viernes, 27 de mayo de 2011

LA SACRALIZACIÓN Y LA BANALIZACIÓN

En La lectora provisoria, blog donde escribe Quintín, leí varios comentarios donde livianamente se afirma que el kirchnerismo es una forma de fascismo, o que tipos como Gabriel Mariotto son fascistas o proto-fascistas. Personalmente me parece que la calificación de fascista aplicada al kirchnerismo no sirve más que para adjetivar y fijar posición en lugar de para esclarecer el debate. Bah, a decir verdad me parece una pelotudez, pero quiero tratar de ser moderado en el análisis para no suscitar ningún encono.

Aclaro que este escrito pretende ser muy general: dejaré la coyuntura para otros posteos futuros.

El término "fascismo" hace rato que dejó de ser un sustantivo para utilizarse, en gran medida, como adjetivo. Algo similar ocurre cuando se designa a alguien o algo como "de derecha" o "nazi". De todas maneras no quiero profundizar en la cuestión de kirchnerismo fascismo o peronismo/fascismo, sino que me interesa traer a colación dos conceptos muy didácticos y generales que utiliza el crítico literario y lingüista Tzvetan Todorov en su libro Memorias del mal, tentación del bien. Los conceptos principales que quiero rescatar son el de "banalización" y el de "sacralización" del pasado. Repito que no voy a analizar la coyuntura a partir de lo dicho por Todorov, para no alargar demasiado lo escrito.


Los usos de la memoria:

Según Todorov, la memoria, en sí misma, no es ni buena ni mala. Los beneficios que se espera obtener de ella pueden ser desviados. ¿De qué modo? En primer lugar, por la propia forma que adoptan nuestras reminiscencias, navegando entre dos escollos complementarios: la sacralización o aislamiento radical del recuerdo; y la banalización, o asimilación abusiva del presente al pasado.

Peligro de sacralización: Es evidente que cada acontecimiento del pasado es específico y diverso. Es totalmente comprensible que a uno le preocupe más la desgracia de un ser querido que el hecho de que hayan muerto miles de personas como consecuencia de la bomba de Hiroshima y Nagasaki. Es esperable y comprensible que para un ruandés sea más significativa la matanza de las tribus hutus sobre los tutsies y los hutus moderados en lugar del genocidio armenio, el genocidio judío o los 30 mil desaparecidos. A un familiar de una persona muerta por la guerrilla posiblemente le resulte más relevante ese asesinato que cualquiera de las restantes desapariciones. No obstante, no porque los acontecimientos pasados sean únicos y cada uno de ellos tenga un sentido específico es preciso no relacionarlos con otros. Cuanto más numerosas son las relaciones, más particular (o singular) se hace el hecho. Dios es sagrado porque es absoluto y omnipresente, y no particular, como un hecho que ocupa un tiempo y un espacio únicos.

La Masacre de Cromagnon ocurrió en el ambiente del rock, y tal vez quien o quiénes tiraron bengalas hayan escuchado una y otra vez Smoke on the water de Deep Purple, donde se habla de "some stupid with a flare gun burned the place to the ground". El pasado y la tradición están ahí, a disposición de una mayoría que suele ser ciega y sorda.

El pasado, en síntesis, cumple una función enriquecedora para el presente cuando nos sirve de lección. Se dice que “de los errores se aprende”. Me parece que de los errores no SE aprende, sino que puede (o no) aprenderse. Que un error haya acontecido no indica necesariamente que sobrevenga ningún tipo de lección. De hecho, el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra (aunque ignoro si no habrá existido algún camello o perro pekinés que se haya tropezado más de una vez con alguna extensión sobresaliente del suelo, aunque en este caso no importa demasiado).

Sería paradójico, como mínimo, afirmar a la vez que el pasado debe servirnos de lección y que no tiene relación alguna con el presente: lo que es sacralizado de este modo no puede ayudarnos en absoluto en nuestra existencia actual.

La sacralización del pasado sirve de pantalla o excusa para la inacción en el presente. Puede ocurrir que a pocos metros de un acto en conmemoración por los 30 mil desaparecidos se estén muriendo de hambre niños y ancianos y prostituyendo jóvenes indocumentadas sin que nadie haga nada por evitarlo. ¿Se entiende a qué apunto? No quiero decir que los actos no sean importantes, entiéndaseme bien, pero siempre y cuando no se transformen en una pantalla para no ver los demás problemas y actuar en consecuencia.

