Aclaración: abajo les copio un excelente artículo de Natalia Zuazo, que salió en la última edición del Dipló. Este post no se trata de una crítica del libro de Di Marco.
He leído muy por arriba el best seller de Laura Di Marco, titulado La Cámpora (Sudamericana), libro que tengo guardado en la compu. Me pareció un pésimo libro, aunque no lo puedo criticar en profundidad dado que no me tomé el trabajo de analizar la totalidad de sus páginas.
He leído muy por arriba el best seller de Laura Di Marco, titulado La Cámpora (Sudamericana), libro que tengo guardado en la compu. Me pareció un pésimo libro, aunque no lo puedo criticar en profundidad dado que no me tomé el trabajo de analizar la totalidad de sus páginas.
Di Marco declara intentar, en nombre del profesionalismo y la honestidad intelectual, superar dicotomías maniqueas entre el
“periodismo militante” y el “periodismo opositor”. En lo personal, creo que se
queda en el intento, dado que los personajes son en su mayoría lineales, y a menudo los reduce a inescrupulosos que sólo quieren “coger y tener blackberries”, o a una imagen de jóvenes voraces de dinero y espacios de poder.
Imagino que se pretende una
suerte de continuación de títulos como Los herederos de Alfonsín, que en
1987 publicara Alfredo Leuco y José Antonio Díaz, obra que analizaba el
derrotero de La Coordinadora. El libro de Leuco y Díaz, al igual que el de Di
Marco, tuvo muy buena repercusión a nivel ventas.
En fin, en lugar de seguir opinando
sobre un mal libro, prefiero copiarles un muy buen análisis de Natalia Zuazo que, como les dije, apareció en la última edición del Dipló. Como no soy experto
en el tema “La Cámpora”, no agrego comentarios personales para enriquecer el artículo. Lo copio textual. Ahí va:
¿QUÉ
ES LA CÁMPORA?
Por Natalia Zuazo
(Periodista y politóloga, UBA), para la edición de mayo de 2012 de El Dipló. www.eldiplo.org
La Cámpora, como toda
novedad que conquista poder y construye un mito, se ha convertido en la gran
generalización de la política argentina. Los medios opositores y la derecha, pero
también sectores de izquierda y del propio peronismo, dicen saber quiénes son,
cómo funcionan y, sobre todo, qué buscan. La generalización los va armando como
un grupo de “nenes bien” (1), con blackberrys y sin calle, unos “chetos
interesados por los cargos que no saben lo que es militar” (2), y entonces se
escudan en la orden de la lealtad como valor tan supremo que llegan a parecerse
a “la Guardia de Hierro” (3). Para la izquierda más recargada, no son más que
una réplica del espíritu menemista que se lanza por cargos públicos para
diezmar al Estado. Y hay quienes dicen que llegan a esos lugares “usando” su
condición de hijos de desaparecidos par “adoctrinar a jóvenes incautos e
intoxicarlos con una falsa épica” (4). La lista de generalizaciones podría
seguir, en parte explicada por el temor a una nueva generación que viene no
sólo con la potencia de un crecimiento firme en los últimos años, sino también
pro la innegable cercanía al poder de la organización liderada por el hijo de
la Presidenta. Pero también se explica porque la propia agrupación promueve, en
varios sentidos, la evolución de ese mito hacia donde los prejuicios lo quieran
llevar: hablan poco y nada con la prensa (oficialista y opositora), se
comunican por canales no oficiales (blogs, redes sociales, celulares) y no
parece interesarles confirmar ni desmentir los relatos de los otros.
