lunes, 16 de enero de 2012

DISTRIBUCIÓN DEL INGRESO


Mi formación en economía dista de ser solvente, con lo cual no estoy en condiciones de hacer una crítica seria o un aporte al texto que voy a cortar y pegar a continuación.

Lo pongo porque me pareció muy pedagógico. Obviamente, a un experto en economía no le sirve de nada. Lo encontré "sin querer queriendo", mientras buscaba data sobre la distribución del ingreso en la Argentina a través del google.

No dice nada que uno más o menos no sepa, pero lo relata bastante bien.



Corto y pego los fragmentos más sustanciosos:

En primer lugar, cuando se habla de este asunto, muchas veces no queda claro si estamos hablando de que los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres (desigualdades absolutas), o si estamos hablando de que independientemente de la mejor o peor situación absoluta de ricos y pobres, la brecha entre ambos aumenta (desigualdades relativas). Y en realidad, solemos encontrarnos con los dos casos y sus combinaciones.

En segundo lugar, a veces tampoco queda claro si es que los más ricos se enriquecen a expensas de los más pobres (transferencia de ingresos), o si son procesos independientes que dependen del nivel de desarrollo de cada sector. Y aquí también solemos encontrarnos con los dos casos y sus combinaciones.

En tercer lugar, nunca queda claro de qué forma se puede revertir este proceso y son muchas las recetas y escasos los resultados, sobre todo cuando no se asume que no se puede resolver con parches las contradicciones de un sistema económico intrínsicamente injusto.

Pero veamos algunas cifras para ilustrarnos mejor.

En el 1900, el ingreso promedio de los países ricos era 4 veces más que el de los países pobres; hoy es 30 veces más.

Hoy la mitad de la población mundial vive en la pobreza y un 20 % en la miseria.

El 90 % de la riqueza mundial se concentra entre Norteamérica, Europa, Japón y Australia.

En Argentina, en 1974 el 10 % más rico de la población tenía el 21 % de la riqueza, mientras que el 40 % más pobre tenía el 23 % de la misma. Hoy los primeros tienen el 35 % y los segundos el 12 %.

Para medir la desigualdad en la distribución del ingreso, a veces se utiliza el índice gini, y a veces la relación entre deciles de ingresos (10 tramos del 10 % de la población). Tomando este segundo indicador, estableciendo la proporción que hay entre el 10 % que más gana y el 10 % que menos gana, tenemos que en Argentina hoy esa relación es de 35 veces, en Brasil 58 veces, en Chile 40 veces, en Venezuela 21 veces, en EEUU 16 veces, en Francia 9 veces y en Japón 5 veces.

Sin embargo, cuando se habla del 10 % de la población que tiene mayores ingresos, podemos llegar a tener una idea bastante equivocada, sobre todo en América Latina, de quienes integran ese 10 %. Se podría pensar que allí están solamente los más adinerados; sin embargo, hace un par de años, una estadística realizada en Brasil, demostraba que en el decil más alto se incluían algunas empleadas domésticas de Sao Pablo (las mejores pagas). Y en Argentina están en el decil más alto asalariados con ingresos superiores a $ 2.500. Esto significa que la concentración de ingresos en realidad está en un porcentaje mucho más pequeño que el 10 % de la población, y esto como veremos tienen enormes consecuencias a la hora de intentar redistribuir el ingreso.

Estamos ante un fenómeno conocido como “la curva de los enanos de Pen”, con referencia a la ilustración que hacía el economista inglés, quien graficaba la distribución del ingreso como una larga fila de enanos que iba desde el primer decil hasta bastante avanzado el décimo, donde recién al final aparecían los gigantes. En Argentina, si vemos las estadísticas del ingreso familiar per-cápita, tenemos que en el primer decil ese ingreso va desde $ 0 a $ $ 120, en el segundo decil de $ 120 a $ 200, en el tercer decil de $ 200 a $ 260, y así siguiendo hasta llegar al noveno decil, que va de $ 900 hasta $ 1.300. Y en el decil de más arriba va desde $ 1.300 hasta…. ¡$ 42.000! (Sí, por cada miembro de una familia). Es decir que para el 90 % de la población, la diferencia entre un decil y otro es de $ 100 aproximadamente, o sea, la curva sube muy levemente hasta el decil 9, y sube abruptamente en el decil 10. Pero a su vez, si analizamos el decil 10 por dentro, veríamos que la mayor parte de los que superan el ingreso per-cápita de $ 1.300, van aumentando poco a poco (muchos con 1.400, muchos otros con 1.500, etc.) y recién al final se levanta abruptamente la curva.

