y del funcionario como actor intelectual”.
En lo personal, me gustaría avanzar sobre cuestiones tales como:
La política ferroviaria (Tragedia
de Once); una reforma tributaria más justa y progresiva; la reforma policial
(Inseguridad), la aplicación de la ley de medios, entre otras muchas cosas. ¿La
corrupción? Me parece un reclamo que, enunciado de ese modo, es muy difuso.
¿Por qué? Porque la corrupción no es una política de Estado. Tendría mayor
sentido si reclamo por alguna medida concreta que, según mi parecer,
entorpeciera los mecanismos que tienen los gobernantes para corromperse. Porque
si yo le digo a un gobernante: “está mal afanar” o “la corrupción es un
flagelo”, me va a responder, “absolutamente, tenés razón”.
¡Abrazo de gol!
PD: agradezco la intervención de SDM en el siguiente link, que me ayudó a poner en orden mis ideas:
http://seminariogargarella.blogspot.com.ar/2012/09/son-geniales.html
ADDENDA: Como pretendo ser intelectualmente honesto, si linkean acá pueden encontrar fotos de la marcha enviadas y seleccionadas por Clarín.
ADDENDA: Como pretendo ser intelectualmente honesto, si linkean acá pueden encontrar fotos de la marcha enviadas y seleccionadas por Clarín.
lunes, 10 de septiembre de 2012
LAS INTERPRETACIONES SE PUEDEN "VER"
Hay una reflexión de José Nun que me pareció copada. La leí en el Dipló de septiembre y dice así:
"Resulta curioso, decía
Ludwig Wittgenstein, que uno pueda "ver" una interpretación. Y, sin
embargo, "vemos" interpretaciones todo el tiempo. En un desocupado,
por ejemplo, un neoliberal "ve" alguien con pocas ganas de trabajar y
un socialista, a una persona que necesita ayuda”.
A todos nos resulta habitual escuchar enunciados cuya estructura puede reducirse a: "¿Cómo puede ser que el conjunto de X hayan votado por el candidato Y?".
¿Acaso dos amigos sentados frente
al televisor, no “vemos” partidos distintos? Un hincha de fútbol puede llamar “planteo
inteligente” a que su equipo se cuelgue del travesaño y aproveche un
contrataque, mientras que otro aficionado de paladar negro puede sentir indignación por la pobreza del espectáculo.
Recordé esto al leer un post de Ricardinho donde se cita un artículo de Fidanza, titulado "La aritmética del conformismo". Les pongo el fragmento del artículo que me pareció más jugoso, en el cual Fidanza se dirige a su propio público lector:
Un hombre canoso y educado me
detiene en Juncal y Ayacucho para preguntarme, al borde de la angustia:
"Fidanza, ¿por qué la sociedad no reacciona?". Me confiesa que a él
le resulta intolerable lo que hace y dice la Presidenta, que las cosas marchan
mal, que la inflación es desastrosa y la inseguridad, una amenaza cotidiana
ante la que se siente indefenso. No entiende la razón de tanta apatía. Yo
ensayo una contestación apresurada, tal vez incomprensible para un lego:
"Es que no hay «una» sociedad, señor; lo que existe son muchos segmentos,
diferenciados por el nivel de educación, la edad, el lugar de residencia de las
personas. Lo que a usted le cae mal a otros no les molesta o incluso les parece
bien, lo aceptan". El hombre me mira desilusionado, escéptico frente a esa
muestra brutal de relativismo. Se despide cabizbajo, sintiéndose abandonado por
el sociólogo en el que confiaba. Seguro que lo defraudé, pienso. Y me pongo a
elaborar una respuesta que acaso él llegue a leer.
La perplejidad ante lo social no
es un dato nuevo. Con frecuencia, los individuos, moldeados por sus
experiencias y el sentido común, interpretan la esfera pública en términos
sencillos, generalizando, omitiendo los matices, considerando irracionales a
los que no piensan como ellos. Por eso al transeúnte de Recoleta le resulta
difícil entender la indiferencia. Lo que él considera "la sociedad"
es en realidad un archipiélago de infinitas islas, donde se hablan lenguajes
distintos, se practican costumbres diversas y se cree en dioses muchas veces
opuestos a los propios.
En la Argentina actual, un
individuo educado de más de 50 años que vive en la zona norte de la ciudad
tiene una visión del país y del Gobierno diametralmente opuesta a la de un
joven con estudios primarios, residente en el segundo cinturón del Gran Buenos
Aires. El extrañamiento y la frustración del primero ante la decadencia
institucional, el embrutecimiento social, la violencia cotidiana, el populismo
son sentimientos ausentes en el segundo, que vive otras experiencias, valora
oportunidades que antes no tenía, come mejor de lo que comía hace una década.
En medio de esa diversidad
extrema, difícil de asimilar, cada uno elabora la cifra de su bienestar
relativo. El álgebra de su felicidad o su frustración. La aritmética que
explica por qué está conforme o disconforme con el Gobierno. La ciencia
política equipara este balance con los fundamentos de la legitimidad; es decir,
con las razones por las que los individuos aceptan o rechazan a sus
autoridades.
Tal vez más cerca del conformismo
que de la conformidad, los que están de acuerdo formulan operaciones de este
tipo: trabajo - inseguridad + planes sociales - inflación + mas Fútbol para
Todos; otros, los disconformes, anotan, en cambio: auto y plasma nuevos +
vacaciones - inseguridad + soberbia presidencial + corrupción. A unos les
cierra, a los otros, no. Ésta es una metáfora de la contabilidad personal que
determina el voto, remueve o confirma a los líderes, decide la calidad de la
clase dirigente de un país”
Esto que dice Fidanza es muy
obvio, y sin embargo muchas veces se pasa por alto al analizar una gestión de
gobierno. A un sector de la población, “Fútbol para todos” o la "asignación universal por hijo" le parece más importante que la remodelación del Teatro Colón o la compra de dólares. Y a otro sector le parece mucho más grave lo que ocurrió en Once -con indudable responsabilidad del gobierno- que el "abuso de la cadena nacional" de la presidenta, que tanto indigna a un Nelson Castro. Muchos ponen en el "debe" y/o se indignan ante lo que otro sector pone en el "haber". ¿Tan jodido es entender algo tan simple?
Es lo mínimo que debemos tener en cuenta para no pifiarle fiero en el análisis de cualquier gestión de gobierno.
ADENDA ACLARATORIA: No sostengo que no podamos diferenciar los hechos comprobados de la ficción; es más, me parece que la distinción es fundamental. Al respecto, remito al siguiente link:
ADENDA ACLARATORIA: No sostengo que no podamos diferenciar los hechos comprobados de la ficción; es más, me parece que la distinción es fundamental. Al respecto, remito al siguiente link:
jueves, 23 de agosto de 2012
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