Sin embargo, es evidente que
La Cámpora es más que una acumulación de generalizaciones y necesariamente
tiene que ser algo más complejo. Lo indica ya su lógica numérica y territorial:
se calculan unos treinta mil militantes, que provienen de agrupaciones
políticas, universitarias, secundarias, académicas, barriales y territoriales,
que a su vez cruzan distintas clases sociales y edades. La realidad de militar
en Jujuy o hacerlo en la Ciudad de Buenos Aires, en una actividad social, un
centro de estudiantes o la gerencia de una empresa estatal, no podría ser
siempre igual. Pero también se puede complejizar cuando –alejándose, otra vez,
de los mitos- uno conversa con las personas que participan. En ese uno a uno, los
integrantes de La Cámpora: 1) son hallables, no son agentes encubiertos de la
CIA, usan sus propios nombres y atienden sus celulares; 2) sí hablan con otros
(y no sólo con otros camporistas); 3) sí hablan de política, incluso
críticamente, no sólo respecto del gobierno sino respecto de su propia
organización. ¿Que es difícil, como periodista, publicar luego esas conversaciones?
Sí. En eso hay una verdad bastante cercana al mito: son fieles al secreto, se
reconocen íntimamente en ese código y algunos de ellos lo abrazan incluso para
sentirse un poco mejores al resto de la militancia kirchnerista; como si
guardar un secreto en tiempos de política hipermediatizada supusiera un acto
heroico. Vale reconocer que tal vez hagan bien en preservar algún ostracismo,
como estrategia de marketing. Pero, llevada al extremo, esta actitud retorna
como un boomerang de señalamiento colectivo en la “soberbia”, el famoso
adjetivo que Pablo Giussani (5) dejó para siempre asociado a Montoneros. Sin
embargo, muchos de ellos militan territorialmente y por convicción, muchos de
quienes ocupan lugares en el Estado están formados para sus puestos, y otros
(de generaciones menos jóvenes) ya estaban militando y/o ocupando cargos en el
entramado estatal, y ahora se unieron a La Cámpora, algunos más por creencia,
otros más por conveniencia. “Como en todos lados”, dirían en el barrio. “Como
en todos lados, no”, decimos, para no seguir generalizando. Entonces,
enfocamos.
Una tropa propia
“El kirchnerismo quiso abrir
una convocatoria a la juventud política desde el principio, desde que Néstor
asumió. Era lógico: la propia tropa eran los que venían del sur, Parrilli, De
Vido, Alicia Kirchner, y el resto era el apoyo del peronismo duhaldista.
Necesitaban construir cuadros propios para gobernar, pero no ‘prestados’, sino
gente que creyera íntegramente en el proyecto”, dice un ex dirigente de la
agrupación para explicar los inicios de La Cámpora.
Parece un país atrás, pero
en 2003 habían pasado sólo dos años de la crisis de 2001 y a Kirchner le tocaba
la posta de Duhalde tras los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano
Kosteki. Las organizaciones sociales y sindicales surgidas de la resistencia al
neoliberalismo y las agrupaciones que nacieron con ese 2001 estaban en pleno
trabajo en los barrios, reconstruyendo entramados sociales liquidados, ya veces trabajaban unidas entre sí. En ellas
había una gran cantidad de nuevos militantes, más jóvenes, hijos del 19 y 20 de
diciembre, nunca involucrados con lo público. Con esos jóvenes, algunos de
arraigo más tradicionalmente peronista, otros más de izquierda, más
agrupaciones provenientes de las universidades y organismos de derechos humanos,
el kirchnerismo fue encontrando a esa juventud militante que lo iría siguiendo.
La convocatoria no era tan distinta a la que Néstor Kirchner hacía en el
espacio de los partidos políticos tradicionales, apelando a la transversalidad
como llamado convocante. Con la juventud también fue una invitación transversal,
pero no únicamente por pragmática: tanto Néstor como Cristina decidieron que la
juventud iba a ocupar lugares en elpoder y con esa decisión fomentaron el
crecimiento de las agrupaciones. Entre ellas, y en poco tiempo, La Cámpora se
convirtió en la más importante, no sólo porque su líder es el hijo de la
Presidenta, sino por los espacios que ganó en el Estado. “Ni lo dudes: la
agrupación de Cristina es La Cámpora”, me confirma Hernán Reibel Maier, el
vocero de la organización, en su oficina de la Casa Rosada, pequeña y de recién
llegado, entre dos puertas que comunican a otra oficina, mientras la gente
pasa, pide disculpas y yo tomo nota rápido porque no me deja grabar.