Estamos haciendo todas estas aclaraciones, para tratar de comprender que el fenómeno de la distribución del ingreso, no solamente implica una grave injusticia, como conclusión obvia, sino que además, el poder económico concentrado se transforma en una fuerza, que potencia y acelera la profundización de la brecha distributiva, esterilizando cualquier intento que pudiera hacerse desde el Estado para revertir la situación, en tanto se lo haga dentro de las reglas del juego de la economía capitalista tal cual la conocemos.

Porque si como vimos, en el 10 % de la población que más gana, tenemos a muchos asalariados que apenas cubren su presupuesto familiar dignamente, ¿sobre qué porcentaje de la población entonces podríamos ejercer la presión tributaria necesaria para redistribuir el ingreso?. Obviamente que sobre un porcentaje muy pequeño, tal vez no más del 5 o 6 % de la población. Y entonces ¿A qué tasa debiéramos gravarlos para recaudar lo necesario para cubrir el presupuesto público y además redistribuir la riqueza?. Necesariamente a tasas tan elevadas que se considerarán confiscatorias en cualquier sistema tributario contemporáneo.

El caso de las retenciones a la soja recientemente, nos mostró un claro ejemplo de este fenómeno y de las reacciones que produjo.

Estamos diciendo que la concentración del ingreso, no solamente otorga un enorme poder político y mediático a sus beneficiarios, que se oponen con fuerza a cualquier intento redistributivo por parte de un gobierno, sino que además de la fuerza aparecen las “razones” con las que se ganan la solidaridad de buena parte de la opinión pública, ya que los impuestos elevados aparecen como injustos, arbitrarios y confiscatorios (independientemente de que las supuestas “víctimas” de semejante presión tributaria, igual sigan teniendo grandes ganancias, aún pagando el impuesto)

Desde luego que el ejemplo de la soja, es solo un caso de los varios que hay en Argentina de grandes ganancias en diversos sectores, productivos, comerciales y financieros.

O sea, que estamos ante un círculo vicioso, ya que una gran concentración de la riqueza tiende a auto sustentarse y concentrarse aún más, gracias al poder generado y a su capacidad de sumar adhesiones en una parte de la población.

Pero este no es el único factor que alimenta el círculo vicioso de la injusta redistribución del ingreso. Porque los sectores con mayores ingresos, al incrementar su consumo, presionan sobre los precios, generando una inflación que afecta más a los que menores recursos tienen. Porque si el 20 % de la población tiene un poder de compra equivalente al 80 % restante como ocurre en Argentina, está claro que todo aumento de precios que ese 20 % convalide en su fiebre consumista, no se retrotraerá por un menor consumo del otro 80 % cada vez más marginado, ya que los productores maximizarán ganancias vendiendo con mayor margen a los más solventes.

O sea que los sectores de mayores ingresos, no solamente pueden imponer las reglas del juego de la distribución al fijar salarios, lo que hace que la participación de la ganancia empresarial vaya en aumento en desmedro de la masa salarial; sino que además, indirectamente, a través del mayor consumo, restringen vía inflación el consumo de los más pobres a una canasta sumamente básica en el mejor de los casos.

Es claro que aún en los casos en que los sectores de menores ingresos han mejorado levemente su situación, la creciente desigualdad relativa con los sectores de mayores ingresos, generan un nivel de violencia social difícil de resolver. Por lo tanto, de poco sirven los tibios (y a veces poco creíbles) indicadores de mejora en la situación de los pobres, ya que no solamente esas tibias mejoras se desmoronan ante cualquier aumento en los precios, sino que además, aunque se mantengan en términos absolutos, la creciente desigualdad con los sectores que han multiplicado geométricamente sus ingresos, es un caldo de cultivo para la violencia, el resentimiento y la frustración social.

