Muchos de nosotros veremos cumplirse uno de los mayores miedos
que tenemos, que no es el miedo a la muerte, sino a la organización social de
la muerte.
Muchos de nosotros moriremos en una cama de hospital, después de días, semanas o meses de haber
sido privados de los más simples derechos humanos. Durante días, semanas o
meses nos tratarán como a niños, nos despertarán a toda hora para someternos a
exámenes dolorosos, no repararán en la urgencia de nuestras necesidades fisiológicas,
demorarán en cumplir con nuestros pedidos más elementales –traernos un vaso de
agua, apagarnos la luz- y a veces hasta nos negarán la compañía de nuestros
familiares. Y lo peor, lo peor de lo peor, será que nos culparán todo el tiempo
de nuestras enfermedades, de nuestro riñón que no funciona o nuestros pulmones
que no bombean bien el aire. El médico nos dirá que hicimos una neumonitis, la
enfermera nos recriminará nuestras escaras y los amigos nos recomendarán tener
paciencia, dándonos a entender que nuestro comportamiento deja mucho que
desear. (Culpar al inocente, por otra parte, no se restringe al ámbito del
hospital: si alguien muere en un choque, decimos que se mató; si muere en su
casa de un paro cardíaco, que se murió; la simple frase “Fulano
murió”, que no se le echa en culpa al bueno de Fulano, parece haber caído en
desuso.).
Este fragmento fue publicado en 1995 por el escritor, periodista
y crítico literario Charlie Feiling (1961-1997), quien dos años después murió de leucemia, presumiblemente en la cama de algún hospital.
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