Entre ellos no coinciden
sobre la fecha en que la organización comienza como tal, y tampoco sería
lógico, por las proveniencias y armados idversos. Pero, como cualquier banda
que aspire al hite, tienen un mito de origen: La Cámpora nace el 28 de
diciembre de 2006, cuando la familia del ex presidente Héctor J. Cámpora le
entrega a Néstor Kirchner los atributos presidenciales del “Tío”. En ese acto,
la lealtad de Cámpora queda legada al patagónico. Alrededor de ese relato los
jóvenes de la agrupación encontraron su bautismo y una visión común que, junto
con la militancia, el acompañamiento a los actos decisivos de gobierno (juicios
por derechos humanos, estatización de la AFJP), los conflictos (retenciones,
Ley de Medios fueron diferencias de origen que permitieron construir u
liderazgo propio. Quienes hoy integran la mesa de conducción nacional de La Cámpora
–Andrés Larroque, José Ottavis, Eduardo “Wado” de Pedro, Juan Cabandié y Mayra
Mendoza-, y otras figuras importantes de la organización como Mariano Recalde y
el fallecido Iván Heyn, demuestran la heterogeneidad del colectivo.
En esa heterogeneidad de sus
proveniencias, los integrantes de La Cámpora también fueron aportando a la
organización una combinación de métodos y experiencias de militancia propios
que les dieron una identidad en términos generacionales más allá de sus “padres
políticos” Néstor y Cristina. El paso por los organismos de derechos humanos,
la resistencia contra las políticas neoliberales y el aprendizaje fallido del “que
se vayan todos constituyen factores que los unieron antes y que los fueron
haciendo encontrarse como iguales, para luego reunirse en un espacio común.
Estas experiencias luego se ensamblaron en ese proyecto aun más colectivo: el
Modelo, con mayúsculas, como ellos lo llaman. Pero quizás lo más interesante es
que esos caminosprevios de sus integrantes ayudan no sólo a su identidad, a qué
visión tienen de su lugar dentro del kirchnerismo, sino a la acción: a cómo
manejan la cosa pública, día a día, en los lugares que les toca ocupar.
La red social
“Este cargo no honra mi
persona; honra a una generación”, dijo Julián Álvarez al asumir como
viceministro de Justicia hace dos años, cuando sólo tenía 29. Junto con él,
varios integrantes de La Cámpora comenzaron a hacerse visibles por ocupar
lugares de relevancia en el Estado, construyendo una red de jóvenes sub-35 que
enorgullece a algunos y crea sospechas en otros. Actualmente, La Cámpora tiene
catorce legisladores nacionales y provinciales, dos viceministros, varios
subsecretarios, puestos clave en Télam y Canal 7, numerosos directores y
gerentes en empresas estatales o en directorios (como Mariano Reclade en Aerolíneas
o Axel Kiciloff en YPF), y en organismos como la SIGEN, el PAMI y la ANSES.
Los lugares, tanto en las
legislaturas como en el Ejecutivo, fueron ocupados no sin conflictos, y
ocasionaron roces públicamente conocidos en el armado de las listas de las
últimas elecciones de 2011 entre dirigentes del PJ, sindicalistas y otras
organizaciones sociales. Sin embargo, la decisión de Cristina Kirchner fue que
los miembros de La Cámpora estuvieran en sitios destacados. Así, según fuentes
periodísticas, instruyó a su secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini, para
que, entre otras gestiones, se comunicara con un ministro de Scioli: “Les
tienen que dar a los pibes dos o tres lugares de los ocho primeros de las
listas a legisladores provinciales” (6), y siguiera el mismo camino con los
dirigentes provinciales. El tan repetido “recambio generacional” era una
realidad: se había iniciado durante el gobierno de Néstor Kirchner y
profundizado durante el de Cristina.