Es claro también que, directa o indirectamente, el crecimiento de unos pocos no es inocuo a la marginación de muchos (una suerte de “derrame al revés”). Y es claro que el único crecimiento económico que asegure la equidad social, será aquel que implique crecimiento con desarrollo, y sobre todo participación activa del Estado para que ese desarrollo sea con equidad distributiva.

La pregunta entonces es, ¿Qué debería hacer un gobierno para lograr esto, partiendo de la situación actual?. Debiera primero resolver la urgencia de la pobreza y la indigencia, y acto seguido revertir el plano inclinado del ingreso en la economía de mercado.

En Argentina es suficiente con redistribuir el 13,5 % del total del consumo de hogares, para acabar con la pobreza, y solamente el 2,4% para terminar con la indigencia. Así que eso debiera ser la prioridad presupuestaria del Estado, destinando a un subsidio por familia todos los recursos que hoy se destinan a planes sociales, más los que se obtengan de un impuesto a la renta extraordinaria. Y se debe explicar claramente esto a toda la población, para que no aparezcan luego los “defensores de las víctimas de los impuestos confiscatorios”. Para una emergencia, medidas de emergencia.

Pero como no se puede estar continuamente con medidas de emergencia e impuestazos, se deben equilibrar los ingresos sectoriales, revirtiendo el “plano inclinado” del mercado, con desarrollo y generación de empleo de calidad. Y esto se hace forzando la redistribución de las ganancias empresariales hacia la reinversión productiva, a través de una reforma tributaria, por la cual o bien el empresario reinvierte un alto porcentaje de las ganancias en nuevas fuentes de trabajo, o bien tributará tasas más altas para que el Estado se ocupe de efectuar esa inversión productiva. Pero también se debe revertir la inequidad distributiva entre ganancia empresarial y salarios, a través de la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas; para que se vaya cerrando la brecha de modo creciente y sustentable. Y finalmente se debe abolir la especulación y la usura, forzando la utilización de los cuantiosos fondos que hoy se usan en la especulación, para financiar el crecimiento con desarrollo y valor agregado; concretamente, la liquidez monetaria de las empresas debe ir hacia una Banca Nacional sin Interés, y no al circuito especulativo.

Finalmente, algo habrá que hacer también con los medios de comunicación masiva; porque no solamente están al servicio de los intereses del poder económico a través de la ideología que inculcan sus “formadores de opinión”, sino que además, condicionan el consumo y el consumismo de la gente. Y un consumo condicionado se direcciona hacia los monopolios, y la gente termina comprando productos en cuyo precio hay muy poco valor de salario, y mucha ganancia empresarial (de los eslabones productivos, comerciales y publicitarios), y eso también contribuye a concentrar la riqueza.

Algo habrá que hacer con los medios de comunicación masiva, para que estén al servicio de todos, y no solamente de los que tienen el dinero para costear sus elevados precios por segundo. Tendrán que ceder espacio….o tendrán que ceder los medios. Pero el tema comunicacional es fundamental; tan fundamental que se transforma en la primer dificultad al tratar de comunicar todas estas cosas, todas estas ideas que hemos escuchado aquí. Es difícil transmitir estas ideas a la gente boca a boca, mientras todo el día hay un televisor en su casa que lo lleva de las narices.

4 comentarios:

  1. Si por una de esas casualidades, algún economista quiere hacer su aporte, pues buenísimo!
    Saludos

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  2. Guillermo es el economista del Partido Humanista.
    Milité años allí, un tipo sencillo y bonachón. Tengo sus libros.

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  3. Sí, da la impresión de ser un tipo buenazo, que se preocupa por escribir claro para que lo entendamos quienes, como yo, no dominamos el lenguaje técnico de la economía.
    Está claro que es un texto esquemático, pero me gustó.
    Saludos!!

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