En política, la tarea es distinta que cuando hacemos historia. En política, el “mal” adopta nuevas formas continuamente. No es lícito que, en nombre de la memoria –aun de las más legítima-, descuidemos las nuevas encarnaciones del mal ni encubramos los peligros del presente. Es indispensable rescatar la memoria de los vencidos de la historia (los humillados, los despreciados, los que han sufrido injusticias); sin embargo, los muertos no deben impedir a los vivos seguir viviendo. Ahí radica gran parte del difícil y delicado equilibrio entre necesidad de memoria y necesidad de olvido.


Peligro de banalización: En la trivialización o banalización del pasado, los acontecimientos pierden toda especificidad, siendo asimilados a los del pasado. Si utilizamos el término “nazi” como sinónimo de canalla, toda lección de lo que aconteció en lugares como Auschwitz se ha perdido. Hitler mismo es un personaje que está en todas las salsas y ensaladas de la historia; a cada momento aparecen nuevos hitleres. A los estadounidenses les gusta, con todo su aparato propagandístico, designar así a sus enemigos para asegurarse el apoyo incondicional de la comunidad internacional: Saddam Hussein es un nuevo Hitler, Milosevic es otro, Chávez casi que también. Los acusados se entregan a las mismas proyecciones: Chávez acusando a Bush de nuevo führer hace algo similar, aunque para imponer su idea cuenta con mucho menos poder, dinero y parafernalia que el presidente de los Estados Unidos.

Decir que Putin, el actual presidente ruso, sigue los pasos de Stalin, impide saber quién era Stalin y quién es Putin. Si yo digo que las políticas económicas de Martínez de Hoz son una continuación de las empleadas por Menem y Cavallo en los 90’s no estoy reduciendo uno en términos del otro, ni asemejando a Menem con Videla. No puede haber juicio sin comparación. Si comparo a Maradona con Messi no estoy diciendo que Messi se reduce a Maradona ni viceversa.

En resumen: cuando el pasado está sacralizado sólo nos recuerda a sí mismo (sin servir de lección al presente); mientras que cuando está trivializado nos hace pensar en todo y en cualquier cosa. Siguiendo con el ejemplo de Maradona: decir que no es comparable con nadie porque es una suerte de semidiós sería sacralizarlo, decir que Maradona y el número 4 de Atlético Campana son técnicamente semejantes es no entender nada de fútbol.

Por ejemplo: Sacralizar a Borges no favorece su lectura, sino que nos aleja más y más de su obra. Nos hablan tanto del Quijote y de Cervantes que casi nos creemos que lo hemos leído.

Por otro lado, juzgar es comparar. Entiendo perfectamente la frase “las comparaciones son odiosas” (quiere decir, no le metas presión a determinada persona comparándolo con alguien consagrado porque lo abrumas), pero también creo que si no comparamos no podemos juzgar. ¿Cómo juzgar si una película nos gusta si no utilizamos la comparación? Traten de nombrarme a su músico favorito sin que intervenga, explícita o implícitamente, un juicio por comparación, y les doy un millón de dólares.

Del error “se aprende”. Pues bien, pasemos a enumerar:

Primera Guerra Mundial: ocho millones y medio de muertos en los frentes, casi diez millones en la población civil, seis millones de inválidos. Durante el mismo tiempo: genocidio de los armenios, un millón y medio de personas llevadas a la muerte por el poder turco. La Rusia soviética, nacida en 1917: cinco millones de muertos a causa de la guerra civil y la hambruna de 1922, cuatro millones de víctimas de la represión, seis millones de muertos durante la hambruna organizada de 1932-1933. Segunda Guerra Mundial: más de treinta y cinco millones de muertos sólo en Europa (equivalente casi a toda la población actual de la Argentina), de ellos al menos veinticinco en la Unión Soviética. Durante la guerra, exterminio de los judíos, los gitanos, los deficientes mentales, los comunistas: más de seis millones de víctimas. Bombardeos aliados de la población civil en Alemania y Japón: varios centenares de miles de muertos. Los desaparecidos en Argentina, los muertos por la guerrilla armada, los muertos en Argelia, la matanza de hutus y tutsies, la invasión a Irak y Afganistán (esta vez Stallone no protegió a los afganos como en Rambo III). ¿De los errores se aprende? No es lo usual, aunque sería deseable que así fuese .

Como dijo Primo Levi, “un oprimido puede convertirse en opresor”. El sufrimiento padecido no ennoblece a quienes afecta (mal que le pese a cierta concepción cristiana del dolor como ennoblecedor del alma humana).