¿Pero qué es lo que le
aporta La Cámpora al poder como generación? “Está asociada fuertemente a
prácticas como el escrache, tomado de HIJOS y llevado por grupos como el
Movimiento Evita, el Frente Popular Darío Santillán o agrupaciones
estudiantiles a sus respectivos ámbitos de militancia”, dice el sociólogo
Gabriel Puricelli. “Muchos son ‘hijos de la generación del 70’, de la izquierda
peronista y otros partidos, como Wado de Pedro o Franco Vitali, mezclados con
emergentes del 2001 como Larroque, otros provenientes del PJ y el radicalismo
tradicional como Ottavis, e hijos de la élite peronista como Mariano Recalde y
Máximo Kirchner, como el epítome del ‘hijo de’”, agrega. Esa flexibilidad en la
convivencia es algo novedoso en el peronismo de izquierda, históricamente
caracterizado por los conflictos entre agrupaciones que competían por quién era
más vanguardista que la otra. Porque si bien La Cámpora puede mostrar a veces
actitudes aislacionistas en sus líderes, en el trabajo diario, en las bases, los
encuentros de militancia, los actos, las actividades territoriales, trabajan
junto a otroas organizaciones afines, como el Movimiento Evita, Kolina (con
Alicia Kirchner), la JP Descamisados, la Tupac Amaru, los Kumpas, la Corriente
Peronista, el Frente Transversal, la Corriente Nacional Martín Fierro…
De hecho, todos ellos
compartieron el recordado acto del 14 de septiembre de 2010 en el Luna Park, Néstor
le habla a la juventud, la juventud le habla a Néstor, un mes antes de
la muerte del ex Presidente, que dejó a miles de militantes afuera y que fue
tal vez el momento donde Néstor y Cristina oficializaron a la juventud como un
actor político, ya no como acompañante sino como protagonista. Un año después,
ya fallecido el ex Presidente, Larroque dijo: “Tenía razón Néstor Kirchner
cuando dijo que el acto del Luna Park era un punto de inflexión para la
juventud porque iba a dejar atrás viejas antinomias”, y entonces los convocó a
recorrer el país por la relección de Cristina Kirchner. Pero ese arranque de
unión fraternal en épocas proselitistas seguido por el desigual reparto de
puestos públicos hacen ver a algunos más pragmatismo que convivencia. Así lo
expresó José Pablo Feinmann: “Lo que me preocupa de La Cámpora –dijo- es que
hay un exceso de pragmatismo y una carencia de ideas” (7).
Como “hijos de los70”, los integrantes
de La Cámpora juegan permanentemente con frases y ecos de la época, como “dar
la vida por Cristina”. Aun con esa retórica, está claro que para esta
generación es sólo eso: retórica. “Si se hace referencia a los 70, acá nadie va
a dar la vida por Cristina. Y está
muy bien que así sea porque la violencia ha sido desterrada del menú de
opciones de la política argentina. Hay una valoración de la vida que las
juventudes políticas anteriores no tenían”, dice Nicolás Tereschuk, politólogo
y editor del sitio de análisis Artepolítica.
Esto no quita, claro, que
varios de los padres de quienes hoy son referentes de La Cámpora sí hayan dado
la vida por un ideal político, como los de Juan Cabandié y Wado de Pedro,
quienes se acercaron a la militancia a
través de la reconstrucción de sus historias como hijos de desaparecidos. La
historia de Cabandié es la más conocida: nacido en la ESMA, es el nieto
recuperado 77° y hoy es diputado de la Ciudad de Buenos Aires. De Pedro, hoy
diputado nacional, tiene una historia similar: sus padres fueron asesinados en
1977 y él permaneció secuestrado algunos meses, cuando tenía dos años, hasta
que su familia lo recuperó. Militó en HIJOS en los 90 y después en Derecho en
la UBA, en la agrupación NBI (Necesidades Básicas Insatisfechas), donde conoció
a Mariano Recalde y a Santiago Álvarez. En el 2001 conoció al “Cuervo”
Larroque, que en ese momento estaba al frente de la agrupación Juventud
Presente y antes había militado en villas y en el Centro de Estudiantes del
Colegio Nacional Buenos Aires. Luego se unió José Ottavis, que provenía del
duhaldismo. Ya había comenzado el kirchnerismo. Entre 2004 y 2006, los primeros
integrantes de La Cámpora se fueron sumando a las distintas estructuras estatales
y reuniéndose en Compromiso K, una agrupación apadrinada por Carlos Zannini.
Fue la “proto-Cámpora”.
Ocupar el Estado
Ya desde sus inicios, La
Cámpora dejaba en claro que la militancia y el trabajo en el Estado eran
compatibles. En verdad, las dos actividades siempre habían estado muy unidas,
pero tras el desprestigio estatal de los 90 y el descrédito profundo de la
dirigencia en el 2001, parecía valorarse un tipo de funcionario “técnico”,
alejado de la política. Pero la juventud camporista venía con otra idea. “En la
juventud kirchnerista está la idea de ‘romper’ con la herencia de los 90 y ‘reparar’
las consecuencias del 2001. Esta generación deja de ver al Estado con absoluta
desconfianza para verlo como el lugar desde el cual se producen los cambios”,
dice Tereschuk. Así me lo confirma, a la salida del trabajo, de camisa y
mochila, un integrante de La Cámpora que se formó en la universidad pública
como politólogo y hoy trabaja en el Estado: “Nosotros somos una organización
que nació en el marco de un gobierno al que apoya, y queremos integrar los
lugares del Estado. Pero decir que eso se hace desde una blackberry es
simplificar su funcionamiento. Las conquistas no son de un día para el otro ni
ganando una elección: hay disputas, hay que tocar intereses”.
Con la expansión de La
Cámpora en el Estado surge la comparación con otros grupos que ocuparon puestos
gubernamentales, como la Coordinadora radical, que nació en 1968 bajo el
régimen de Onganía, convocada desde la universidad con la idea de recuperar los
valores partidarios, no casualmente en un momento de “peronización de las
clases medias” (8). En los 80, cuando Alfonsín supera a los herederos de
Balbín, los “muchachos” de la Coordinadora acompañaron desde la gestión al
gobierno democrático recuperado. Sin embargo, hay dos diferencias que los
separan. La primera, que la Coordinadora nació y creció en tiempos de
proscripciones y dictaduras. Al contrario de La Cámpora, cultivó años de
oposición hasta que llegó a construir algo nuevo. En segundo lugar, cuando
accedió al gobierno la economía no gozaba del crecimiento y los recursos con
los que cuenta el país en la etapa kirchnerista. Pero, más allá de las
diferencias, y además de compartir cierta demonización como “monjes negros” del
poder, pueden encontrarse algunas similitudes entre La Cámpora y la
Coordinadora: “Hay parecidos en la lealtad a un líder al que se visualiza como
renovador de la cultura partidaria y las prácticas políticas. Y en protagonizar
un período de primavera política con un para
qué se hace política: en los 80 refundar la democracia, en la actualidad
desmantelar el Estado neoliberal”, dice Tereschuk.
Para algunos camporistas, ser
“nuevos” en la gestión es una ventaja. “Tener responsabilidades nacionales
siendo tan jóvenes nos hace asumir un compromiso sin demasiados pruritos: uno
se anima a avanzar en determinadas cosas, mientras que a alguien que viene
trabajando en la gestión desde hace muchísimos años le cuesta más”, dice, por
ejemplo, Laura Braiza, 29 años, directora nacional de Juventud (9).
Ser soldados o arriesgar
A partir de 2008, el año del
conflicto con el campo, y de 2009, con el debate por la Ley de Medios, la juventud
militante creció y, ubicada en el centro de la escena pública, empezó a
aparecer como nuevo actor social. “Con lo del campo, la gente quiso decir ‘yo
pertenezco a este espacio’, los pibes en sus casas empezaron a blanquear su
kirchnerismo, nacieron 678 y muchos blogs donde se expresaba ese espíritu”,
dice un militante de La Cámpora. Con la muerte de Néstor Kirchner, el 27 de
octubre de 2010, se generó otra ola de acercamiento a la agrupación. “Cuando se
cumplió un mes, hicimos una reunión en el local de la calle Piedras. Fueron 400
personas. Te aseguro que eran kirchneristas 100%”, recuerda Hernán Reibel Maier
en su oficina en la Casa Rosada. Hoy, y más luego de la relección de Cristina,
si La Cámpora fuera una actriz de tapa de revista podría decirse que vive “su
mejor momento”. El objetivo de su secretario general, Andrés Larroque, parece
avanzar: “Nuestra tarea es la construcción militante, es vertebrar la
organización más grande posible para ser el eslabón del proyecto nacional en el
territorio. Entendemos que tenemos un rol de defensa frente a los ataques que
se centran sobre este gobierno”. Sin embargo, es justamente en ese rol de
defensa acérrima, de eslabón del proyecto y de endogamia, en donde algunos
centran las críticas a la organización, sobre todo en su proyección a futuro.