En Israel está presente el genocidio sufrido por el pueblo judío, y sin embargo la política de este país para con sus actuales vecinos, en particular los palestinos, dista muchísimo de ser irreprochable. La experiencia pasada no sólo no ha transmitido automáticamente una lección que podría beneficiar a los demás; se invoca, por el contrario, para justificar una política que convierte a los palestinos en las víctimas de las víctimas.

Justicia y venganza:

Hay una diferencia entre justicia y venganza: la venganza consiste en responder a un acto individual con otro acto individual, comparable en principio: mataste a mi hijo, yo mataré al tuyo. La justicia, en cambio, confronta el acto individual a la generalidad de la ley; el anonimato de los justicieros (policías o magistrados) se opone a la identidad singular del vengador. La venganza, como el perdón, es personal; la justicia no lo es, la ley no conoce individuos (cuando funciona, claro está, pues sabemos que en nuestro país la justicia es enormemente mejorable). Por otra parte, la pena no es un reflejo especular del crimen sino proporcionada a las demás penas; en vez de estar directamente motivada, forma parte de un sistema. El acto de justicia repara la ruptura del orden social, confirma la validez de la ley (escrita o, como en los crímenes contra la humanidad, no escrita) y, por lo tanto, el propio orden social; no compensa necesariamente la ofensa sufrida por el individuo. Lo importante desde este punto de vista no es que la justicia sea más o menos severa, sino que sea.

En la venganza, una violencia nueva responde a la violencia antigua, a la espera de provocar una futura violencia de compensación: el mal aumenta en vez de disminuir.

El acto de venganza es un inconveniente suplementario: conforta a quien lo realiza en su perfecta buena conciencia y nunca le permite interrogarse sobre el mal que hay en él. La cuestión moral se evacúa en beneficio de la reparación física. Por su lado, la justicia tiene el inconveniente de la abstracción y la despersonalización; pero es la única oportunidad que tenemos para hacer disminuir la violencia.

La pena de muerte, a mi juicio, tiene que ver más con la venganza que con la justicia: dice que el que mata debe morir, es un puro castigo, y no un acto de prevención. En su alegato contra la pena de muerte, Albert Camus mencionaba una cifra reveladora: entre los 250 ahorcados por la justicia, a comienzos de siglo, en Inglaterra, 170 habían presenciado personalmente una ejecución capital. El conocimiento de primera mano no había, pues, encaminado en nada su comportamiento.

La fórmula de Santayana, según la cual “quienes olvidan el pasado están condenados a repetirlo”, es falsa si se la toma en sentido literal. El pasado histórico, al igual que el orden de la naturaleza, no tiene sentido en sí mismo, no emana por sí solo valor alguno; sentido y valor proceden de los sujetos humanos que los examinan y los juzgan. El mismo hecho puede recibir interpretaciones opuestas y servir de justificación a políticas que se combaten mutuamente.

FASCISMO Y PERONISMO:

Dado que se trata de una cuestión compleja, me parece que da para un post aparte. Me permito citar un libro muy didáctico cuyo capítulo 4 trata el tema (aunque para muchos peronistas ortodoxos, imagino, puede tratarse de un autor "gorila", je):

Federico Finchelstein, La Argentina fascista.

3 comentarios:

  1. No leí nada de Todorov. Muy bueno el post, besoooo!!

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  2. DESOCUPADO MENTAL30 de mayo de 2011, 8:40

    Gracias Lu!! Sos la única que me comprende (?).
    Beso inmeeenso!

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  3. Para empezar tu nota es muy buena.
    La primera vez que intenté estudiar el peronismo fue en el secundario y obviamente relacionándolo con el fascismo. Uno podría argumentar que tienen puntos en común pero hoy en día pienso en la complejidad de la dimensión económica y sociocultural y en la cantidad de cosas que se escapan en ese tipo de simplificaciones. Eran válidas en épocas donde la teoría social se encuadraba facilmente dentro de alguna ideología globalizante y determinista.
    De todas maneras no sé y creo que nunca voy a entender que es ser peronista a menos que se definan y adopten definitivamente subtipos o clases de peronismo. (Algunos lo dividen en tres, otros en cuatro y porque no mañana en cinco). Sino podemos banalizar el peronismo también y simplificarlo en una serie de prácticas y creencias, pareciéndose más a una religión que a una ideología.
    Tampoco creo en la política como algo teórico porque la vuelve estática, inerte, cerrada. Al ser dinámica necesita despegarse de la teoría.
    Me encantó lo del pekinés; me parece por algo que leí en otra nota que no son de tu agrado.

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