La primera crítica es la
lógica del silencio, que empieza por una distancia hacia los medios y se
contagia como un espiral en la organización. El vocero de La Cámpora me dice
claramente: “Son una herramienta para hacer política, no para mostrarnos
nosotros. Los vemos igual que un acto o una pintada. A los medios no les
interesa conocernos en serio, y si les interesa se meten a nuestra página, ven
lo que hacemos y nos conocen”. Pero la actitud “antiprensa” no es novedad en el
kirchnerismo. “El problema es que la política democrática tiene en la
conversación una de sus herramientas básicas y en La Cámpora hay un silencio
implícito que se va construyendo tan fielmente que se genera un temor en ‘no
ser uno el que lo vaya a romper primero’. Entonces nadie habla”, dice un ex
integrante de la agrupación. En esto coincide el sociólogo Purricelli: “El
secretismo no es una actitud de rebeldía ni antisistema, sino un acatamiento
disciplinadísimo a la política gubernamental de comunicación. Se esfuerzan por
ser los más obedientes en esto y actúan más bien como sobreadaptados”.
Allí, en la sobreadaptación,
en ser “los más kirchneristas de todos”, está la segunda gran crítica a La
Cámpora, incluso de quienes ven al gobierno con cierta simpatía. La
consecuencia más grave de asumir esta posición es transformarse en meros “soldados”
del modelo, sólo acompañar y no generar ideas propias, menos aun ideas
disruptivas. “La Cámpora es una juventud maravillosa, obvio, pero bien
disciplinada que no pregunta qué es lo que pasa generala, sino que explica por
qué pasan las cosas o por qué no van a pasar”, escribió el periodista Esteban
Schmidt (10). Y agrega: “Para ser una ‘nueva política’ ciertamente no rompen
con antiguas taras: la sumisión discursiva al líder y la ceguera para descubrir
política y creación social en otras zonas de la vida comunitaria”. Allí, en la
contradicción de decirse pate de un proyecto liberador, que expande derechos y
democratiza (ciertamente lo es en muchos aspectos), pero que hacia adentro de
la organización está limitado en su capacidad de debate, parece estar la clave.
En defensa de La Cámpora, se
puede decir también que las medidas del gobierno que generan adversarios, como
la reestatización de las AFJP, la política de derechos humanos o la Ley de
Medios, requieren de una militancia que acompañe con firmeza. “Es una necesidad
incluso pragmática de la política diaria. Esas decisiones no se pueden tomar
con gente a la que le da lo mismo. Necesitás un pequeño ejército ideológico que
te acompañe hasta lo último”, dice un ex integrante de La Cámpora que, aun con
sus diferencias, entiende la relación de lealtades y contradicciones. Podría
quizás entenderse la fidelidad total del camporismo con los saltos hacia
adelante del kirchnerismo. Pero, una vez aprendida la fidelidad, sigue
quedando, como horizonte futuro, la necesidad de la agenda propia, de ir más
hacia adelante que el adelante del kirchnerismo, de producir poder y no sólo de
consumirlo (11). Si lo hace, quizá La Cámpora también ayude a que el gobierno
al que defiende pueda todavía defenderse más, por lo que le falta hacer,
saltar, que seguramente sólo es posible con jóvenes que asuman posiciones, pero
a la vez entiendan lo público más públicamente.
NOTAS:
(1) Hugo
Moyano, secretario general de la CGT, en el acto del Día del Trabajador
Camionero, el 15 de diciembre de 2011.
(2) Victoria
Donda, diputada nacional de Proyecto Sur, La
Nación.com, 13-4-11.
(3) Alberto
Fernández, radio La Red, 9 de
diciembre de 2011.
(4) Osvaldo
Pepe, Clarín, Buenos Aires, 12-3-12.
(5) Pablo Giussani, Montoneros. La soberbia armada,
Sudamericana, Buenos Aires, 2011. El libro, originalmente de 1984, fue central
en la discusión sobre la lucha armada en el inicio de la democracia y, no
casualmente, fue reditado en 2011.
(6) NicolásWiñazki,
Clarín, 22 de mayo de 2011.
(7) Entrevista
de Ricardo Cárpena, La Nación,
suplemento “Enfoques”, Buenos Aires, 24-12-11.
(8) Oscar Muiño, Los días de la Coordinadora, Corregidor,
2011.
(9) Artículo
de Martín Piqué en Tiempo Argentino,
Buenos Aires, 31-12-11.
(10) “La
Militancia bajo contrato”, Ñ, 3-6-11.
(11) Idea
desarrollada por Martín Rodríguez en “El lugar de La Cámpora: arriesgar para ir
por más”, Miradas al Sur, Buenos
Aires, 3-7-11.
Leí el libro, en papel ($99,oo). No estaba mal escrito, se podía leer bien de corrido. En lo que hace al contenido, adolece de todas las debilidades que puede tener la historia del tiempo reciente o del presente, que en este caso sería recientísimo.
ResponderEliminarBueno el comentario de Natalia Zuazo, especialmente en lo que hace a la comparación con los setentistas. La filiación montonera que Laura Di Marco intenta encontrar en gran parte de los camporistas, me parece que es una de las fallas más importante de su trabajo. El secretismo con que actúan los camporistas, bien subrayado por Zuazo,es lo que en parte impide hacer un buen análisis de esta organización, para cualquiera que quiera escribir sobre ellos.
Saludos.-
Eduardo, puede ser que no sea tan mal libro como yo lo considero... no lo leí en su totalidad. Y también es cierto que es un libro que se ocupa de un asunto que es parte de la historia reciente, con lo cual no hay mucho material para aportar. Y el "secretismo" de los camporistas, dificulta el análisis.
ResponderEliminarSaludos Eduardo, gracias por pasar che!
Estoy leyendo, muy de a poco y salteado, "La democracia contra sí misma" de Marcel Gauchet y "La contrademocracia" de Pierre Rosanvallon... me acordé que a vos también te gusta leer a ambos autores.
ResponderEliminarSaludos
Rodrigo:
ResponderEliminarSon dos libros interesantes, especialmente el de Rosanvallon. Como podemos observar los problemas de la vida en democracia son bastantes similares en todo el mundo, lógico porque la naturaleza humana es la misma, aunque nos vistamos distinto, desde los griegos, por lo menos.Siempre está presente eso que había señalado Hobbes: “Como tendencia general de todos los hombres, destaco un perpetuo e impaciente deseo de poder y de más poder, que solamente cesa con la muerte. Y esto no se debe al mayor placer que se espera sino al hecho de que el poder no puede garantizarse sino buscando aún más poder.”
Con relación a la "Campora", hay que tener cuidado en no comprar el relato, relato que tanto desde el del gobierno, como de la oposición, se intenta vender. No es para tanto,me parece.
Saludos.
Bailamos todos en estos días, y no puede ser de otra manera, el drama de una actriz que se convirtió en presidente.
ResponderEliminarSócrates
Creo que los políticos, en general, no dicen e, incluso, NO PUEDEN DECIR lo que realmente piensan. Por eso se dedican a la política. Lo mismo que un economista, al ser consultado, no puede decir: "la situación económica del país es pésima, no vengan a invertir", porque se trataría de una suerte de "profecía autocumplida". El político tiene, posiblemente, algo de actor, de capacidad "histriónica".
ResponderEliminarEn ese sentido no lo veo necesariamente mal.
Saludos!